Destellos narrativos en la Bienal de Liverpool
Una de las obras de Koenraad Dedobbeleer en Cains Brewery
Dividida en episodios y con la participación de 44 artistas, el festival de arte contemporáneo británico, el más importante en la Islas, presenta una exposición inspiradora y brillante.
La bienal ha sido organizada por once comisarios que han seleccionado a 44 artistas. Habrán predominado las directrices del lituano residente en Bruselas Raimundas Malasauskas y del director de la Tate de Liverpool, el italiano Francesco Manacorda, pero once comisarios se antojan muchísimos, y sólo así se entiende que el proyecto parezca tan wordy, como dicen los ingleses, tan verborreico. Me hablaba un pintor hace poco sobre su obsesión de mantener la imagen cerca de la superficie, de que no se enrede en la pintura, de que lo pictórico, en suma, no se imponga sobre lo pintado. Los comisarios de esta bienal, y de muchas otras, imprimen a sus proyectos una sofisticación discursiva que pone en riesgo la experiencia que desprende la exposición, como si de su pátina de complejidad dependiera su legitimación. Cuando esto ocurre, discurso y experiencia renuncian a la empatía y toman cada uno su propio camino. Esta bienal de Liverpool es una exposición incontestable, inspiradora y por momentos bellísima, de una modestia y una honestidad notables, pero creo que al ejército de curators que la firma le sobra algo de retórica, como la materia que aleja la imagen en los cuadros de mi amigo pintor.
Estatua de Apolo en Tate Liverpool. Foto: Roger Sinek
Llamar "episodios" a los asuntos en torno a los que gira esta bienal implica fragmentarla, como parece evidente. Pero los episodios aquí no están necesariamente ligados entre ellos, no se encadenan en la continuidad que caracteriza la novela tradicional o la trama de una película. Citan más bien el formato de algunas series de televisión y novelas como la monumental saga The Familiar, del norteamericano Mark Z. Danielewski, en las que las tramas se condensan en episodios que no necesitan otro precedente y otro posterior sino que tienen entidad narrativa por sí mismos. En la Bienal hay sedes en las que se trata sólo uno de estos episodios, como la Tate Liverpool, dedicado a la Antigua Grecia, pero hay otras, como la formidable Cains Brewery, en las que convergen dos y hasta tres, creando un cruce de historias complejo y exigente, inconexo en apariencia pero sugerente en sus múltiples insinuaciones.En la Tate Liverpool puede verse un rico conjunto de esculturas y estatuaria clásica perteneciente a la colección de un tal Henry Blundell, que compró un vasto material arqueológico en Italia a principios del siglo XX. Estas adquisiciones fueron coetáneas de la construcción de un número importante de arquitecturas de tradición clásica, muchos de ellos emblemas de la ciudad, como The Oratory, una de las sedes de la Bienal. Tras un primer vistazo, las esculturas del señor Blundell presentan un aspecto extraño. Advertimos que tienen añadidos de otras esculturas, como si hubieran sido objeto de un raro mestizaje tras haber sufrido procesos de restauración asombrosamente imprecisos. Todas ellas se alzan sobre un dispositivo de montaje diseñado por el artista belga Koenraad Dedobbeleer (1975), un conjunto de estructuras de metal de un rosa ácido y maderas neutras. Parecería como si el belga, conocido por su formalismo irreverente, fuera aquí el clásico, y que de las esculturas bastardas hubiéramos de esperar una reacción a ese clasicismo, tal es la inversión de roles a la que se acogen. Es la idea central de buena parte de esta bienal, que se da con nitidez en la salas de la Tate, donde el pasado, el presente y el futuro se enmarañan frustrando toda lectura lineal.
Alisa Baremboym: Locus of Control, 2016
Los hermanos iraníes Ramin y Rokni Haerizadeh (de quienes ya hablamos en estas páginas con motivo de una bienal en Sharjah en la que tuvieron un rol importante) y su joven compatriota Hesam Rahamanian tienen obra en casi todas las sedes. Como las esculturas griegas de la Tate, son pastiches barroquizados; nos hablan de desplazamientos culturales literales y figurados. Sus obras han llegado a la Bienal desde su exilio en Dubai y esas obras sirven de contenedores de otras obras, suyas o pertenecientes a su propia colección. El suyo es un verdadero menudeo de tramas narrativas, con historias incrustadas en otras historias, muchas contadas por ellos mismos y otras narradas por otros artistas, que engullen vorazmente sin reparo.
Krzysztof Wodiczko: Guests, 2009
Tienen los iraníes una participación especialmente activa en la antigua cervecera de Cains Brewery, un espacio industrial en el sur de la ciudad. Es una de las sedes más potentes, con casi todos los episodios en efervescente actividad. Se impone en el espacio una gran estructura en espiral de Andreas Angelikadis que da sentido al conjunto, y en la que se citan tres episodios: Chinatown, Flashback y, en el centro, The Children's Episode. A este se accede a través de "portal" de Celine Condorelli, que solo puede ser atravesado por niños (la obra de la italiana gira en torno a una inspección liminar del tema del umbral). Una vez dentro, un estupendo vídeo de Marvin Gaye Chetwynd rodado con niños y adolescentes de Liverpool en las calles de la ciudad apela al carácter asincrónico de la narración, que evoca, a su vez, la del conjunto de la sala.La siempre incisiva obra de Krzystof Wodiczko puede verse con amplitud en FACT, donde se han reunido trabajos de muy diferentes épocas del artista. Se enmarcan en el episodio del Flashback, y sobresale en ella la poderosa instalación Guests, que, con su tono espectral e hipnótica, acude al asunto de la inmigración y los refugiados. Está francamente bien montada la pieza, ambiciosa y compleja, y reta a quien a ella se enfrenta con su juego de presencias y ausencias, con su tránsito entre la opacidad y la visibilidad en el que se enredan siempre los desplazados.
Finalmente, no podemos dejar de mencionar el más logrado Monument from the Future, el alzado por Lara Favaretto en Toxteth, un barrio deprimido en el sureste de la ciudad. Está de algún modo ligado al proyecto de Wodiczko, pues está dirigido a los solicitantes de asilo, pero su visibilidad es poderosa, frente al carácter etéreo de la instalación del polaco. Se trata de un gran bloque de granito que, sorprendentemente, es una hucha cuya recaudación final irá a parar a una pequeña organización local llamada Assylum Link Merseyside. La pieza es adusta, evoca un lejano pasado con su carácter totémico; se nos cuenta que está pensado desde el futuro, pero desprende una apabullante sensación de presente, con una escala extraordinariamente bien lograda que sitúa en un plano de empatía a espectador, obra y contexto.
@Javier_Hontoria