Image: El fresco de Abraham Lacalle

Image: El fresco de Abraham Lacalle

Exposiciones

El fresco de Abraham Lacalle

7 abril, 2005 02:00

Un lugar donde nunca sucede nada, 2005

Espacio uno. MNCARS. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 8 de mayo

Abraham Lacalle (1962) ha sido y es uno de los pintores más brillantes de su generación, dotado de una facilidad deslumbrante para devorarlo todo y para hablar los lenguajes más diversos de la pintura. Es también uno de nuestros artistas más ingeniosos, con más chispa, y su incursión en el Espacio Uno del Reina Sofía no decepciona en este sentido. En vez de reunir simplemente unos cuadros, se ha atrevido a pintar un fresco, nada menos. Si fuera en serio, esta recuperación de la técnica más venerable de la pintura monumental sería insoportablemente pretenciosa; pero la cosa lleva una buena dosis de humor, como casi todo lo que hace Lacalle. El fresco se ha pintado sobre un muro (de 5 x 10 metros) construido ex profeso y que será demolido al final de la exposición, el próximo ocho de mayo. Se trata de un intento, entonces, de hacer pintura efímera, como ha habido otros (recuerdo hace unos años la serie Mnemosyne de José Manuel Ciria, creada sobre soportes de plástico que se degradaban al verse expuestos a la luz) que han cuestionado el estatuto de mercancía de lo pintado. El rasgo perverso de Lacalle consiste en que, para hacer pintura efímera, utilice la técnica del fresco, que precisamente ha simbolizado siempre las ambiciones de perennidad del arte, porque incorpora los pigmentos a lo más permanente: la arquitectura. En cuanto al hecho de que el mural haya sido realizado con la ayuda de alumnos de la Escuela de Artes y Oficios que han trabajado en esto durante tres semanas, parece una referencia a los talleres del Renacimiento y al mismo tiempo un guiño sobre lo relativo del estilo personal.

El mural se divide en seis "cuadros dentro del cuadro", con el borde dibujado en falso relieve, que recuerdan las escenas en que se dividían los frescos renacentistas, pero también las viñetas de un tebeo. La pintura de Lacalle siempre se ha servido de cierto guión narrativo; ahora, más abstracta, nos presenta como los escombros de un relato urbano, migajas grafiteras, con su perfume de barrio, callejero. Un repertorio de elementos triviales o deleznables representan lo bajo: unos cactus en el desierto que arrojan sus sombras, una caca pinchada en una flecha, un jinete andaluz de un anuncio, un coche de juguete (patas arriba), una estrella de mar, un monigote robot cubista, una serpiente que ha parido, unos ojos de besugo, un saltamontes, una flor. En esto se contraponen y se mezclan lo figurativo y lo abstracto, lo orgánico y lo geométrico, el color y el blanco y negro, los trozos mejor pintados y otros mal pintados adrede. Todo el mural está hecho de retales, como un collage o una labor de patchwork, algo a lo que por cierto la técnica del fresco se presta muy bien, pues un fresco se pinta así, a trozos, preparando cada día con cal la parte del muro en la que se pintará durante la jornada.

La exposición se titula Un lugar donde nunca sucede nada. Lacalle ha pintado muchas veces, obsesivamente, extraños espacios, como por ejemplo cárceles o aeropuertos; el lugar donde no pasa nada es esta vez, según el pintor, el "yo", la conciencia del individuo, del artista, parecida a un escenario o un escaparate vacío. Y lo que no "sucede" en ese ámbito es "la personalidad" en el viejo sentido sustantivo; el lugar del yo es un tejido intertextual de citas y pastiches. Si otras veces Lacalle ha hecho de Picasso su fetiche, ahora asoma más Dalí (los saltamontes que provocaban la fobia daliniana), pero también el último Guston, y el tardío Stella, evocado en los juegos de siluetas y patrones decorativos, y todo ello está hecho con una gracia enorme cuyo único riesgo es enamorarse de su propio virtuosismo.