Arte

Paseo por la vanguardia portuguesa

28 noviembre, 1999 00:00

Vanguardias del Arte Portugués en los años 60 y 70. Fundación ICO. Zorrilla, 3. Madrid. Hasta el 10 de enero

De siempre se ha dicho que algo hubo de común en las experiencias portuguesa y española durante los años sesenta y setenta, ambas marcadas en su tramo final por los puntos de inflexión de la pacífica revolución de los claveles lusa, el 25 de abril de 1974, y por el fallecimiento del dictador español, en noviembre del año siguiente. Ese convencimiento es lo que, a mi juicio, atestigua y certifica esta exposición organizada por la Fundación Serralves de Oporto (de la que depende el Museo del mismo nombre, dirigido por Vicente Todolíj, que hospedan las salas de la planta baja del ICO. Un total aproximado de cuarenta obras, que resultan un tanto apretujadas en el espacio que se les ha concedido, pero que superan por calidad y diversidad esa dificultad impuesta.
Las tendencias dominantes nos resultan más que familiares, incluso en su presencia física -acentuada en la primera década por la fragilidad de los materiales y en la segunda por su progresiva delicuescencia-. Ya sea la abstracción pospictórica geométrica, las adaptaciones nacionales del pop art, la introducción del minimalismo o la preponderancia de los nuevos comportamientos artísticos y el arte conceptual.

Tampoco nos resultan del todo desconocidos ni sus figuras principales, Helena Almeida, Alberto Carneiro, Leonel Moura o Juliáo Sarmento (este último todavía con exposición retrospectiva abierta en el Palacio de Velázquez), ni algunas otras que o ya habían participado previamente o lo hicieron en la edición de ARCO de 1997 dedicada al país vecino. Helena Almeida, con Presenga y Joáo Grapa. Eduardo Batarda, con Galería 111. De Jorge Pinheiro, por ejemplo, conocía las piezas "citazionistas" que mostró en la galería Palmira Suso, ahora sé que treinta años antes realizaba abstracciones geométricas muy próximas a las de algunos de los integrantes de la Nueva Generación española. Alberto Carneiro, Angelo de Sousa -fiel todavía y entonces a un minimalismo no exento de brotes irónicos, así sus Pequeñas esculturas, orejas de termoplástico aplastadas bajo el calor- y álvaro Lapa vinieron con Quadrado Azul.

Este es uno de los alicientes de esta exposición, permitir un recorrido que alerta tanto a la memoria personal como empuja a examinar, por convergencia y confrontación, los paradigmas de una época. Otro siempre posible y no por ello menos deseable es o volver a disfrutar o interrogarse con artistas determinados o descubrir otros nuevos, o al menos ciertas piezas suyas, que nos llegan, además, desde un tiempo ido. De estos últirnos, en mi caso las de Fernando Calhau, Lourdes Castro (dibujos a línea), Ana Hatherly, Jorge Martins y Vitor Pomar.