Carlos Franco, viaje al trópico
La gallinita ciega, 2001
La mirada del pintor es uno de los registros analíticos más intensos a disposición del ser humano. Con líneas y colores, esa mirada restituye dimensiones no vistas o inadvertidas de la experiencia. Aunque las tengamos continuamente ante nuestros ojos. Por eso, la auténtica pintura no es nunca mera reproducción de lo visible. Sino algo que va mucho más allá: el trazado de un arco de sentido, de desvelamiento. La construcción de un universo visual autónomo, que integra y sintetiza lo sensible y lo mental.Reconocido como uno de los mejores y más brillantes coloristas de nuestra pintura actual, Carlos Franco ha ido configurando su trayectoria artística a través de una insólita capacidad de síntesis que dota a sus trabajos de esa fuerza constructiva y visual que constituye el eje de gravedad de la pintura.
La exposición que ahora presenta en dos salas vecinas es un excelente ejemplo de esos aspectos que caracterizan su trabajo, así como del buen momento que atraviesa. El extraño título de la muestra: Aratabá-becúm, es una expresión en la lengua africana yoruba, contenida en un breve e intenso poema del gran escritor brasileño Raúl Bopp (1898-1984). El poema forma parte, junto a otros textos de poetas brasileños y siete serigrafías, de un libro de artista publicado con ocasión de esta muestra.
La expresión Aratabá-becúm alude a la figura mítica ancestral del árbol-elefante, a la que Carlos Franco da vida en una de las serigrafías, y constituye en sí misma todo un programa estético: nos sitúa en un contexto de encantamiento ritual. De modo que la pintura se convierte en un procedimiento de evocación y visualización de una tradición cultural distante y remota en la que, sin embargo, encontramos las cuestiones radicales de la vida, de la existencia humana.
El conjunto de las obras: lienzos de gran formato, piezas más pequeñas sobre cartón o papel, y las serigrafías, nos remite a un viaje al trópico, a la estancia del artista en las tierras brasileñas de San Salvador de Bahía. Pero ese viaje físico es, también, un viaje interior, de descubrimiento y encuentro. Lo ancestral africano-brasileño, resultado de un proceso de mestizaje cultural, viene a coincidir con esas otras expresiones humanas también ancestrales, presentes en nuestra tradición greco-latina, y que han sido igualmente objeto prioritario de atención para Carlos Franco.
El mito, los relatos tradicionales que dan sentido a la experiencia, resulta ser entonces el auténtico motivo de las piezas de la exposición. En ellas, el pintor se aventura como un explorador de las formas, para intentar plasmar según él mismo expresa "lo que no conocemos de lo conocido".
El punto de apoyo de todo el proceso es la aventura plástica: las figuras evocadoras y la rotundidad del color. éste es entendido en sí mismo como una dimensión positiva, lo que dota a algunas de las obras de gran formato de una rotundidad especial. Es el caso de El sueño del Poclión de manos hermafroditas, de Gallinita ciega o, sobre todo, de Noche de luna. La imprimación serigráfica y el acrílico dan un relieve y profundidad especiales a formas y figuras que parecen revivir reuniones rituales o ceremonias que se pierden en la noche de los tiempos.
Porque, en último término, la cuestión es ésta: buscar, dice Carlos Franco, "la máxima expresión de lo real", "lo máximo en lo mínimo". El goce exaltado de la figuración y el color que producen sus cuadros no son, por tanto, el término final de su propuesta. Son los materiales, los instrumentos de síntesis, que nos permiten avanzar en un camino de conocimiento. O también: un puente que nos conduce más allá de lo ya conocido. Al otro lado del color, al otro lado de lo real.