Glenda León: 'Dirigir las nubes'. 2008-2017. Foto: Cortesía Glenda León Estudio

Glenda León: 'Dirigir las nubes'. 2008-2017. Foto: Cortesía Glenda León Estudio

Arte

¡Que viva el surrealismo! Las nuevas generaciones de paranoico-críticos ya están aquí

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Un extrañamiento que enuncia un encuentro inesperado. Sincronías y serendipias, pesadillas fascinantes, sueños aterradores. Pensamiento mágico acechando. Encontrarse por todas partes con ese maldito símbolo. El Sol y los Enamorados cerrando la tirada de tarot. Un sudor frío ante la catastrófica torre invertida. Si han experimentado alguna de estas situaciones, forman parte de la nueva ola surrealista.

Dalí se atusa el bigote con complacencia desde su tumba de Figueras. “Le Surrealisme c’est moi!”, dijo una vez. Ahora lo somos todos. ¿Por qué no podemos escapar de la seducción de su influjo?

“Estamos viviendo momentos muy difíciles. Y en esta complicación el surrealismo ofrece una vía de escape. En arte se ha despertado mucho interés en prácticas pararreligiosas, momentos donde prima la necesidad de reencontrarse, donde lo colectivo destaca como método de trabajo: una superación de voces claras, en vez de cacofonías no necesariamente discursivas...”. Así lo explica Martí Manen (Barcelona, 1976).

Manen comisarió el pabellón español de la Bienal de Venecia de 2015 en el que la figura de Salvador Dalí dialogaba con los artistas contemporáneos Cabello/Carceller, Pepo Salazar y Francesc Ruiz.

Chema Madoz: ' Sin título', (2022). Foto: Cortesía Galería Elvira González

Chema Madoz: ' Sin título', (2022). Foto: Cortesía Galería Elvira González

Este movimiento nacido en Francia tras la Primera Guerra Mundial legitima la realidad sublimada, lo que es, sin duda, el material del que se nutre el arte. El surrealismo descalabra las lógicas empíricas dando cabida a otras formas de mirar, sentir o narrar, y cuya vigencia, un siglo después, aún late.

El interés por el surrealismo nunca ha desaparecido, siempre resurge”, nos cuenta el artista, escritor, comisario e investigador David Maroto (Valdepeñas, Ciudad Real, 1976). Desde 2011 colabora con la comisaria Joanna Zielinska en el proyecto The Book Lovers, dedicado a la investigación sobre las distintas maneras en que la novela de artista se articula como un lenguaje propio dentro de las artes visuales.

“En mis proyectos hay un deseo de no cerrar formas. Lo equivocado puede ser productivo”.
Martí Manen

“Cuando -añade- uno introduce elementos tales como el tarot, el juego, la magia o lo arcano, es inevitable no tener en cuenta el legado surrealista. Estas son nociones presentes en artistas como Leonora Carrington, Dorothea Tanning, Ithell Colquhoun y Leonor Fini”. Todas estas autoras, por cierto, escribieron novelas. Maroto afirma que el surrealismo sigue siendo una referencia fundamental para la escritura de los artistas visuales.

Lo onírico, lo esotérico, lo erótico, lo siniestro, el juego, el humor, lo inconsciente, la ebriedad, el azar, la poesía o las utopías han construido una narrativa esférica que envuelve de magia lo cotidiano.

David Maroto: 'Prop Tables' 2020. Foto: Cortesía del artista

David Maroto: 'Prop Tables' 2020. Foto: Cortesía del artista

El surrealismo “permite observar y comprender la realidad de otro modo”, apunta Manen. “No todo tiene por qué ser funcional, hay un interés por lo poético y un juego sensual conectando obra y público. Me interesa la reacción casi física que logra el surrealismo, cómo nuestros cuerpos responden y cómo la mente se deja llevar. En muchos de mis proyectos curatoriales hay un deseo de no cerrar formas, de algo amorfo que se va definiendo. Lo equivocado puede ser productivo”.

