Juan Soto Ivars. Foto: Emilio Barrionuevo

Juan Soto Ivars. Foto: Emilio Barrionuevo

Letras

Juan Soto Ivars: "Pedro Sánchez podría salir a la calle a disparar a personas al azar y le seguirían votando"

El periodista y escritor publica 'La trinchera de las Letras', Premio Jovellanos de Ensayo, libro en el que denuncia el sectarismo de las batallas culturales.

17 junio, 2024 01:40

Para amarrar esta conversación ha sido necesario hilar muy fino. Tenía que ser por la mañana y "a esas horas la niña manda", advertía Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985) en un correo electrónico enviado en los días previos a la entrevista. Cuando descuelga el teléfono, el escritor y periodista asegura que la bebé, su hija, acaba de quedarse dormida, aunque no puede asegurar que no nos interrumpa. Antes de zambullirnos en su nuevo libro, La trinchera de las letras, reconocido con el Premio Jovellanos de Ensayo, bromeamos con la posibilidad de igualar —al menos— un titular tan potente como el que nos brindó en la última ocasión. "¡Vamos a intentarlo!", promete.

"El varón occidental joven está hasta la polla de ser criminalizado por las pijas del Ministerio de Igualdad". Este lo habría superado en contundencia, no cabe duda. Quizás demasiado largo, además de malsonante, como para encabezar esta pieza, si bien sintetiza con inmensa fidelidad el discurso que planea sobre el libro, en el que señala, a las primeras de cambio, que cultura y conocimiento no significan lo mismo. A propósito, desliza que la cultura "no tiene el poder que normalmente se le atribuye", sino que más bien es utilizada como instrumento, dando lugar a las "batallas culturales", desde donde "cada uno tira de la cuerda para un lado".

Considera Soto Ivars que "la izquierda reaccionaria", cuya misión es "formarnos moralmente", nos infantiliza a través de la corrección política, el espacio que monopoliza desde hace años. Su ejército está capitaneado por el movimiento queer, "uno de los más intransigentes, fanatizados y agresivos del momento", y su arma más potente es la cultura woke, "una forma de propaganda moralista" —MeToo, BlackLivesMatter...— que "ofrece al público productos denominados 'diversos' e 'inclusivos' que 'se venden como rebeldía, como trasgresión'", leemos en este ensayo, publicado en Ediciones Nobel.

"Cuando tú empiezas a preguntarte si esta canción que te gusta te hace peor persona, has permitido a la gente que cobra sueldos públicos que se meta en tu cabeza", dice en esta entrevista. Aunque a alguien le parezca que se ha echado en brazos del bando que demoniza todo lo aludido, también se hace eco de los "jóvenes derechistas" que "se pasan de frenada, considerando que necesitamos una vuelta a no se sabe qué pasado mitológico". Por cierto, el bebé sigue durmiendo a unos pocos metros de nuestro interlocutor, tal vez soñando con criaturas imaginarias, seguramente muy lejos de nuestra realidad...

Pregunta. Dice en este libro que "las industrias culturales se componen de camarillas en las que unas se lamen el culo de los otros". ¿Nunca se ha sorprendido a sí mismo dentro de una de esas camarillas?

Respuesta. Sí, claro que sí. Yo empiezo el libro con un ataque a la cultura y una defensa del conocimiento, que son dos cosas que muchas veces se confunden. La cultura es un conocimiento mediatizado por la ideología. Por eso las industrias culturales vienen regidas por unas normas que emanan de las camarillas y lo que está de moda. Ahí vemos cómo la cultura es un veto al conocimiento. Si, además, se convierte en algo patrimonialista, de grupos, las camarillas se vuelven mucho más apestosas. Sí, me he visto a veces con el culo escaldado y otras con el culo lamido.

P. ¿Y nunca se ha autocensurado?

R. Sí, pero porque entiendo que la autocensura se ejerce desde el criterio propio; lo que intento es no caer en la censura. Es que la gente llama autocensura a cuando te callas algo por miedo a la reacción o al castigo, pero no es eso. A mí me pagan para no censurarme y cuando percibo que hay un tema peligroso, me tiro de cabeza. Creo que en el libro se demuestra. Como la gente no lee, no ocurrirá nada, pero hay algunos capítulos en los que no rehúyo el conflicto. El que está dedicado al feminismo, por ejemplo, pero son ideas muy razonadas. 

"El varón occidental joven está hasta la polla de ser criminalizado por las pijas del Ministerio de Igualdad"

P. ¿Qué ha ocurrido para que el espacio irreverente en el que se cuestiona el pensamiento único se lo esté apropiando la derecha? 

R. Es que la izquierda solo habla de buena educación, de buenas maneras, de cortesía. La izquierda es un movimiento conservador, en el sentido de que después de la gran crisis económica ha tratado de conservar lo que se pueda del estado del bienestar. Es una socialdemocracia, pero no quiere verse como tal, sino como un movimiento revolucionario. Así que se lanza al tema de la cultura: machismo, racismo… Y aquí se convierten en monjas absolutas porque te están diciendo que la canción que te gusta es problemática.

