Bosco Sodi
Bosco Sodi: Barcelona, 2011
Las blancas paredes de la galería Carles Taché están incendiadas por monocromos rojos, grandes formatos que hacen vibrar el espacio. En ellos hay una dimensión dramática: son como heridas que supuran una rara substancia. El arte de Bosco Sodi (México, 1970) ambiciona vehicular un mensaje de lo profundo -piénsese, si no, en su serie de cruces perforadas por clavos (2007), un símbolo que remite a connotaciones míticas-. En este mismo sentido se ha de interpretar aquí el color rojo, asociado con la sangre y el fuego, con lo solar, el misterio del cuerpo o la muerte. Y, sin embargo, en la obra de Sodi hay algo que se escapa, que no se agota en la idea de color, porque el artista introduce una dimensión que es ajena, por no decir contraria, a aquélla: la materia, lo que enriquece el contenido de su propuesta con particulares matices.Su aportación como artista ha consistido en una experimentación que ha pivotado sobre el binomio materia-color, en una suerte de síntesis de opuestos. Sodi ha sabido reconciliar dos maneras de entender el arte, a priori, divergentes, la del color y la de la materia. Efectivamente, en el arte contemporáneo hay una tradición, la de los Kandinsky y Mondrian, por ejemplo, fundamentada en el cromatismo, que disuelve cualquier noción relacionada con lo material. Paralelamente, existe otra línea, la de Dubuffet o Beuys, que prescinde de la coloración o, mejor dicho, identifica el color con la materia natural. Bosco Sodi ha articulado una síntesis entre el arte de un Rothko y el de un Tàpies, aportando elementos de su propia tradición autóctona, a la búsqueda de un lenguaje universal que exprese los arcanos.