La pintura necesaria de Arikha
Arikha es un dibujante excepcionalmente dotado, capaz de dibujar con igual precisión con pegotes de pintura que con líneas. De lo primero son ejemplos asombrosos los dibujos de orquestas e intérpretes de 1979 y 1980. Su mirada, en retratos, fragmentan el mundo con ángulos y encuadres inesperados, representan rincones anónimos, fijan indeleble aquello sobre lo que la vista pasa de largo. La realidad habita en sus cuadros con indefensa dignidad. Me recuerdan la frase de María Zambrano: "Nada real ha de ser humillado". Ahí está una tostada quemada y un trapo azul sobre un cocina vieja, pero "ni el mismo Salomón en todo su esplendor" se vería más hermoso sobre su trono. A su vez, los retratos, los variados de su esposa, su autorretrato, son particularmente intensos e igualmente ricos de colorido. Una claridad especial late en los lienzos de Arikha y con ella se envuelve siempre un trozo de biografía: la de una sala, una mujer, un sombrero o una banqueta.
Avigdor Arikha (Radautz, Rumanía, 1929) niño aún, logró escapar del Holocausto, se formó en Israel y ha residido durante muchos años en París y Londres. En su juventud se sintió influido por la llamada Segunda Escuela de París y en la actualidad es en la figuración inglesa donde encuentra personalidades comparables a la suya. Arikha es, a mi juicio, uno de los más notables pintores figurativos de este fin de siglo y ésta su primera exposición individual en España. Las cuarenta y cuatro obras seleccionadas, entre óleos, pasteles y dibujos, son una muestra excelente de su trabajo entre 1986 y la actualidad. En definitiva, se trata de una exposición absolutamente recomendable.