»Es verdad que todavía les quedan medidas progresistas, como la reducción de la jornada laboral, pero en términos generales la izquierda lanza un mensaje conservador y mojigato. En las últimas elecciones europeas hemos visto cómo los jóvenes votan por la derecha dura y el populismo tipo Alvise, lo mismo que hace dos generaciones se votaba al anarquismo o al PCE.

P. Por cierto, ¿qué nos revelan los resultados de las elecciones europeas?

R. Lo primero, que Sánchez puede salir a la calle a disparar a personas al azar y le seguirían votando. El PSOE ha ocupado el espacio que está a la izquierda de la izquierda, como dicen ahora. Sánchez ha hecho daño a los nacionalismos a costa de convertirse en nacionalista: por ejemplo, Illa se opuso a la sentencia del 25% de lo español [una ley que obligaba a impartir al menos un 25% de la enseñanza en castellano], canibalizando ese espacio, igual que ha hecho con la izquierda radical. Ahora mismo Sánchez habla de los jueces y de Palestina como si fuera Podemos. En general, ha sabido vampirizar todo lo que tenía a su alrededor y eso le da para una mayoría muy exigua, pero yo creo que le da.

"Sánchez ha hecho daño a los nacionalismos a costa de convertirse en nacionalista"

»Lo segundo es que el PP no va a gobernar. Por lo que se ve, el apoyo a la derecha de la derecha del PP —yo digo esto en vez de ultraderecha para jugar en términos de igualdad con la izquierda [risas]— es un voto punki. Yo lo interpreto de dos maneras: por un lado, la reacción conservadora de gente que siente que Europa y España están perdiendo su identidad por culpa de la inmigración; por otro, el voto antifeminista. Los chavales jóvenes votan masivamente a estos partidos porque se han criado con una hegemonía cultural que les criminaliza por ser varones. Claro, la derecha está utilizando esta desazón.

P. Le cito: "La ley de amnistía es una acción antijurídica que solo con el interés particular [de Pedro Sánchez] puede entenderse". Pero ¿no tiene razón el presidente cuando dice que las aguas están más calmadas con respecto a Cataluña desde que está él al mando de la gestión?

R. De ninguna manera. Para calmar las aguas no hacía falta una ley de amnistía. Si las aguas están más calmadas no es porque esté él, sino porque se aplicó el artículo 155 de la Constitución y los catalanes se enfrentaron contra el muro de la realidad. Y luego está el hecho de que Illa pretende ser el nuevo Pujol: ¡si salió en la campaña diciendo que rezaba tres veces al día! El electorado catalán ve en él a alguien que va a defender sus intereses. Además, el Estado les va a dar todo lo que pidan. Te diría que el PSOE ha hecho más movimiento fiscal hacia Cataluña —que los españoles tengamos que pagar su deuda y todas estas cosas…— de lo que hubiera soñado Pujol.

»Lo que ha ocurrido es que se han ido de la foto los independistas que hicieron un movimiento suicida, y el PSOE, como también ha hecho muy astutamente con Podemos, ha ocupado su espacio. Todos los movimientos que ha hecho Sánchez tenían el fin de perpetuarse en el poder: primero concedió los indultos, porque necesitaba a Esquerra Republicana, y luego hizo la ley de amnistía, porque necesitaba a Puigdemont. Si eso coincide en el tiempo con que el independentismo, agotado por el combate contra la realidad, está de capa caída, no pienso atribuírselo a él.

P. Hay una consideración clave al inicio del libro: "Consideramos adversarios a personas que simplemente tienen otras visiones del mundo". ¿De esto tienen la culpa los implicados en la batalla cultural o los ciudadanos que compran estas proclamas?

R. Bueno, es que es una mezcla. Si la gente es idiota, es normal que los políticos utilicen a la gente. Y si los políticos son idiotas y la gente les vota, pues la gente se merece todo lo que le pase. Si en Alemania votaron eso en 1933 [se refiere al partido nazi], pues se merecen lo que les pase. Y ahora digo lo mismo: como soy demócrata, no me enfado cuando la gente demuestra con su voto que le importa poco la verdad. Entonces me da igual de quién sea la culpa. Tenemos lo que nos merecemos. Esto es una democracia, es lo que hay. Si mañana Bildu gobierna España, nos jodemos y ya está.

"Si las aguas están más calmadas en Cataluña es porque se aplicó el artículo 155 de la Constitución y se enfrentaron contra el muro de la realidad"

P. ¿Cuál sería entonces la verdadera rebeldía si, como apuntas, se trasgrede un principio moral desde otro moralismo? Dejando a un lado a la derecha, ¿qué ejemplo se le ocurre de ir a contracorriente en la actualidad?

R. La pregunta tiene su miga… En la guerra cultural todos son moralistas y rebeldes a la vez, pero siempre es una rebeldía falsa. Lo vemos en el cine woke, que es irreverente porque coge Peter Pan o Mary Poppins y las destruye, como si se tratara de un movimiento de alma punky, o sea, como hacían los surrealistas cuando rompían las obras. Pero la realidad es que se hace para imponer un moralismo. Lo que hace la derecha nacionalista, populista, ultraderecha o como se quiera llamar es mostrar una actitud punky ante la izquierda woke, pero al mismo tiempo es también ultramoralista. 

