Image: Arquitectura, performance y humor

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Arte internacional

Arquitectura, performance y humor

Pabellones nacionales

19 mayo, 2017 02:00

Anne Imhof: Faust. Pabellón de Alemania. Fotografía: Francesco Galli

Puede que la idea de los Pabellones nacionales haya quedado trasnochada hace mucho tiempo, pero visitar los de los países que eran potencias mundiales hace más de un siglo sigue siendo una buena fórmula para acceder a las mejores producciones de arte contemporáneo. Producciones -y no meras exposiciones- en el sentido más amplio. Porque si algo deja claro el paseo por los Giardini es la importancia de la remodelación o transformación arquitectónica del propio pabellón como base imprescindible para plantar el proyecto. Tampoco valen ya las meras instalaciones, demasiado vistas para la élite del sistema global del arte que se congrega estos días en Venecia: críticos y comisarios, directores de museos y artistas, que son los auténticos destinatarios, y que seguirán llegando hasta el cierre de la Biennale el 26 de noviembre.

El cuestionamiento arquitectónico venía fraguándose en las últimas ediciones, con algunas remodelaciones. Pero en esta edición constituye el corte entre ser y no ser, entre lo excepcional y lo solo correcto. En Canadá, Vajiko Chachkhiani ha sido radical: una fuente parece haber destrozado el entablamento de la cubierta mientras un viejo reloj de pie hace agua por todas partes. Una operación efectista a favor de la naturaleza, en realidad cercana a otros países nórdicos, en cuyos pabellones la vegetación va invadiendo cada vez más el espacio. ¿Otras soluciones sencillas? La artista Cinthia Marcelle ha montado una rejilla inclinando el plano de todo el pabellón brasileño, que han de subir los visitantes para descubrir el vídeo realizado con Tiago Mata, montado sobre el suelo con unos amotinados sobre un tejado. En Corea, Cody Choi ha transformado la fachada en un burdel con neones luminosos. En el pabellón de Grecia, se ha diseñado en la antesala un elegante y espejado laberinto en blanco y negro. Australia muestra parcialmente en un flanco de su fachada el espléndido vídeo de Tracey Moffatt sobre los migrantes que mueren atravesando mares ante la mirada espantada en fotogramas tomados del cine de Hollywood.

La consecuencia de ese corte entre ser y no ser es, por ejemplo, la minimización de la estupenda retrospectiva de la pionera conceptual Geta Bratescu (que hace poco pudimos disfrutar en el MUSAC) en el pabellón de Rumanía. Como también ocurre con los interesantes proyectos de recuperación de la memoria histórica de Sharon Lockhart en el pabellón de Polonia, o en torno a una modelo de Giacometti en el pabellón de Suiza.

Otra vía es la inmersión absoluta, forzada por la instalación multimedia con elementos escultóricos y videoproyecciones en movimiento, en una dinámica coreografía que desfigura totalmente el espacio, como ocurre en el divertido show montado por Erkka Nissinen y Nathaniel Mellors en el pabellón de Finlandia.

Phyllida Barlow: Folly. Pabellón de Gran Bretaña. Fotografía: Francesco Galli

Pero vayamos con los grandes. La escultora de setenta y dos años Phyllida Barlow con la fuerza de sus materiales de reciclaje ha doblegado el interior y el exterior del Pabellón de Gran Bretaña, demostrando por qué una artista cuya carrera transcurrió en tercera fila hasta 2010 -cuando fue reclamada por la potentísima galería Hauser & Wirth-, tenía que protagonizar esta Bienal dirigiéndose directamente a las vísceras de la experiencia estética. Tampoco el pintor negro Mark Bradford, además de sus monumentales telas, se ha abstenido de que su Medusa invadiera y desfigurara los rincones más recoletos del pabellón de Estados Unidos. Y también el gran Theatrum Orbis de Grisha Bruskin es invasivo, con sus proyecciones dando vueltas y vueltas. Hay aquí muchas metáforas y mensajes críticos acerca del mundo que vivimos.

Pero quizás la imagen más expresiva del estado del sistema del arte actual sea la planteada por Anne Imhof, joven revelación desde que fuera premiada por la National galerie berlinesa en 2015. En el pabellón alemán, que ha sido rodeado exteriormente por una estructura de rejas metálica, los visitantes pasean sobre un suelo de vidrio bajo el que se desarrollan angustiosas performances, confrontando la brutalidad de nuestra época con seco realismo.

Erwin Wurm: Brigitte Kowanz. Pabellón de Austria. Fotografía: Francesco Galli

Porque la otra clave de esta edición, abundando en la tendencia marcada en las precedentes Documenta y Bienal, es la performance en todas sus vertientes y, si puede ser, participativa. Tal vez la crítica "instalación de instalaciones" ¡Únete! Join us! de Jordi Colomer en el pabellón español haya quedado algo fría con un montaje esforzado pero desacogedor. Un año más, Francia insiste en las veladas musicales, en un maravilloso pabellón reconvertido en elegantes cajas acústicas, a cargo de Xavier Veilhan. Dinamarca invita a escuchar una obra de teatro que se desarrolla prácticamente a oscuras. Muy superada por el inolvidable paseo en barca por los canales del barrio de Castello con el relato de una veneciana invidente ofrecido por el proyecto de Antoni Abad La Venecia che non si vedeen el pabellón catalán. Y Túnez tiene sólo unas casetas, pero te extienden un pasaporte como migrante "humano", de procedencia y destino desconocidos.

Aunque el gran ganador en esta apuesta es Erwin Wurm. Quizás su camión-terraza chocado e izado sobre el suelo a la entrada del pabellón de Austria no haya sido su mejor idea. Pero los visitantes disfrutan como fans introduciendo brazos, piernas, trasero y cabeza por los agujeros de su roulotte en el interior y posan siguiendo las indicaciones de sus dibujos en posturas inconvenientes, relajadas y ridículas mientras son fotografiados por el resto. De todas formas, se vaya por donde se vaya, por los Giardini, el Arsenale y el resto de Venecia, salen al paso todo tipo de performers: indios siux bailando a la cabeza de largas filas de cosmopolitas, grupos de hombres con monos azules y lemas artísticos, mujeres que friegan una losa y varones que acaban de volcarse sobre la cabeza un tazón de pigmento. Porque el arte, hoy, además de reflexivo y emocional, también tiene que ser divertido.

@_rociodelavilla