Helen Mirra, leyendo horizontes
Hourly Field Notes, 10 october, Dakesawa, 2012
La Fundación Culturgest, con sedes en Lisboa y Oporto, dedica una amplia exposición a Helen Mirra, una de las artistas más sugerentes hoy en su mirada sutil a la naturaleza.
A mediados de los 90, Mirra emprendió un modesto e introspectivo análisis del espacio exterior de hondas declinaciones románticas. Y lo hizo desde la sobriedad minimalista y el rigor conceptual en una estrategia aparentemente contradictoria, que compartió con no pocos artistas del momento y que circuló con vigor amparada en el legado de artistas como Susan Hiller o Bas Jan Ader, que ya en los 60 y 70 apelaban a la racionalización y sistematización de la experiencia subjetiva.
Esta exposición que ahora se le dedica en las sedes de Lisboa y Oporto de la Fundación Culturgest muestra con nitidez todas las facetas de su obra, entre las que conviene destacar, por un lado, su fascinación por la cartografía y los diferentes sistemas de medición del mundo y, por otro, el carácter manual, anti-monumental y profundamente analógico con el que ese interés se hace visible.
Vista de la exposición
La neoyorquina emprende paseos por parques, bosques y montes que planifica previamente con minuciosidad. Decide caminar cierto número de horas tomando muestras y realizando acciones en momentos y situaciones específicos. Un día busca piedras cubiertas de líquenes y musgo cuyas tonalidades se asemejen a los ocres y verdes de su propia ropa. Otro día camina por el bosque y toma una hoja y la estampa sobre un papel. El método es esencial en su obra.En un proyecto realizado en la Renaissance Society de Chicago quiso representar un trozo de cielo. Lo hizo siguiendo precisas fórmulas matemáticas y complejos sistemas de cálculo que dieron lugar a una alfombra formada por tejidos triangulares de color azul añil. Cualquiera que esté familiarizado con la obra de Helen Mirra no dudará de que la pieza está hecha con el mayor rigor a pesar de las licencias a las que puede acogerse siempre un artista.
Hay algo que, sin embargo, que debemos tener en cuenta. Si para Long el medio es la escultura y para Fulton lo es la fotografía, para Mirra el medio es el espacio expositivo, sin desdeñar el white cube. A sus impecables suelos y sus ángulos traslada piedras, tejidos, palés y demás materiales y, como los índices en los libros, que designan la ubicación de una idea o contenido concretos, estos objetos remiten austeramente, ya descontextualizados, a la experiencia que fue.
El concepto de índice es central en el trabajo de Mirra, algo que atestigua con claridad esta exposición. En ella predominan las conocidas cintas de algodón de un ancho de 16 mm, en claro guiño al cine analógico. Sobre ellas, mecanografiadas, aparecen unidades aisladas de un índice que remiten, también desjerarquizadas, a un todo mayor. Cosidas entre sí por la propia artista, las cintas forman largos frisos a lo largo de los muros del espacio, y nosotros los avistamos como si fueran líneas del horizonte. Si tienen varios colores será porque la artista posiblemente haya tratado de medir, a escala, la latitud de un mapa. El azul evocará el mar, el blanco la nieve, el verde los bosques.
En otra cinta, la artista hace una descripción textual subjetiva de cada escena de un clásico del primer cine, El Acorazado Potemkin. Estas cintas, como muchos otros trabajos en el conjunto de su obra, sugieren un viraje desde la experiencia estética hacia una dimensión más conceptual. La cinta de 16 mm de ancho ya no necesita de la luz para proyectarse. Sólo tienen que ser leídas.