Rosario de Velasco, la artista olvidada por su pasado falangista y redescubierta por el Museo Thyssen
Una búsqueda detectivesca de sus cuadros perdidos la convirtió en viral. Gracias a las redes salieron a la luz más de 200 piezas desconocidas, muchas en esta exposición.
17 junio, 2024 01:40En julio de 2020 conocí a Toya Viudes de Velasco. Ya entonces me contó que su tía abuela, Rosario de Velasco, había sido injustamente olvidada por la historia y que llevaba varios años, “más de veinte, nada más y nada menos”, intentando producir una exposición que resignificara su obra dentro de la renovación de la pintura figurativa de los años treinta en España.
Como probablemente muchos de ustedes, yo había visto el cuadro Adán y Eva en el Reina Sofía, aunque la propia Rosario lo firmara como Eva y Adán y creo que deberíamos conservar su propia denominación.
Este es un cuadro de una calidad pictórica evidente, que discurre en los escorzos de sus figuras monumentales, mientras descansan sobre una pradera salida de un cuadro de Henri Rousseau y sus personajes se miran cariñosamente. Una escena que parece entonar ese beatus ille, ese elogio de la vida campestre que escribió el poeta Horacio.
Moderna en su clasicismo, pertenece al grupo generacional de las Sinsombrero, mujeres libres y creadoras
A partir de entonces asistí como espectadora a una campaña inédita en nuestro país de búsqueda de sus cuadros perdidos. “Yo no sabía cómo dar con ellos y se me ocurrió montar una campaña en redes”, nos cuenta su sobrina nieta.
El Thyssen ya había decidido producir la exposición y Viudes retransmitía, casi a tiempo real, los sorprendentes hallazgos que realizaba: ilustraciones desconocidas o cuadros perdidos que aparecían después de que numerosos medios de comunicación se hubieran sumado a su llamamiento bajo la etiqueta “Twitter haz tu magia”: “Han aparecido cuadros de los que no teníamos constancia. Cada pieza descubierta ha sido un regalo”, afirma.
La campaña tuvo un gran éxito porque muchos de sus propietarios no sabían que tenían un “Rosario de Velasco” debido a la complejidad de su firma, un monograma inspirado en Durero, uno de sus pintores favoritos. De esta manera aparecieron 224 obras, entre las que se encuentran Gitanos y Maternidad, dos piezas emblemáticas a las que se les había perdido la pista después de que se subastaran en 1999 en Madrid.
El monograma fue un factor que alentó su olvido a pesar de haber sido una de las pintoras más importantes de su generación. Sus cuadros viajaron a cinco ediciones de la Bienal de Venecia, fue invitada a la exposición internacional de Pittsburgh en 1935 –la más renombrada mundialmente– y formó parte de la Sociedad de Artistas Ibéricos, entre otras distinciones. Ahora ese monograma se convierte en el renacimiento de otra artista más que es rescatada del olvido.
¿Pudo suponer su militancia en la Falange y en la Sección Femenina (siendo íntima amiga de Pilar Primo de Rivera) el motivo para opacar la luminosa trayectoria de esta artista?
Rosario de Velasco Belausteguigoitia (Madrid, 1904-Barcelona, 1991), nace en una acomodada familia tradicional de orígenes vascos. Sus valores religiosos, de misa diaria, no le impedirían convertirse en una mujer de ideas feministas que compartía junto a sus amistades madrileñas Delhy Tejero, Concha Espina o Eugenio d’Ors.
Formada en el taller de Álvarez de Sotomayor de los 15 a los 24 años, por aquel entonces director del Museo del Prado, académico de San Fernando y un conocido representante de la pintura regionalista, desde muy joven fue elogiada por sus composiciones y merecedora de múltiples premios.
Su educación artística fue clásica con un excelente dominio de la línea del dibujo, además de su sorprendente conocimiento de la historia del arte, algo que podemos deducir de la observación atenta de su trabajo.
En 1936 viaja a Barcelona para realizar un retrato familiar en casa del editor Gustavo Gili, allí fue detenida y recluida en la cárcel Modelo, donde estuvo a punto de ser fusilada. Un joven médico llamado Xavier Farrerons, quien más tarde se convertiría en su marido, la ayuda a escapar huyendo juntos a pie hasta Burgos y San Sebastián para acabar estableciéndose finalmente en Barcelona después de la Guerra Civil. Es en este periodo cuando la mayoría de su obra se pierde a pesar de que la familia pone a buen recaudo más de 200 piezas.
