Suzanne Valadon, una pintora desnuda y libre recuperada para la historia del arte
El Museo Nacional de Arte de Cataluña presenta una fabulosa exposición de una de las pintoras más relevantes y olvidadas de la vanguardia francesa.
21 mayo, 2024 01:51La primera exposición de Valadon en nuestro país es todo un acontecimiento. Porque a Marie-Clémentine Valadon (1865-1938), la musa de los vanguardistas parisinos, la conocemos bien, a través de dibujos, carteles, grabados, telas y relieves.
En cambio, en pocas colectivas se ha incluido alguna pintura de su autoría. Cuando, en realidad, la modelo de Montmartre llegó a convertirse, con su crudo e intenso estilo inconfundible, en una de las firmas más reconocidas de su tiempo.
Coproducida con el Centre Pompidou Metz y el Musée d’Arts de Nantes, donde se ha tratado por igual ambas facetas, en su adaptación en el Museu Nacional d’Art de Catalunya se ha optado, en cambio, por centrarse en su extraordinaria peripecia biográfica.
Una andadura que llevó a la niña que aprovechaba cualquier retazo de papel para dibujar, a convertirse, desde la más baja condición social, primero, en la terrible María –como la llamaba por su fuerte temperamento su profesor y amigo Degas–, a, después, por consejo de su amante Toulouse-Lautrec –como modelo, siempre estaba rodeada de viejos–, en la pintora que desde 1888 firma como Suzanne.
Tal enfoque no ha sido fácil, ya que a la falta de información que afecta a las artistas tras el intento de su borrado, se suman las contradictorias versiones que la propia Valadon fue propagando, consciente de la importancia profesional del relato de la vida de artista, para sacar mayor provecho de su singular trayectoria, en la que vida privada y profesional son indisociables.
Muestra a la mujer en su realidad diversa y no como marionetas pasivas al gusto de la atracción masculina
En todo caso, marcada para siempre por su joven maternidad, con solo dieciocho años, del que se convertiría en inestable y alcohólico pintor Maurice Utrillo, e hijo natural del artista catalán Miquel Utrillo, que monta un teatro de sombras en el Auberge du Clou y fue amigo de Rusiñol y Ramon Casas, retratando a ambos; así como a Erik Satie, celoso amante al que pronto Valadon abandona y que se muestra aquí en uno de sus primeros lienzos, de intenso colorido fauve.
La recreación de Montmartre en esta década de transición, entre la modelo y la artista, ha determinado una museografía muy teatral, con más de cuarenta piezas de la colección del MNAC.
Valadon, que desde 1894 se benefició como tantas otras de la refundación democrática del salón de la Société National des Beaux-Arts, con su trazo firme, pincelada suelta y brillante y contrastado colorido, llegó a ser una renombrada retratista de burgueses, y también del mundo cultural y artístico: pintó a galeristas, como su fiel Berthe Weill, que apoyó a tantas mujeres, y coleccionistas, como su amiga Nora Kars. En los últimos años, expondría sus bodegones con la FAM, la asociación Femmes artistes modernes.
Mención aparte merecen sus autorretratos. Desde los delicados pasteles de su adolescencia; los retratos con madre, hijo y amante, donde solo ella mantiene el cara a cara con los espectadores; hasta el desgarrado y original autorretrato en el espejo, ya como pintora y mujer fuerte, a cargo de la manutención familiar.
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En 1931, con sesenta y seis años, se pinta en tres cuartos con un collar, los pechos desnudos y delante del paisaje azulado en una ventana, que intensifica su mirada de pupilas azules con que había fascinado desde la adolescencia. Unas pinturas en las que revisa el retrato clásico renacentista, inscribiéndose e interrogando al juicio de la historia, consciente de su trayectoria transgresora.
Porque Valadon fue, sobre todo, una pintora de desnudos. Habiendo sido antes modelo, todos y cada uno de sus nada convencionales desnudos femeninos son un comentario concreto a la representación objetual de la mujer.
Niñas, bellas y deformes, despreocupadas y en posturas imposibles, Valadon las muestra en su realidad diversa, y no como marionetas pasivas, corregidas al gusto de la atracción masculina.
Entre la decena, sobresale la tela en gran formato La habitación azul, 1923, habitualmente interpretada en clave Matisse, pero al que responde, no solo con la rotunda y autosatisfecha figura, también con el dominio pictórico con que trata los decorados textiles en sus composiciones.
Además, en 1909 Valadon realiza el primer desnudo masculino integral realizado por una pintora que, luego, en el Salon d’automne le obligarían a tapar con hojas de parra. En El Verano o Adán y Eva, se representa junto a su marido el pintor André Utter, veintiún años menor que ella. Otra provocación para una iconografía referencial en la historia del arte.
Por último, en la serie dedicada a la Venus negra, 1919, Valadon no solo dialoga sobre pintura con Gauguin, también sobre género y racismo con toda la tradición orientalista que lleva al paroxismo la erotización del desnudo femenino.
Atenta a su tiempo, no es casualidad que coincidiera con el primer Congreso Panafricano en París, que cuestionaría la colonización del Imperio francés. La principal pintura de esta serie, con la figura en la postura clásica de venus púdica y apoyada sobre blanca inmaculada draperie en medio de la selva, evidencia y ridiculiza la ceguera de la mirada occidental y patriarcal.