Image: Pere Llobera: pintura en fuga

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Exposiciones

Pere Llobera: pintura en fuga

El mal de Ensor

11 abril, 2014 02:00

El sepulcro de Ensor, 2014 (detalle)

Galería Fúcares. Dr. Fourquet, 28. Madrid. Hasta el 17 de mayo. De 1.600 a 90.000 euros.

Le vimos hace exactamente un año en la colectiva Escópico-Esconder(se)-Escapar, dentro del festival Jugada a 3 bandas, también en la galería Fúcares. Ahora, Pere Llobera (Barcelona, 1970) presenta su trabajo en solitario en su primera individual en Madrid, bajo la advocación del belga James Ensor y su conocida consigna: "Para ser artista hay que vivir oculto". Llega de la mano del comisario David Armengol, que ha apostado por él también en el programa de exposiciones que co-dirige en el Centro Fabra i Coats de Barcelona. Allí acaba de exponer bajo el título de El Texto: principios y salidas (narración y subjectividad), ideas que bien definen la obra de este artista.

Es una pintura entendida como desarrollo de ideas, que va más allá del ideal del cuadro, a cierto eclecticismo. De ahí El mal de Ensor del título, que Llobera define como "una maldición que acecha a cualquier artista que explore su condición como tal a través de su obra; una lucha crónica contra las virtudes de uno mismo". La propuesta que centra esta exposición es un archivador con 35 cajones intervenidos por el artista (y dejados al libre acceso y albedrío del espectador) y que contiene lo que su universo visual: sus preocupaciones estéticas e intelecturales reunidas en fragmentos desiguales y motivos dispersos. Es curioso que Llobera titule a esta obra Hal, como el ordenador de 2001. Tiene algo de odisea en el espacio, porque la caja de signos es anterior incluso a la linotipia y porque, en un extraño guiño, algo nos recuerda que su nombre es "chibalete", que procede del francés chevalet, caballete. Pintura y narratividad estrechamente amalgamadas.


La puerta en todas partes, 2014 (detalle)

Son muchos los alicientes que ofrece su labor, desde el más prosaico (las accesibles dimensiones de las piezas, que invitan a la intimidad de la contemplación) hasta el más deslumbrante (su fantástica capacidad para generar una situación cargada de expectativas desde la imagen e, inmediatamente después, para arriesgarse a llevar ambas, situación e imagen, a su conclusión lógica). Celebro, también, la presentación, a veces tradicional y otras veces inesperada. Así la caja de imprenta de la que hemos hablado o el cajón de embalaje convertido en un estremecedor y risible relato sobre la decadencia ética de una generación de creadores contraculturales catalanes, tentados y arrastrados a su seno e ideología por el sistema del que pretendían huir. No lo es menos la diversidad de factura entre las obras, como si la exigencia crítica pasase por el reto de configurar la pintura de tantas maneras como ésta permita. Por decirlo de otro modo, y aquí cabe la contemplación del autorretrato del artista en El sepulcro de Ensor, que cierra esta exposición: que el mal que se sufre, paradójicamente, solo la pintura lo cura o, al menos, lo palia.