Aunque el surrealismo en sí haya evolucionado conceptual y semánticamente, resuena en nuestros imaginarios contemporáneos. Su repercusión ha ampliado los horizontes del arte, no solo el audiovisual sino la moda, el diseño industrial o textil, la publicidad, las redes sociales e incluso la música.

Pensemos en la cantante Björk, en los fabulosos vestidos de Iris Van Herpen, en los escultóricos accesorios diseñados por Daniel Roseberry para Schiaparelli, en las campañas publicitarias desmesuradas y absurdas de los bolsos Jacquemus, en las atmósferas indescifrables del cineasta David Lynch, en las preciosas porcelanas y muebles del estudio Fornasetti o en la dramaturgia radical de Angélica Liddell.

El legado estético del imaginario occidental está plagado de herencias surrealistas como un manifiesto que abraza y se nutre de lo inexplicable.

Marina Núñez: ' Fuera de sí. Supernova, Silvia', 2017. Foto: Cortesía de la artista

Marina Núñez: ' Fuera de sí. Supernova, Silvia', 2017. Foto: Cortesía de la artista

Nuestros cubos blancos continúan llenándose de piezas paranoico-críticas: son famosas las composiciones fotográficas de Chema Madoz o de Joan Fontcuberta, quienes presentan un mundo verosímil a la par que hechizante, el primero desde la conjunción de objetos imposibles y el otro creando coherentes narrativas, aunque ficcionales.

También Gregory Crewdson es mundialmente conocido por su fotografía escenificada que recuerda fotogramas de películas donde lo familiar deviene desconocido e inquietante.

“Convertir lo político en estético y lo estético en político es la labor del surrealista”. Sánchez Castillo

La performance es una buena atalaya desde donde experimentar, como hacen Los Torreznos, el dúo madrileño en el que el absurdo, el humor y el juego del lenguaje es llevado al paroxismo, y que, por cierto, acaban de presentar en el Teatro del Barrio su nuevo espectáculo llamado La Realidad.

No se puede olvidar tampoco al artista italiano afincado en Suiza Gianni Motti, quien se adjudicó la autoría de varios desastres naturales, habló en nombre del pueblo de Indonesia en la Convención de Derechos Humanos de las Naciones Unidas o llevó a cabo un ataque telepático para provocar la dimisión del presidente colombiano Semper.

Motti es un mago en llevar los métodos surrealistas al delirio. Sin Dalí como precedente, showman, polemista y performer, su trabajo nunca hubiera existido.
En escultura la recientemente fallecida Rebeca Horn presenta una indudable influencia de Duchamp o Jean Arp, que ella siempre ha reconocido.

La incombustible Yayoi Kusama cita a menudo a Yves Tanguy o al pintor André Masson, incluso Louise Bourgeois enraíza sus esculturas en el inconsciente más descarnado.
Me encantan las cosas que provoquen por su irracionalidad, porque es así como se despierta la mente del espectador” nos relata la artista Glenda León (La Habana, 1976).

Fernando Sánchez Castillo: 'Arquitectura para caballo', 2004. Foto: Cortesía del artista

Fernando Sánchez Castillo: 'Arquitectura para caballo', 2004. Foto: Cortesía del artista

Desde Madrid, su lugar de residencia, crea reflexiones plásticas que cambian nuestro enfoque y hablan de búsquedas sensoriales y visiones místicas en las que se desintegra el yo.

Marina Núñez (Palencia, 1966) conecta también con este imaginario. “Me ha interesado siempre ese aire de realidad incierta, borrosa, cambiante, discontinua, enigmática. Creo que eso le confiere una dimensión subversiva, porque la extrañeza siempre supone un desafío a la normalidad establecida”.

Núñez construye imaginarios distópicos y ciencia ficcionales utilizando muchas de las estrategias surrealistas, porque la vida es sueño y el sueño, ahora inevitablemente, es también vida.

“Walter Pilar, Martin Sturm y Paolo Bianqui definen como Skurrealismo (del alemán extraño) esta actitud festiva, humorística de extrañamiento propio y que lee en claves estéticas complejos fenómenos poético-políticos…”.

