Exposiciones

Dalí y Lorca, afinidades compartidas

Dalí, Lorca y la Residencia de Estudiantes

1 octubre, 2010 02:00

Comisario: Juan José Lahuerta. Caixaforum. Paseo del Prado, 36. Madrid. Hasta el 6 de febrero.

Esta exposición, tan compleja y sugestiva por la amplitud de sus intereses, ocupa un lugar destacado entre los actos conmemorativos del centenario de la Residencia de Estudiantes, creada en Madrid en 1910. La originalidad de la muestra radica en que se centra en analizar la relación intelectual que mantuvieron Salvador Dalí y Federico García Lorca durante los años juveniles en que ambos convivieron en la Residencia, desarrollando -entre 1922 y 1929- una amistad breve e intensa, cuyas peripecias humanas son conocidas.

Las aportaciones novedosas de esta exposición se derivan de sus dos propósitos principales: aborda, de entrada, un trabajo riguroso de investigación acerca de los fructíferos diálogos que Lorca y Dalí mantuvieron sobre cuestiones estéticas vigentes internacionalmente en la década de 1920, atendiendo a las propuestas francesas, italianas y alemanas. Y de otra parte, visualiza la evolución del lenguaje de Dalí y de Lorca relacionándolos con artistas plásticos determinantes en la modernidad, como Cézanne, Picasso, Miró, Max Ernst, J. Arp, A. Derain, R. Delaunay, G. Grosz, Léger, H. Rousseau, De Chirico, Carrá, Ozenfant… Presenta de todos ellos un panorama relevante de obras, incluyendo dibujos, pinturas, fotografías, grabados, textos literarios autógrafos, libros, revistas, marionetas y decoraciones de teatro, cartas y tarjetas postales, y algunas esculturas.

El conjunto resulta formidable como exposición documental y como trabajo de investigación o "profesoral". Ahora bien, esta muestra, organizada por la Fundación "la Caixa" y por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) -en colaboración con la Residencia de Estudiantes y con las Fundaciones Federico García Lorca y Gala-Salvador Dalí-, se ha montado en las salas de CaixaForum -o sea, fuera del ámbito de la propia Residencia-, con el fin de hacerla llegar a sectores de público más amplios que los del espectador especializado. Ojalá se consiga tan difícil propósito.

El conjunto de la muestra se estructura en tres capítulos. El primero documenta el encuentro del poeta y el pintor en el curso 1922-23. El profesor J.J. Lahuerta, comisario de la exposición, visualiza aquí una síntesis de lo que ambos artistas juveniles llevaron a la Residencia en relación con las artes plásticas. Lorca había contactado con la pintura a través del teatro y de la música: estrenó en 1920 su primera obra, El maleficio de la mariposa, con figurines de Barradas, pintor clave en la introducción de la vanguardia en España, cuyos bocetos aquí se muestran; y, en 1923, estrenó en Granada su versión de Títeres de cachiporra, con arreglo musical de su amigo Manuel de Falla, y con muñecos y decorados del pintor y fotógrafo Hermenegildo Lanz, cuyas marionetas aquí se exponen junto a decorados de Lorca. A su vez, Dalí trajo a Madrid la información que tenía de la pintura de vanguardia, que conoció en las publicaciones que solía hojear en la importante librería Verdaguer, que un tío suyo tenía en Barcelona. Aquí se exhiben piezas de sus series Estaciones y Madrid nocturno, en diálogo con pinturas simultaneístas de Delaunay, vibracionistas de Barradas y futuristas de Balla.

El segundo apartado expositivo -el más extenso y complejo- se polariza en el diálogo intelectual mantenido por Dalí y Lorca entre 1925 y 1928, momento culminante de su amistad: un diálogo estético que fue mucho más allá de la relación personal y sobre el cual construyeron un sistema de aprendizaje, crítica y producción. Arrancaron de un proyecto común, El cuaderno de los putrefactos -según denominaban ellos a los artistas de la tradición académica-, y asimismo defendieron una modernidad de "claridades", que no suprimía la figuración según los postulados de las vanguardias rupturistas, sino que apostaba por "el regreso al orden", en la línea que relaciona la estética mediterránea del noucentisme catalán con el rigor objetivista del realismo mágico o post-expresionismo alemán. Fue el tiempo glorioso de Dalí y Lorca en sus viajes a Cadaqués; y en su admiración por la estructuración constructiva del clásico Poussin y de Cézanne como padre de la pintura moderna en tanto que "nuevo arte de los museos". Era la vía continuada por las revistas Valori Plastici y L'Esprit Nouveau, por el purismo "arquitectural"de Léger y Ozenfant, y por el tiempo que Picasso dedicó a los géneros de las Venus y de los marineros, así como a los bodegones y figuras bañadas por luz de luna. Junto a tales maestros se exponen maravillas dalinianas, como Naturaleza muerta al claro de luna malva, o juegos inefables de imágenes duplicadas por Lorca, como El beso.

La muestra se cierra con el sugestivo capítulo dedicado a la estética fisiológica, denominación entre irónica y despectiva con la que Lorca llamaba a las primeras obras surrealistas de Dalí, mientras éste tildaba al granadino de "poeta romántico". Este apartado evidencia cómo se debilitaron la amistad y las relaciones intelectuales de los dos amigos en 1929, fecha de la marcha de Dalí a París, y de Lorca a Nueva York. Dalí daba, a través del surrealismo y el psicoanálisis, un paso decidido hacia el "rupturismo" vanguardista, mientras Lorca "conservaba" su fe en una modernidad fundada en la estética de la objetividad, la precisión y las seguridades del clasicismo helénico, aun apreciando la lozanía originaria del arte africano primitivista.