Sobrevolando a Boetti
Alighiero Boetti
26 febrero, 2010 01:00Aerei, 1978
La vida y la muerte, el bien y el mal… oposiciones que, pensaba, cimentaban el destino de nuestro mundo. La raíz de su obra es conceptual en el marco del desarrollo del arte Povera italiano, fue un pertinaz valedor de la idea como vehículo ("No he hecho anda, no he elegido nada. Cuando la idea básica florece, no hace falta hacer nada") pero también un artesano que gustaba tener las manos siempre metidas en faena. Artista de mundo, viajó a Afganistán a finales de los 60 y en su capital, la hoy hostigada Kabul, pasó largas temporadas implicándose con la realidad afgana, sus gentes, sus hábitos. El Hotel One, que él mismo regentó, fue un espacio de intercambio cultural en el que se tejieron innumerables historias. Una de ellas, la del mexicano Mario García Torres, ahora en el Reina Sofía, la contaremos próximamente.
La galería Marta Cervera ofrece estos días al público madrileño una selección de trabajos que abarcan un arco temporal de en torno a 20 años, los más prolíficos del artista, desde 1973 hasta su muerte en 1994. Son obras que han prestado importantes colecciones y galerías italianas e incluyen muestras de los mejores conjuntos de trabajos del artista. No haríamos justicia al trabajo de Boetti sin detenernos en su percepción global, inaudita en su tiempo, su modo de pensar "en grande" tratando de acceder a los rincones más ocultos del planeta. Es una pena que no podamos ver aquí algún ejemplo de sus famosos Mappe, los trabajos mejores y más conocidos del artista, influyentes tanto en el concepto que los sustenta (el estupendo vídeo Pantone de Cristina Lucas tiene aquí su origen) como en el modo de materializarse, por medio de mujeres afganas que utilizan las técnicas tradicionales (antecedentes de parte de la obsesiva voluntad contemporánea de incidir en lo local como estrategia para mitigar los excesos de la globalización) que llevaban décadas sin ser utilizadas.
Sí hay buenos ejemplos de los excelentes Tutti, también realizados por mujeres afganas que ambicionan una superficie en la que todo quepa, un anhelo permanente de totalidad que se hace visible en la inclusión de motivos procedentes de muy diferentes contextos culturales. Siguiendo la tradición del horror vacui, Boetti da instrucciones para que las mujeres elijan los colores que deseen para no tener que decidir él ("trato de no elegir para generar sistemas que elijan por mí", decía el artista) en un intento de evitar lo subjetivo, actitud de honda raíz conceptual. Conviene también detenerse ante los motivos lingüísticos en bordados igualmente ricos en cromatismo. Nada que ver, nada que esconder nos sitúa ante un amplio espectro semántico, y filtra referencias veladas a ese yo desdoblado que pone un pie en cada polo.