Ni Botticelli ni Abramovic, sino Youtube
Lady Gaga a lo Botticelli en el videoclip Applause.
Si se acepta que lo feo es la insuficiencia respecto a la belleza, nuestra época artística se caracteriza por dar más relevancia a las manifestaciones de extrema fealdad que a las expresiones de intensa belleza. Vivimos rodeados de cosas, lugares y, lamentablemente, de personajes más bien feos que lo "otro". Lo saben quienes tienen que pasar una jornada completa deambulando por una feria de arte contemporáneo, y también quienes se ven obligados a tragarse una programación entera de televisión. La cultura ilustrada y la cultura popular, felizmente cruzadas, generan todo tipo de monstruosidades para los consumos más eclécticos. Es el espíritu de los tiempos con sus grandezas (el gran gol que sentencia un campeonato de fútbol) y sus vilezas (el villano precio récord de una subasta que esquilma el patrimonio de un país a favor de un nuevo rico).Sin embargo, otras categorías, como la de lo grotesco o la de lo patético, parecen más útiles a la hora de definir las características estéticas de no pocas nuevas producciones artísticas relevantes en los museos y las galerías de nuestros días. Hablamos más de experiencias intensas con el arte contemporáneo que de ejercicios de agradable contemplación. Pocas veces tomamos en cuenta el comentario de un "crítico" que ose calificar lo que ha visto mediante el uso de adjetivos sospechosos como bonito o feo: ¿es fea una escultura de Jeff Koons? ¿es bella una video proyección de Santiago Sierra? No importa. Lo que la experiencia de una u otra obra de arte nos produzca emocional o intelectualmente demandará sus correspondientes adjetivos y, muy probablemente, cuando el resultado del encuentro con la obra en cuestión sea de alta intensidad, recurriremos a términos que expresen un bienestar (o una "bella" irritación...). Pero hay normas y, en esto de la escritura sobre el arte, "la belleza" del objeto no parece en boga.
El problema radica en que aquello que se podría identificar como propio o perteneciente al sistema del arte en sentido estricto ha dejado de influir en el gusto. Como grado de valoración de consenso, como referencia de poder que jerarquiza, como instancia hace posible el arbitraje colectivo, como baremo que permite la valoración económica y, finalmente, como referencia que utilizamos para establecer el criterio, el gusto no lo fijan los individuos creadores sino que lo marcan, básicamente, los coleccionistas y las empresas multinacionales. De ser esto cierto se abre una brecha importante entre las representaciones asociadas al poder (véase grandes museos, véase grandes eventos artísticos) y el espacio menor y cada vez menos influyentes en el que los historiadores del arte, los filósofos, los cronistas (como éste que leen) y la mayor parte de los artistas sobreviven gracias a la nostalgia de otros tiempos.
El arte de las vanguardias que cambia la misma idea de arte a principios del siglo XX no se planteaba el problema de la belleza. Esto no quiere decir que los resultados de aquella carrera contra reloj en los senderos de la provocación no hayan acabado por ofrecernos como sociedad representaciones extraordinarias por su grandeza figural. Pero la "hermosa" obligación del compromiso político y la investigación formal de la modernidad no han dejado mucho tiempo para indagar en las antiguas convenciones de belleza. Lo que para muchos en determinado momento puede ser calificado de "bonito", que no de bello, puede ser insoportable para unos pocos otros.
Empieza Umberto Eco en su Historia de la belleza (2004) recordando que "bello", como "maravilloso" o "soberbio", son adjetivos que comúnmente se utilizan para calificar lo que gusta y que frecuentemente se asocia a lo bueno. En el universo consumista, mediático y digitalizado que vivimos, el hermoso coche de carreras futurista sigue siendo "soberbio" pero les recomiendo olvidarse de la "belleza" echando un vistazo "intenso" al último videoclip Applause de Lady Gaga en la todavía barata pantalla-galería de Youtube. Amiga de una ex-radical del arte contemporáneo, Marina Abramovich, confesa admiradora de Picasso, remite ahora a Botticelli: una nueva historia de la belleza (y de la fealdad) en poco más de tres minutos. Frikis no abstenerse.