Image: Mireya Masó al natural

Image: Mireya Masó al natural

Exposiciones

Mireya Masó al natural

24 abril, 2002 02:00

Sin título, 2002

Tomás March. Aparisi y Guijarro, 7. Valencia. Hasta el 20 de mayo. De 780 a 5.410 euros

En los últimos proyectos de Mireya Masó (Barcelona, 1963), una secuencia de fotografías y la proyección de un vídeo estrechan el cerco entre el hombre y la naturaleza. Derivados del interés por las cuestiones contextuales de las que resulta y en las que interviene el arte, estos trabajos llevan al espectador a fijar la mirada en aquellos aspectos de nuestro entorno que, con frecuencia, pasan desapercibidos. Situada en un jardín inglés, Mireya Masó se convierte, a través de estas obras, unas veces en un topo que todo lo escarba cuando no levanta el vuelo y vierte una mirada de pájaro. Para ello no acude a un jardín cualquiera, sino que ha recurrido a aquel jardín, el inglés, que constituye el paradigma de la naturaleza domesticada dispuesta para ser sentida como salvaje. A medio camino entre Constable y Turner, estos trabajos circundan un espacio en el que suena el eco de las paradojas. Como en el jardín inglés, en estas obras la huella del ser humano está sin parecerlo o, al contrario, se da lugar a su presencia para hacerla, en apariencia, imperceptible. Por una parte, en las fotografías que llevan el título de It"s not just a question of artificial ligthting or daylight, Mireya Masó encadena una serie de acontecimientos, en apariencia naturales, tras los que se desvelan sucesos que, por minúsculos, resultan inquietantes. A partir de un calculado encuadre, a simple vista espontáneo, va hilando fragmentos de situaciones que están a punto de ser o que lo han sido, sin que el espectador tenga mayores referencias. Ese es el momento en el que se hace la magia.

Sin perder de vista la naturaleza, la proyección Garden"s Deligths lleva al espectador a reducir la perspectiva de su mirada. Desprovisto de un hilo narrativo, el visitante transita por las arenas movedizas de un paisaje en el que todo se extracta. Por él pasan las estaciones del año, y en él se detienen las dimensiones del día. De este modo, se ve obligado a moverse por un espacio laberíntico en el que han desaparecido las convenciones con las que poder orientarse. Incorporada a la imagen a modo de paradójico dispositivo, una serie de carteles va sucediéndose a lo largo del barrido de la cámara o, simplemente, aparecen sin previo aviso, para hacer notar que ese espacio es también obra de un hombre, arrastrado por la absurda idea de dominarlo todo.