Image: Erótica de Eulàlia Valldosera

Image: Erótica de Eulàlia Valldosera

Exposiciones

Erótica de Eulàlia Valldosera

Dependencia mutua

12 noviembre, 2010 01:00

Cleaning (Flying Mirror #3), 2009

La Fábrica Galería. Alameda, 9. Madrid. Hasta el 4 de diciembre. De 6.000 a 21.000 euros.

Aunque bien conocida por sus declaraciones valientes y polémicas sobre la difícil situación de las artistas y las deficiencias generales de gestión de la producción en el sistema del arte, es la primera vez que Eulàlia Valldosera (Vilafranca del Penedès, Barcelona, 1963) construye un trabajo centrado en el papel desempeñado por el arte en la dominación masculina. Y lo hace con sus propias armas: introduciendo la performatividad de una mujer; recurriendo al símil de la limpieza que serpentea desde el inicio de su trayectoria (El melic del món, 1991) -como pudo comprobarse en la retrospectiva en el Museo Reina Sofía la pasada temporada-, y activando una pieza mágica (Cleaning. Flying mirror): la proyección lumínica de una mano con un trapo que va barriendo todo el espacio de la galería; y en su girar, gracias al sencillo mecanismo rotatorio de un espejo de mano -un utensilio de arreglo femenino-, prolonga la metáfora de nuestra relación con el arte en el cubo blanco, escenario del vídeo principal: Dependencia mutua. Pudo (mal)verse en la pasada edición de ARCO pero, ahora, lo vemos con más sosiego y junto al resto de vídeos y fotografías que deconstruyen la compleja reflexión que lo sustenta.

A pesar de que la obra de Valldosera, se enmarca claramente en el arte feminista producido en nuestro país, sin embargo, siempre ha mantenido un trabajo no reduccionista, donde la perspectiva psicológica abre un abanico de líneas de fuga sobre los mecanismos simbólicos que imponen la asunción de la sumisión a la dominación masculina por parte de las mujeres en el sistema patriarcal. De modo que nunca encontramos en su trabajo propuestas simplistas, sino imágenes muy depuradas, cuya ligereza lumínica condensa estratos heterogéneos para una interpretación abierta.

En conjunto, las piezas, videos y fotografías que conforman Dependencia mutua, parten del argumento de la limpieza manual que ejecuta una joven, bruñendo con una gamuza la estatua de un emperador romano en un museo de antigüedades. Es fácil deducir que se trata de una crítica del papel subordinado que le ha tocado tradicionalmente a la mujer en la historia del arte y en la sociedad occidental -recordamos, inevitablemente, el vídeo reciente de Cristina Lucas destrozando a golpes una reproducción del Moisés de Miguel Ángel-. Además, contamos con las matizaciones que añaden el resto de las piezas. La artista ha elegido para desempeñar su rol a Liuba, empleada de la limpieza doméstica de su galerista napolitana, una croata "sin papeles" que artista y galerista utilizan y necesitan -como muchas mujeres "emancipadas" para desempeñar su propio trabajo, manteniendo a la vez el cuidado de las labores tradicionalmente femeninas-. Pero, al mismo tiempo, qué duda cabe, protagonizando la dominación y explotación de estas emigrantes.

La artista catalana incide, por tanto, en la doble condición de "subalternas", como mujeres y sujetos coloniales, excluidas y sin voz, que emergieron en el ensayo ya convertido en un clásico de los estudios poscoloniales, de la teórica feminista estadounidense de origen índio Gayatri Spivak, ¿Puede hablar el sujeto subalterno? (1988). Algo que se despliega en la metáfora plural de la voz, el velo y la imagen oculta, clausurada o borrada en las fotografías.

Valldosera sí le presta un espacio a Liuba, en un breve monólogo que perfila su autobiografía, agregando una más a la serie de entrevistas realizadas a emigrantes sobre sus objetos cotidianos iniciada en 2001. Y en ella, la artista se identifica con la limpiadora cuando afirma: "nunca me han hecho un contrato". Además, con la elección del Museo Arqueológico de Nápoles -que Liuba no había visitado antes-, donde se hallan múltiples reproducciones helenísticas, se alude a la función del arte: lejos de su mistificación a través de la obra maestra y única, más bien como una eficaz maquinaria de imposición simbólica de los valores patriarcales que, además, se ven reforzados históricamente por la institución del museo en la Modernidad.

Pero es el énfasis que la artista imprime al erotismo del frotar cuidadoso de la limpiadora sobre la epidermis pulida del potente emperador, lo más pertubador e incisivo de esta crítica al falogocentrismo, que somete y silencia, apuntando a la seducción erótica y estética gozada por las sumisas mujeres, en esta nueva versión de la alegoría de Venus y Marte.