Image: Manuel Ocampo, pintura sin aditivos

Image: Manuel Ocampo, pintura sin aditivos

Exposiciones

Manuel Ocampo, pintura sin aditivos

Guided by Sausage or Setting the Course for the Embarrassing Theme

17 enero, 2008 01:00

Cristo Gusano con su nariz dentro de una Salchicha, 2008

Galería Tomás March. Aparisi y Guijarro, 7. Valencia. Hasta el 25 de febrero. De 18.000 a 21.000 E.

Crucifijos, penes, cruces gamadas, dinero, cuchillos, gusanos y excrementos son sólo algunos de los iconos ya recurrentes en la obra de Manuel Ocampo (Filipinas, 1965), y sobre los que el artista vuelve una vez más para abundar en las problemáticas de definición e identidad cultural. Voraz engullidor de imágenes, Ocampo acude a ellas para agitarlas, cambiarlas de lugar, recomponerlas y, finalmente, ponerlas en tela de juicio bajo la coartada de la pintura. Las obras que se presentan es esta exposición, bajo el sugestivo título Guided by sausage or setting the course for the embarrassing theme (Guiado por las salchichas o estableciendo el seguimiento de un tema embarazoso), son resultantes de otras muchas anteriores que se repiten a sí mismas, adoptando todo tipo de incestuosas relaciones hasta hacerse terriblemente viscosas. El carácter burlesco y satírico de estas imágenes, sus grotescas actitudes, así como su caricaturesca puesta en escena, en representaciones que tanto descienden a la categoría de lo escatológico como se subliman en la abyección, no resultan sino -en el modo en que se pintan- tiernas irreverencias. Es en ese espacio de indefinición, en esa ambigua escenificación, cuando lo pintado -en explícitas alusiones a la violencia, el sexo, la religión o la política-, se vuelve indigesto. Y es que en la cocina de este pintor se cuecen los productos en crudo y a fuego muy lento. No hay evanescencias ni vaporizaciones, la presentación de sus platos no ofrece artificios ni engaños, es sincera en su básica y honesta exposición, aun cuando pique, y resulte en exceso ácida o sazonada. Por ello, no debería resultar raro encontrar la salchicha de toda la vida junto a cráneos y crucifijos; es el vánitas de nuestro tiempo, el bodegón de siempre, que a veces tanto incomoda.

En ese sentido, cabe entender cómo Manuel Ocampo, más allá de ciertas estrategias apropiacionistas enarboladas por la posmodernidad, al modo de Otto Dix o George Grosz da cita en sus lienzos a imágenes de que no hacen sino recomponer, sin aparente orden ni concierto, un puzle en el que todo acaba encajando y cobrando un sentido desconcertante. Sin embargo, si bien en su pintura se pueden observar guiños y reojos, no se puede ver en ella ni las pretensiones eruditas ni el cinismo que caracterizan la pintura postmoderna, sino más bien una astuta forma de manierismo que escapa a cualquier encasillamiento. Sus citas y comentarios no son más que señuelos para el pensamiento; un modo de oxigenar la contaminación que define nuestros fundamentos culturales. Así el artista ha señalado que sus obras "son intentos de exorcizar cualquier sentido de legitimidad cultural dentro de un campo puramente potencial de ideas inintelegibles que se enfrentan de plano a la realidad de la propia idea de cultura". En ese sentido, su trabajo se situaría próximo al de Paul McCarthy, Raymond Pettibon o Mike Kelly, con los que coincide, no sólo en su afán iconoclasta al atender a las diversas problemáticas de legitimación de los iconos culturales, sino también en la banal brutalidad con el que hace emerger esas problemáticas, regodeándose como los citados artistas en el "mal hacer". No es extraño, por tanto, que como aquéllos, Manuel Ocampo venga a llamarse un enfant terrible del arte de nuestros días. Sin embargo, Ocampo ha sabido mantenerse a salvo de los caprichosos vaivenes que mueven el arte à la carte, de modo que, si bien parecía abocado a cargar con el sambenito del artista políticamente correcto del arte de los noventa, pronto logró romper con los estereotipos, convirtiendo su pintura en un fecundo territorio en el que confluyen muy diversos y paradójicos desencuentros.