“Bajo la apariencia de control y plenitud, somos excéntricos, fragmentados y fluyentes”. Marina Núñez

Esta variante es introducida por Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 1970), quien utiliza el surrealismo como arma política en piezas rotundas y sorprendentes. Castillo compró los restos del yate Azor, propiedad de Francisco Franco, para convertirlos en pieza y para reflexionar en torno a la libertad, la guerra o el poder.

“Convertir lo político en estético y lo estético en político es la labor del surrealista. Mi pieza Síndrome de Guernica descompone de esta manera un objeto histórico como el Azor en cubos que se disponen de manera diferente según el contexto, una formalización inaprensible que nos habla de las posibles formas que puede adoptar a día de hoy la dictadura y sus elementos”.

No olvidemos que el surrealismo surge como una revolución, una herramienta para repensarnos políticamente, un laboratorio para diseñar utopías. De hecho, pretendía atentar contra el orden lógico, moral y social.

“Ballets para camiones de policía, robots artificieros que pintan y realizan esculturas... Fuerzas de control liberadas de sus funciones mostrando mundos utópicos solo formulados por potencias oníricas”. Así describe su trabajo Sánchez Castillo.

Chema Madoz, 'Sin título', (2023). Foto: Cortesía Galería Elvira González

Chema Madoz, 'Sin título', (2023). Foto: Cortesía Galería Elvira González

Reconoce que utiliza las estrategias surrealistas como bálsamo y camuflaje, para poder contactar con las generaciones del pasado y del futuro, como “una labor mediática o mediúmnica”.

El surrealismo imaginó las utopías, pero también los cuerpos como voluntad de poder, capaces de hibridarse con cualquier otro ser o especie. Pensemos en las pinturas renacentistas de Arcimboldo, en El Bosco, en Durero, innegables precursores surrealistas.

Marina Núñez incide en la experiencia corporal surrealista: “Me atraen de este movimiento algunas de sus iconografías: los cuerpos blandos, metamórficos, sin límites, fusionados…, que sugieren que, bajo la apariencia de control y plenitud, los seres humanos somos excéntricos, fragmentados y fluyentes”.

Núñez está plagada de referencias a Max Ernst, Leonora Carrington, Dorothea Tanning, René Magritte, Remedios Varo, Salvador Dalí o Luis Buñuel.

Glenda León: 'Writing in my head', 2012. Foto: Cortesía Glenda León Estudio

Glenda León: 'Writing in my head', 2012. Foto: Cortesía Glenda León Estudio

“La instalación que expuse en Matadero en 2015 percibe esta magia, un acto de alquimia, donde los cuerpos se transforman, se disuelven con el entorno”, nos relata Glenda León sobre su trabajo videográfico centrado en lo corporal, en el que la respiración, pausada, ujjayi, deviene transformación.

Monstruos futuristas, hadas cyborgs, demonios fantasmales, personajes mitológicos reversionados para aterrarnos y enamorarnos piensan nuestros cuerpos en situaciones imposibles.

Las infinitas posibilidades del organismo surrealista, precedido por sus cadáveres exquisitos, esas composiciones a varias manos, también se convierten en precedentes transgénero y han inspirado a autores como Donna Haraway o Paul B. Preciado adelantando movimientos como el posthumanismo, que propone repensarnos como especie ayudados por la tecnología y la genética.

Bienal de Venecia. Año 2022. Leonora Carrington articula el discurso del Programa General comisariado por Cecilia Alemani, a través de su relato The Milk of Dreams, que habla de seres mutantes e imagina un mundo en metamorfosis constante, en el que cada cual puede cambiar y adoptar una nueva forma.

Las obras de Claude Cahun, Maya Deren, Dorothea Tanning, Meret Oppenheim, Sophie Taeuber-Arp y muchas otras olvidadas inundan el Arsenale.

La gran cita del arte mundial reivindicaba la vigencia del surrealismo. Los afectos, el trauma, el ritual o la locura se convierten en temas esenciales y lo irrelevante deviene acto de resistencia política. La Sacerdotisa, el Carro, los Enamorados.