Al establecerse en Barcelona, aunque continúa pintando de modo profesional manteniendo un estudio propio, pierde relevancia en el mundo del arte. Sus formatos pasaron de una monumentalidad infrecuente para una artista de la época, a pequeños lienzos que coqueteaban con la abstracción.
Quizá fuera su escasa ambición lo que le llevó a no contratar nunca a un marchante, quizá la maternidad o que las tendencias del momento eran eclipsadas por pintores estrella como Picasso o Dalí.
Ella, sin embargo, continúa colaborando con varias revistas. Vértice, por ejemplo, e ilustra libros como Cuentos para soñar de María Teresa León, mujer de Rafel Alberti. Como afirma Estrella de Diego en el estupendo catálogo de la exposición “el mundo que abría a las creadoras la ilustración se acercaba a cierta estrategia de camuflaje, esa a la que tan a menudo han recurrido las mujeres a lo largo de la historia: dedicarse a la ilustración era, para la mirada del poder, subrayar el amateurismo, la desactivación de las aspiraciones a ser una ‘gran artista’. Era una fórmula para librar a las creadoras de algunas sospechas muy frecuentes hacia las mujeres artistas”.
Ser mujer y artista estaba por encima de ideologías políticas.
Su lucha era un frente común
Estas colaboraciones les ofrecían inesperadas complicidades con otras mujeres de su generación, como en el caso de Rosario de Velasco y María Teresa León, quienes, aunque militaran ideologías opuestas, supieron crear sólidas alianzas afectivas y artísticas más allá de sus inclinaciones políticas. Ser mujer y artista estaba por encima de ideologías políticas. Su lucha era un frente común.
De Velasco es una artista difícil de catalogar: mientras trabajaba temáticas clásicas como bodegones, maternidades o escenas bíblicas, también colabora en modernas revistas como Blanco y Negro, Crónica o La Esfera, creando un perfil ambivalente, moderno en su clasicismo, conservador y adelantado a su tiempo, que la incluye generacionalmente en el grupo de las Sinsombrero, mujeres de la generación del 27 modernas, libres y creadoras.
Finalmente, la lucha de Toya Viudes se ve recompensada. Por fin verá Lavanderas, el espectacular cuadro de “la tía Rosario” con el que creció en el salón de su casa, heredado de su abuelo Luis, en su primera gran exposición en el Thyssen. El 18 de junio se inaugura con itinerancia al Museo de Bellas Artes de Valencia, quien, además, es prestador de La matanza de los inocentes, un lienzo emblemático de temática bíblica.
Hablamos también con la comisaria técnica del proyecto Elena Rodríguez, que junto a Toya Viudes y Miguel Lusarreta como cocomisarios han llevado a cabo una minuciosa labor de investigación, complementada con la restauración de 56 piezas.
Rodríguez nos cuenta que “queda mucha obra por descubrir, aunque ha habido un sorprendente porcentaje de obras descubiertas” y que “excepto Maruja Mallo y Ángeles Santos todas las demás mujeres pintoras de esa generación, que no así las escritoras, fueron relegadas al olvido”.
Su elegante figuración, muy moderna y deudora del primer Renacimiento, del Quattrocento, se enmarca dentro del movimiento de los Nuevos Realismos, en los que se revisita el clasicismo en una presentación objetiva de la realidad.
Esta tendencia surge, curiosamente, de la vanguardia europea procedente de Alemania –Nueva Objetividad– e Italia –de la revista Valori Plastici y el grupo Novecento– que durante el periodo de entreguerras preconizan una vuelta al orden. Sus cuadros de los años 30 como Maragatos o Gitanos son reinterpretaciones clásicas con cierta ficción controlada: “No me agrada ningún cuadro excesivamente realista” decía Rosario.
Francisco Umbral escribía en 2003 en esta misma revista: “Pero si no nos llegó la guerra sí nos llegó la paz y con ella esa escuela pictórica con la calidad de pan tierno que ya tuvieron los Zubiaurre y que encontramos en Rosario de Velasco, llena de una perfección de manzana verde entre un arte tan masculino”.
Perfección de manzana verde y de pan tierno. No podemos describir mejor su sencilla pintura llena de referentes pictóricos, ritmos, planos, detalles, bien ejecutada, sosegada, fértil, fresca en su mirada al pasado, llena de mujeres que sueñan, bailan y cuidan, y sin nada que envidiar a sus pintores coetáneos.
“Una de las enseñanzas más importantes que he aprendido de esta búsqueda es saber esperar. Hace años esto no hubiera sido posible. Todo tiene su momento”, así concluye –emocionada– la entrevista Toya Viudes después de tanto esfuerzo, y nada más cierto.