Image: Jan Fabre, vida y muerte confundidas

Image: Jan Fabre, vida y muerte confundidas

Arte

Jan Fabre, vida y muerte confundidas

26 junio, 2003 02:00

Yo, soñando, 1978

Fundación Joan Miró. Parque de Montjuïc. Barcelona. Hasta el 12 de octubre

Jan Fabre (Amberes, 1958), además de como creador plástico, ha desarrollado su actividad como cineasta, dramaturgo y coreógrafo. Fabre reivindica la libertad en la utilización de cualquier medio y procedimiento. Así, incorpora el insecto como material de trabajo -especialmente los coleópteros-. La panorámica de la Fundación Miró se completa con la presentación del espectáculo Je suis sang en el Festival Greg de Barcelona el próximo mes de julio.

Existen otras lecturas, pero para mí esta exposición es una puesta en escena de la muerte. La muerte como fascinación y terror, aspectos que se presentan inseparables, como la cara y cruz de una misma moneda.

Aunque Jan Fabre sea un creador polifacético, es conocido especialmente por la utilización de escarabajos en sus trabajos. Cubre y manipula objetos, o realiza esculturas, utilizando carcasas de estos insectos. Naturalmente los coleópteros poseen una simbología muy rica, pero a nadie se le escapa que se trata de cadávares: caparazones de escarabajos, restos huecos y vacíos de una vida. La materia con la que trabaja Fabre es lo sagrado, la muerte. El efecto decorativo que puntualmente pueden tener sus esculturas, las iridiscencias o la acumulación de las cáscaras, hacen pasar desapercibida la presencia de la muerte, pero en realidad se trata de esqueletos, de esqueletos de insectos. De ahí la presencia de ataúdes, cruces, calaveras humanas y otros símbolos trascendentes en la exposición: son el complemento simétrico a los armazones vacíos de los insectos. Existe una dimensión necrófila que determina el mensaje de la obra.

Y de la misma manera que emplea carcasas de insectos, Fabre también trabaja con el cuerpo, alude a los líquidos corporales, a la sangre. La sangre tradicionalmente se asocia a la regeneración y resurección, pero no creo que éste sea el caso. La sangre de Jan Fabre es otro cadáver, huella de una vida que se identifica con la muerte.

El propio artista aludía a su obra como una vanitas moderna. Pero no se trata de aquella idea de que una rosa es bella, pero lo es todavía más cuando se corrompe y se deshace... No se trata de una nostalgia romántica, la expresión de una pérdida o una problemática metafísica. El artista explica que busca la belleza, pero no es del todo exacto. Los objetos recreados por Jan Fabre no son bellos en el sentido tradicional, es en todo caso una beauté bizarre, es decir, algo extraño, sorpresivo, enfermizo, inquietante... y próximo al kitsch. Y digo kitsch porque entre un estampado textil de florecillas y la artesanía de pegar una a una las carcasas de estos coleópteros de manera que formen un mosaico no existe demasiada diferencia. Más aún, Jan Fabre incorpora humor, sadismo, exhibicionismo que diluye un contenido sublime a lo sentimental y a lo emotivo, al espectáculo y a la ocurrencia... En fin, la evocación de la muerte de Jan Fabre se sitúa en una oscilación entre lo sagrado y lo truculento o, en otras palabras, entre la atracción y el miedo... El pipí, el esperma, los líquidos corporales, los insectos... todo se mezcla con símbolos sagrados, y, de alguna manera, lo truculento es también sagrado.

El título de la exposición, Gaude succurrere vitae, proviene del título de una obra, en latín el original, del propio artista, que se traduce como éste es el lugar en el que la muerte se alegra de venir a ayudar a la vida, lo que desprende una posición optimista y no negativa sobre la vida y la muerte. Sin embargo, tengo la convicción de que existe una perversión en este juego de palabras. La primera imagen de la exposición es una suerte de autorretrato del artista. Se trata de una escultura que representa a un hombre recubierto de púas con un microscopio y sentado en una mesa. Esta escultura expresa la idea del artista aislado en su investigación. Es también la metáfora de la soledad del creador que desciende a los infiernos en un itinerario que sólo puede ser individual e intransferible. Jan Fabre investiga y recorre el mundo de la muerte en un doble movimiento: por un lado de fascinación y, por otro, de horror y sentimientos de minimización y pérdida. Pero éste es un itinerario autodestructivo. Se observa que esa obra con la que se inicia la exhibición, y que es a la vez el autorretrato del propio creador, posee una parte orgánica, carne viva que se irá corrompiendo en el transcurso de la exposición. Metáfora ésta del artista que se envenena y se lastima en su exploración de la muerte y en su atracción por el abismo. Yo le veo como a aquellos brujos de magia negra cuyo pacto con el diablo acaba por contaminarles a ellos mismos.