Cristina Iglesias, jardines y laberintos
Sin título (Celosía VII), 2002
Después de su presentación en el Museo Serralves de Oporto hace unos meses, y antes de viajar al Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín, donde podrá verse de junio a agosto, Cristina Iglesias muestra una excelente selección de sus trabajos de los últimos años en una de las salas de arte contemporáneo más prestigiosas de Londres.Entre techos suspendidos, serigrafías de gran formato sobre planchas de cobre, doseles, celosías y habitaciones vegetales, el espectador es conducido a un recinto íntimo y secreto en el que sus pautas perceptivas habituales son puestas a prueba. Las cajas de cartón convertidas en extrañas construcciones forman en las serigrafías una especie de ciudad onírica, velada por el tono rojizo del cobre. Los techos desprendiéndose sobre nuestras cabezas nos hacen experimentar la ansiedad de la caída. Lo cerrado y lo angosto de los espacios que ocupan las celosías y las paredes vegetales nos llevan directamente a la sensación de lo oculto y lo prohibido.
¿Dónde estamos? Lo que da elevación y consistencia a la obra de Cristina Iglesias es esa intensidad poética por la que sugiere, sin afirmar abiertamente. Estamos, efectivamente, en un recinto secreto, en un jardín cerrado, que se sitúa en los estratos más profundos de nuestra imaginación y que toma cuerpo plástico en una voluntad de roturación global del espacio. Las piezas no valen, entonces, como objetos, sino como huellas o indicios de algo que está en otra parte, y que sólo alcanzamos a atisbar de forma fragmentaria.
En realidad, el argumento de la exposición, que a su vez constituye el núcleo central del trabajo de Cristina Iglesias, es el desplazamiento, el viaje, un viaje hasta el fondo de nosotros mismos, como puede advertirse en el vídeo Visita guiada, realizado en colaboración con Caterina Borelli, y en el que podemos apreciar cómo brotan las piezas en un deambular de la mirada que se convierte a la vez en tacto, en caricia de las superficies extrañas.
Y como puede advertirse en Behuliphruen, el nombre que Raymond Roussel dio a "un amplio y suntuoso jardín" en sus visionarias Impresiones de áfrica, y que en forma de homenaje Cristina Iglesias utiliza en una pieza "ambiental", que ocupa y desborda el espacio de una tienda fuera de uso situada en una esquina de una calle a cinco minutos de la Whitechapel y próxima a uno de los mercados más antiguos de Londres. El espacio comercial está literalmente "ocupado", atiborrado, por una mezcla de celosías y habitaciones vegetales, que pueden entreverse desde fuera a través de las vitrinas, sin que, lógicamente, sepamos de qué se trata. La mercancía del ensueño se ofrece así a los ojos atraídos por el asombro del paseante urbano, del explorador de la ciudad.
¿Laberinto o jardín? ¿Bosque o vegetación acuática? ¿Dónde estamos? El viaje, claro está, no es en realidad físico, sino viaje interior, atracción del enigma. Porque en el núcleo de todo está la palabra, su inscripción simbólica y fragmentaria en las celosías, su aparición entrevista en el trazado sinuoso del desplazamiento, de la sala de exposiciones al encuentro inesperado en plena calle. Así que no "estamos", fluimos en el universo secreto de los ecos ancestrales, por los jardines y laberintos del ensueño.