Le Corbusier, poesía del espacio
Pabellón exterior, Museo Heidi Weber. Derecha, Vasos y libros, 1928. Foto: Luis Asín
Con motivo del centenario del nacimiento de Le Corbusier, el Museo Reina Sofía organizó en 1987 una extraordinaria exposición sobre el maestro. La muestra recogía buena parte de su producción como arquitecto, urbanista, dibujante, diseñador, escultor y pintor, y en ella se pudieron ver desde sus primeros dibujos realizados en La Chaux-de-Fonds hasta sus monumentales edificios construidos en la India: una abrumadora muestra que sólo por su suma y acumulación, dejaba bien claro todo su poderío creador y poético. Veinte años después, el museo invierte la situación en una exposición más compleja: si entonces la suma de las partes, las ideas, los mecanismos y las disciplinas hacían un todo, ahora en una única obra, la Maison de l’Homme, el todo nos muestra las partes.La síntesis de las artes lecorbuseriana se desmenuza en la soberbia colección Heidi Weber de Zúrich en forma de óleos, tapices, mobiliario y esculturas. En Le Corbusier los cuadros se inician con la geometría oculta de las matemáticas y el dibujo; el dibujo se hace escultura y la escultura se convierte en cuadro; los mecanismos de su pintura dan las claves de su arquitectura y en ella, el color de los objetos rompe o fija los volúmenes tornando de nuevo en cuadros, en una búsqueda, igual que sus sentimientos -nos dice-, "dirigida hacia aquello que es el principal valor de la vida: la poesía" y añade, "lo que permanece de las empresas humanas no es lo que sirve, sino lo que conmueve". En su visita descubriremos los papier-collage propios del cubismo, a Léger en los rostros de sus personajes, el mar convertido en balancín, la Mano Abierta, símbolo de paz, un hermético Le Poème de l’Angle Droit o al propio Le Corbusier autorretratado en la figura del cuervo.
En una exposición en la que se ha hecho el esfuerzo de presentar las obras en una escala humana y recogida, siguiendo los planteamientos de Le Corbusier sobre cómo debía contemplarse una obra de arte, y en la que incluso el montaje de las piezas emula la construcción del pabellón, se echa en falta la luz natural siempre presente en su obra y se hace extraña una rampa situada en el centro de la sala pues, sin sentido espacial alguno, incomoda, además, en la observación del magnífico vídeo de la muestra. En él podrán descubrir el proceso de creación del edificio, desde la producción de las piezas hasta su colocación, con un momento de especial intensidad: el levantamiento de la cubierta.
La cubierta se monta y ensambla en el suelo para después elevarse, mostrando su independencia respecto al resto del edificio aún no se ha construido. Una imagen que pone de manifiesto la independencia con la que Le Corbusier armaba su arquitectura, el entendimiento de las partes que se convertían en indisoluble todo. Una imagen que se mezcla y confunde con el recuerdo de las magníficas fotografías que nos muestran la cubierta metálica de la Neue Nationalgalerie de Berlín, el último gran edificio construido por Mies van der Rohe en 1967.
Casi coincidentes en el tiempo, los dos grandes maestros de la arquitectura del siglo XX ponen en pie planos que definen el espacio bajo ellos: el de Mies, una vez más, horizontal; los de Le Corbusier inclinados, como hará tantas y tantas veces en las numerosas rampas que llenan su inagotable mundo arquitectónico y nos enseñan en su recorrido la poesía que rebosa en sus espacios.