»Lo que quieren es, como los otros, imponer su hegemonía. Esa es la trampa de la guerra cultural. Yo he criticado muchísimo a los wokes porque sacan de contexto una frase para cargarse un libro o una película, pero cuando salió la versión de la Sirenita negra [La Sirenita, Disney, 2023] vimos que los que habían criticado eso estaban haciendo exactamente lo mismo: reaccionaron con indignación cuando solo habían visto el tráiler. El mismo que te dice que tienes que ser políticamente incorrecto es políticamente correcto respecto a su núcleo moral. Es una trampa.

P. ¿Hasta qué punto lo woke está imponiendo su hegemonía? ¿No tiene la sensación de que las nuevas sensibilidades se están quedando obsoletas?

R. Desde luego. Lo woke llega como respuesta a Trump y la hegemonía duró mientras los famosos no se atrevían a hablar, pero ahora se quejan en entrevistas de que ya no se pueda decir nada, que están hartos de todo esto. A la gente no le gustan películas como la última de Star Wars, que es otra basura woke, y como todo esto al final es económico, los productores al final harán lo que dé dinero. Además, mira los resultados electorales de la izquierda a la izquierda del PSOE: el malasañismo verde no se ha comido un colín, la gente no está por la labor de aguantar a estos pijos. Incluso los medios están cambiando su postura. Acabo de ver un reportaje sobre el problema de la inmigración en el Rabal de Barcelona… ¡en la Sexta! Eso era tabú.

"Yo fui el primero que escribió en la prensa española un artículo sobre las denuncias falsas por denuncia de género en nuestro país"

P. A propósito, en este libro habla de la omisión en la prensa de la procedencia geográfica de los delincuentes: "Los medios no quieren alimentar el sentimiento de xenofobia latente en la sociedad", dice. Pero ¿no estamos hablando de unos medios silenciados por ese imperio de la nueva moral?

R. No sé si es antes la gallina o el huevo… Lo que sí sé es que hablamos de unos medios directamente censurados: eluden fragmentos de la realidad en base a una justificación moral. Yo fui el primero que escribió en la prensa española un artículo sobre las denuncias falsas por denuncia de género en nuestro país. Cuando yo lo publiqué se formó la mundial y ahora lo tienes en todos lados, la verdad no se puede esconder. Con la inmigración y la delincuencia pasa lo mismo. Después de los resultados electorales en Europa, con el ascenso de los partidos ultra, el problema social se ha vuelto ineludible. 

P. Sugiere que hay una marca religiosa en esta obsesión por juzgar las actitudes e impugnar todo lo que no se circunscriba a la corrección política…

R. La religión no necesita Dios ni necesita superstición, pero produce dioses y supersticiones. La izquierda woke generaba una serie de dioses personificables. A Jenni Hermoso, por poner un ejemplo, se la elevó a la categoría de Virgen María para dotarla de unos valores puramente religiosos: pureza, inocencia, valentía… y en frente se colocó a Luis Rubiales, que encarnaba todos los valores negativos. Es la vieja dialéctica del bien y el mal de todas las religiones monoteístas.

»A partir de aquí, el vector religioso de este movimiento generaba a su vez una fe que se basa en que todas las ideas que hay detrás de la virgen son las de la verdad absoluta. Y la gente se lanzó acríticamente a abrazar estas ideas. El tema de Jenni Hermoso es, de principio a fin, una procesión a la que, conforme avanza por la ciudad, se van sumando más devotos. Está clarísimo, quien no lo vea es que nunca ha visto una procesión.

P. Hay quien cree que ha forjado usted su éxito en la figura del polemista irredento. ¿Siembra la polémica con esta voluntad?

R. La verdad es que a veces se me ocurre algo que me parece muy gracioso, una idea que me parece afortunada, y no puedo evitar ponerlo en un artículo. No lo hago por provocar, es solo que me divierto. Sé que soy un graciosete y tampoco me importa mucho equivocarme. Pero intento enterarme de lo que se dice en todos lados; me interesan las opiniones de los demás, no las opiniones sobre lo que yo escribo.

P. En realidad, parece importarle poco lo que digan otros de usted o de su idelología.

R. Nada. Me importa el conocimiento, como reivindico en el libro, porque sé que también está en el otro lado. El conocimiento no tiene ideología ni se restringe a las letras. Yo tengo una inclinación sentimental socialdemócrata, pero leo a pensadores conservadores españoles como Gregorio Luri o a neoliberales como Juan Ramón Rallo y veo que ahí hay conocimiento que se me ha estado hurtando por una cuestión de recelo ideológico. La tesis del libro es esa: hay gente más lista que tú que piensa lo contrario que tú. Eso para mí es la muerte de la identidad ideológica. No me interesa si soy de derechas o de izquierdas, sino mirar sin recelo a los que saben más que yo.