Arte

Las vanguardias rusas, la versión de museo

16 febrero, 2006 01:00

Kandinsky: Sin título, h. 1915. Centre Georges Pompidou, París. izda., Chagall: Paseo, 1917-18. Museo Estatal Ruso, San Petersburgo

Comisario: Tomàs Llorens. Museo Thyssen- Bornemisza y Fundación Caja Madrid. Pº del Prado, 8 y Plaza de San Martín, 1. Madrid. Hasta el 14 de mayo

Los acontecimientos artísticos que se dan en Rusia entre 1913 y principios de los años 30 conforman uno de los capítulos más apasionantes de la historia del arte moderno. La evolución política de la Unión Soviética, la censura y el aislacionismo impidieron durante décadas un conocimiento adecuado del período, más valorado en Norteamérica y la Europa occidental que en su propio país de origen, donde las obras se ocultaban en los almacenes de los museos. Desde finales de los 80, la historiografía rusa se ha ocupado de rescatarlas, corrigiendo las narraciones que se habían hecho desde el extranjero. La exposición Vanguardias rusas pretende recoger esas aportaciones recientes, proponiendo una lectura fundamentada en las colecciones rusas (y en las obras pertenecientes al propio museo), alejándose de las dos corrientes interpretativas que hasta hoy, según Tomàs Llorens, distorsionan su realidad histórica: la que se empeña en encontrar una sucesión lineal de avances formales hacia la abstracción más radical y el constructivismo, y la que, en sintonía con el espíritu del 68, insiste en la asimilación del compromiso revolucionario, privilegiando las formas de expresión más sociales, como la arquitectura y el diseño. Llorens entiende "las" vanguardias rusas (una pluralidad de experimentos plásticos) como continuación, no como ruptura; cree que deben más de lo que pensamos al simbolismo y que están imbuidas de un componente nacional que no estaría reñido con el interés por las vanguardias francesas o italianas.

La primera parte de la exposición, en el Museo Thyssen, comienza desarrollando ese argumento con tres magníficos Kandinsky y un Jawlensky que encarnarían el tránsito entre simbolismo y vanguardia, acompañados de los "bárbaros" que entre 1907 y 1912 defenderían ese carácter nacional primario compuesto de tierra (temas rurales), fuerza (luchadores) y religión (Lariónov, Goncharova, Pirosmanashvili). Los años anteriores a la revolución, con numerosos grupos y tendencias, se resumen como un momento de innovaciones formales: pictóricas (rayonismo, cubofuturismo) y escultóricas (figuración sintética, nuevos materiales y formas de construcción; Gabo, Puni, Tatlin). Sorprendentemente no son Tatlin o Malévich, que suelen merecer la mayor atención en otros estudios, quienes obtienen aquí el privilegio de ocupar las salas monográficas, sino unos artistas figurativos, sin duda interesantes, que no suelen ser tenidos en cuenta en la historia de la vanguardia: Chagall (con obras de su etapa rusa) y Filónov, entre los que se intercala una sensacional sala de Kandinsky. Filónov será el mayor descubrimiento para el público español: alucinado y místico, sus obras fragmentan y multiplican al máximo las formas. Reivindica igualmente la muestra la importancia de la abstracción orgánica de Matyushin y los hermanos Ender.

En la Fundación Caja Madrid entramos en la Rusia soviética. En la planta baja se recuerda la trascendencia del Monumento a la III Internacional de Tatlin con unas reconstrucciones digitales, y se reúnen, prescindiendo de nuevo de las oposiciones que entonces se vivieron, las obras suprematistas y constructivistas de Malévich, El Lissitzky y Ródchenko, todas relevantes. En la planta primera se recorre la nueva fotografía, prácticamente limitada a Ródchenko, pues la serie de El Lissitzky sobre la Torre Eiffel tiene poco de vanguardista (aunque testimonie el interés de la vanguardia por las obras de ingeniería). Las salas interiores dan cuenta de las producciones dirigidas a las masas. La sección de carteles, a la que el IVAM hace una gran aportación, es magnífica y ofrece el atractivo añadido de incluir algunos fotomontajes preparatorios; es muy amplia la selección de portadas de libros y revistas hechas por los artistas y se han traído muestras de diseños textiles, cerámicos y un grupo de curiosas bandejas pintadas.

Se puede estar o no de acuerdo con la versión que el comisario ha propuesto de este complejo y trascendental momento. Es evidente que se ha optado por una presentación de tipo museístico, en la que las obras-objeto tienen un protagonismo absoluto, y que se ha contemplado con una mirada distanciada, que atiende a la historia del arte pero no a la historia y rehuye los documentos (fotografías, cartas, filmaciones). Una postura reiterada en anteriores exposiciones del museo que resulta especialmente chocante en esta ocasión. La vanguardia rusa no es sólo producción de objetos artísticos. Desde 1918 los espectáculos públicos son habituales: se hacen decoraciones efímeras para las celebraciones políticas y se organizan grandes eventos como la representación de La tierra en confusión de Tretjakov en 1923-24, con decorado de Popova en el que se montaron carteles, eslóganes y una pantalla en la que se proyectaban documentos históricos y bélicos. El teatro de Meyerhold fue crisol de experimentación que adelantaría técnicas y prácticas que enlazan con los principios de la instalación, el arte lumínico y cinético, los soportes para la imagen... Nada se nos muestra sobre la arquitectura de la época, y el cine, tan influyente, se aparta de la exposición y se lleva al salón de actos. Grandes obras, en resumen, e insuficiente contexto.