Nacho Martín Silva, un paraíso de pinturas de lujuriante y ordenada vegetación
- La exposición, que se inspira en el impresionista Henry Rousseau, se convierte en una de las más laureadas de la temporada.
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Quienes conozcan la interesantísima trayectoria de Nacho Martín Silva (Madrid, 1977), cuya última década será revisada, este mes de octubre, a través de una muestra en el CAB de Burgos, sabrán que la naturaleza había estado fuera de su esfera argumental, centrada en interiores y en figuras con los que componía diversas y ricas reconsideraciones de la historia de la pintura y del quehacer el artista.
Ahora hace irrupción en su obra, si bien tiene la honradez de declararse urbanita, familiarizado con ella a través de sus representaciones. Este giro fue provocado por su aislamiento durante la pandemia en el campo, donde, incapaz de pintar, se entregó a la realización de pequeños vídeos.
En ellos interponía, bloqueando la visión directa del natural, fragmentos de cuadros de paisaje que aparecen por los laterales como cuando, en el teatro, entran en escena esos árboles, montañas o nubes que trasladan la acción a un exterior.
Aquí el taller del artista da paso al taller del taxidermista, que se incrusta en la jungla de Rousseau
De otro, la invitación a exponer a finales del año pasado en El Apartamento, en La Habana, le llevó a enfrentarse –siempre desde la asunción de la naturaleza como algo ajeno– al concepto de exotismo.
Y, dando continuidad a sus ejercicios de apropiación de imágenes para convocar los fantasmas de la historia, dio con Henri Rousseau, el Aduanero, cuyos alucinantes cuadros de junglas, en época colonial, son un artificioso collage doméstico de “representaciones” de la vida, animadas o inanimadas.
La lujuriante pero ordenada vegetación es la observada en las ilustraciones de revistas y en el Jardin des Plantes de París, y los animales salvajes son los cadáveres disecados que atiborraban las nuevas galerías de Zoología del Musée d’Histoire Naturelle o los que malvivían en su Ménagerie (zoo).
El paisaje, propone Martín Silva, es espectáculo y es ornamento: para el público de los Salones, de la Exposición Universal o (hoy) de los museos, o incluso para nuestras casas en forma de papel pintado.
También los saberes científicos y sus vías de divulgación adoptaron estrategias teatrales, como vemos en los dioramas, representación dramatizada de los hábitats.
La taxidermia es al fin y al cabo escultura, y en esta muestra, el taller del artista da paso al taller del taxidermista, que, en las obras más grandes –Extraño paraíso–, se incrusta en un compuesto de trozos de jungla rousseauniana.
Por primera vez, en estas series, el artista combina imágenes de diferentes fuentes, a la vez que yuxtapone distintos lenguajes pictóricos, extrañamente bien maridados. Fotografías antiguas, las pinturas del Aduanero y dibujos infantiles –como paradigma de síntesis– conforman una construcción en la que confluyen agudeza conceptual y excelencia técnica.
Los de Martín Silva son “Paraísos de papel” porque en ese manejo de fuentes no tiene a la vista los originales, claro, sino imágenes impresas, que rasga, superpone y mueve. Se ve en la serie de mínimos paisajes sublimes –naufragios o tormentas “espectaculares”– que complementan las obras “exóticas”.
También en un par de Trampantojos que cabría clasificar en aquel subgénero del quodlibet, rincón del taller del artista que a menudo incluía, junto a las herramientas del oficio, las estampas, los bocetos o los libros en los que se inspiraba.
Eso hace Nacho Martín Silva: mostrarnos a las claras, para confundirnos, sus fuentes, y recordarnos que el cuadro es un objeto sobre el que proyectamos un imaginario.