Vieira da Silva, el aliento del vacío
Brumas de calor, 1957. Óleo sobre tela, 53 x 116
Fallecida el 6 de marzo de 1992, a los ochenta y cuatro años de edad, la artista portuguesa María Helena Vieira da Silva había protagonizado el año anterior una importante retrospectiva organizada en Madrid por la Fundación Juan March. No era la primera vez que algunas de sus obras podían contemplarse en España, pero sí, al menos que yo recuerde, fue la exposición más importante dedicada aquí a su obra. Ahora, en directa colaboración con la que fue su galería, Jeanne Bucher, y con el comité de la fundación dedicada al matrimonio Arpad Szenes-Vieira da Silva, comisariada por Martine Soria, llega a Bilbao una modesta selección de veinticinco cuadros, fechados entre 1937 -el año de su segunda exposición individual parisina- y 1990, que recorre, sin embargo, su trayectoria completa.Considerada como una de las figuras centrales de la Escuela de París, Vieira da Silva pertenece a un muy numeroso grupo de artistas internacionales afincados y formados en la capital del Sena que entre el convulso período precedente a la Segunda Guerra Mundial y la década que siguió a ésta cultivaron una abstracción delicada, a medio camino entre lo que los historiadores denominan "abstracción realista" y cierto lirismo figurativo, que en el caso de la pintora portuguesa remite por una parte a sus fascinaciones musicales primerizas y se extiende a su seducción por las formas arquitectónicas representadas fundamentalmente por su estructura lumínica.
Curiosamente, las tres obras que se nos muestran de su exilio brasileño durante el conflicto bélico, exhiben ciertos rasgos indígenas, marcados por una explosión cromática que aminorará progresivamente en su producción y a cuya conclusión, aparentemente, se entregaría a una dominancia del blanco o cuando menos de su traducción reflejada. Una preponderancia que acentuará, a la vez, otro de los rasgos centrales de su mejor producción, el aliento del vacío, de la no existencia de motivos que no sean un cierto misticismo de la ausencia que comparte con lo más elevado de la abstracción practicada al otro lado del Atlántico. De lo que fue el núcleo central de su trabajo y de sus preocupaciones, compartidas como he dicho con otros varios artistas del momento, revisados hoy, desde la perspectiva de lo ocurrido en la pintura, cabe resumirlos, por un lado, en un fuerte compromiso personal con las dolorosas y convulsas circunstancias políticas y sociales de la época y, por otro, apreciar, en la misma medida, las dificultades de aplicación de su sistema de facetización del cubismo más figurativo de anteguerra tanto a la representación narrativa como a su deriva fantasmática más abstracta.
Respecto al primer punto, no seré yo quien niegue mis simpatías para quien organizó, en 1939, una venta en su galería a favor de los hijos de republicanos españoles y, en 1975, a petición de la poetisa Sofía de Mello, realizó los carteles que celebraban el primer aniversario de la Revolución de los Claveles.