François-Xavier Courrèges: Muestrario de colores, 2000
El elegante Hôtel de Caumont en Aviñón es la sede de la colección de arte contemporáneo internacional de Yvon Lambert, marchante y galerista ya histórico (se instaló en París en 1967) pero aún en activo y comprometido con la actualidad. Inaugurado en 2000, el museo cuenta con 350 obras prestadas a la ciudad por un período de veinte años y desarrolla un completo programa de exposiciones temporales.
Yvon Lambert, adalid francés del minimal y el arte conceptual, ha sabido seguir la evolución del arte contemporáneo y, aunque fiel a sus antiguas querencias (tiene buenos conjuntos de obras de Robert Ryman, Brice Marden, Carl André, Gordon Matta-Clark o Douglas Huebler), está atento a los nuevos talentos, como demuestra su predilección por los jóvenes Vibeke Tandberg o Jonathan Monk. Ambos artistas ocupan un lugar relevante en esta exposición, comisariada por Eric Mezil, director del museo en Aviñón, y que es una versión muy abreviada de una reciente muestra organizada allí,
Photographier, clausurada en noviembre del año pasado. Lambert, que en los años 80 coleccionó básicamente pintura, se volcó en la fotografía y el vídeo en los 90. Además de los artistas aquí representados, tiene obras de Nan Goldin, Andrés Serrano, Roni Horn, los Becher, Sophie Calle, Philip-Lorca diCorcia, Andreas Gursky, Cindy Sherman y otras muchas estrellas de la fotografía reciente. Los contenidos de la colección favorecen las confrontaciones entre generaciones, práctica que se ha seguido en exposiciones precedentes. De ahí el título
De padres a hijos, con el que, se nos dice, se quiere expresar una relación no de rebelión o anulación del pasado, sino de filiación e influencias. éste suele ser un buen planteamiento de partida pero aquí parece que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino. Los padres son sólo tres: Bruce Nauman, con la serie
Holograma, de 1970, Douglas Huebler, con dos de sus "piezas variables" de principios de esa misma década, y Christian Boltanski, con uno de sus relicarios, de 1989, que le caracteriza más como hermano mayor que como progenitor. El resto es un grupo de artistas bastante jóvenes, nacidos a partir de mediados de los 60, cuyas relaciones con los anteriores son más que laxas y que, como en algunas otras exposiciones del programa oficial del festival de fotografía, no se acercan al lema
NosOtros. Identidad y alteridad sino parcialmente. Hechas estas advertencias hay que reconocer que el conjunto de obras presentadas es de lo mejor de PhotoEspaña, por su vocación internacional y por ser representativo de tendencias plenamente actuales. El montaje, por otro lado, saca partido a las difíciles salas del Centro Cultural de la Villa, que alberga además las exposiciones de Hannah Villiger y Jaume Blassi.
No todo son fotografías. Hay un vídeo de la finlandesa Salla Tykkä que utiliza un combate desigual como metáfora de las relaciones de poder entre géneros y generaciones y otro bastante flojo de la noruega Vibeke Tandberg, que se mueve mucho mejor en la fotografía digitalmente manipulada, con la que, como Tykkä pero con intenciones muy diferentes, hace referencia a la figura paterna. La vídeo-instalación está presente con las obras de Jonathan Horowitz (una asociación de las tragaperras y las comedias televisivas) y François-Xavier Courrèges (una declaración de amor multirracial). Entre las fotografías destacan las del irreverente británico Jonathan Monk, con una preciosa obra seriada de retratos antiguos que va del retrato individual a los cincuenta componentes, número a número, y las deformaciones y la escritura corporales de Douglas Gordon. Es ocurrente la única imagen seleccionada de Fiorenza Menini y sosas las dos de Slater Bradley.