Sergio Barrera
Serie contraluz nº 17, 2005
Una vez las vanguardias lograron expandir el campo de actuación del arte, situándolo en el territorio del "no-arte", no parece que la posmodernidad, que dio por liquidadas sus estrategias, haya logrado conquistar un territorio nuevo para redefinir el arte. La asimilación de sus logros, reducidos a un puro formalismo, no ha hecho sino escenificar la cita, la apropiación y la repetición, como respuestas a las exigencias del arte moderno. La ironía, el cinismo y la provocación han logrado purgar el formal engullimiento de las vanguardias y animar el descrédito del pesaroso intestino de los llamados a dar crédito a este arte moderno. En esa difícil tesitura podría situarse la obra de Sergio Barrera (Valencia, 1967), quien, a pesar de los pesares, sigue apostando por una pintura llevada a un quimérico campo de actuación en el que, a fuerza de aligerar formalismos, se reducen otras posibles estrategias. Con la serie Contraluz, Barrera presenta un conjunto de cuadros en los que insiste sobre los procedimientos que han definido su personal forma de entender una pintura abstracta. Situada al margen de las diatribas del arte posmoderno, aun cuando esta pintura ni es cínica, ni provocadora, ni pretende siquiera ser contestación, sí osa operar entre los movedizos límites de cierta formalidad que podría ser atendida como decorativista, y la afirmación, de otro lado, de la pintura como recóndita ventana a la que asomar las evocaciones del yo y sus múltiples poéticas. Desde esa arriesgada forma de maniobrar, cabe reconocer a un Sergio Barrera intrépido, que se agarra a las armas del pintor, conocedor de las técnicas. Veladuras, ordenaciones y estructuraciones varias, tapan y, al mismo tiempo, liberan en estos cuadros lo licuado para acabar de estampar un mínimo gesto que mueve a penas la pintura.