Poner el cuerpo en las salas de tres galerías
Instalaciones sintéticas, óleos y capillas vandalizadas. Recorremos las propuestas de Pakui Hardware, Jorge Julve e Isabel Cordovil. Savia nueva.
18 febrero, 2024 01:49En el desarrollo del embrión, el sistema nervioso y la piel están unidos. Quizá eso explique también su comunión en la vida adulta, en la que casi todo lo que ocurre en la cabeza tiene su reflejo en nuestra epidermis. Neringa Cerniauskaite (1984) y Ugnius Gelguda (1977), el colectivo lituano Pakui Hardware al que muchos recordarán por las exposiciones que programaron en La Casa Encendida en 2019, combinan las formas orgánicas con los materiales sintéticos, creando unas esculturas instalativas que reflexionan sobre el medioambiente, la medicina y el momento actual.
Con su puesta de largo definitiva en la próxima Bienal de Venecia, donde representarán a Lituania en su pabellón nacional, en The Burn (La quemadura), en la galería carlier |gebauer, combinan útiles de laboratorio con coloridas piezas vidrio, aluminio, la huella de un blíster de ibuprofeno y varias probetas con líquido y cera de abeja. Hablan con ellas de la inflamación como proceso de irritación tanto de nuestro organismo como de la sociedad y del decolonialismo botánico. Y todo ello bajo una luz anaranjada que baña la sala y se va modulando conforme avanza el día.
El cuerpo late también bajo las composiciones abstractas de Jorge Julve (Castellón, 1989) en la galería Daniel Cuevas. La suya es una pintura pura, óleo sobre lienzo sin aditivos. Parte de imágenes ya existentes, tomadas con su móvil o sacadas de las redes sociales, que archiva y amplia hasta que pierden toda referencia figurativa.
Sus marañas tienen algo de Luis Gordillo y los barridos de color, de Silvia Bächli. Referentes visuales no le faltan, aunque la pregunta sobre el sentido y la modernidad de la pintura hoy esté siempre latente en su obra. Dos pasos es la distancia que toma de sus lienzos en pleno proceso creativo y tres meses, siguiendo con el repaso del título de la exposición, el tiempo que le ha llevado preparar su primera individual en la galería. Compone a base de recortes, de ahí ese aspecto de collage, pero todo aquí es óleo. Un descubrimiento.
El nuevo montaje de Isabel Cordovil (Lisboa, 1994) en la galería Pedro Cera tiene algo de apocalíptico, una instalación de varios bancos de bronce vandalizados –girados, golpeados, mutilados–, junto a una rejilla que esconde una pistola. Escenifica una capilla violentamente destruida en un proyecto en el que Cordovil nos habla de sacrificio, muerte y amor, tomando como base los relatos católicos con los que ha crecido en su Portugal natal.
El título, Dos cosas tan desiguales, un verso de Santa Teresa de Jesús, nos da la primera pista. La segunda viene con la serie de catorce fotografías que nos recibe al entrar en el montaje: transforma el via crucis de Cristo en un catálogo de frutos, de la manzana de Eva a una patata podrida que simboliza lo subterráneo. El recorrido hacia la muerte y, de nuevo aquí, el deterioro del cuerpo.