A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Las novelas perdidas

15 marzo, 2017 09:15
Walt Whitman

Walt Whitman

A muchos escritores despistados se les pierden los originales de sus novelas durante algunos de sus viajes. Es fama que uno de los más famosos, Malcolm Lowry, perdió el manuscrito de la novela que estaba escribiendo en una borrachera en el barco en el que cruzaba el canal de Panamá. Este hecho, que puede ser una atribución más a la leyenda del Gran Borracho, dio paso a que otro escritor, este peruano, Alfredo Bryce Echenique perdiera también un original de una de sus novelas cuando, por pura casualidad, también cruzaba el mismo canal de Panamá. Otras veces he escuchado lamentarse a cierto poeta de haber olvidado su mejor libro de poemas, el que nunca pudo escribir después y me temo que tampoco lo escribió antes, en un viaje en tren hacia ninguna parte. Siempre se pierden novelas y poemas que nunca fueron escritas y que, una vez que vuelven a escribirse con la misma idea, ya no son los mismos.

Ahora acaban de descubrir una novela corta del Viejo Gigante Walt Whitman, titulada Vida y aventura de Jack Engle, que el escritor había ido publicado, al menos algunos capítulos, en un diario local de su época, el Sandy Despacht. Mi alegría cuando leí la noticia reventó la euforia de un día feliz y casi me fue al cielo con Remedios La Bella, que ahora cumple ya medio siglo en las páginas de la novela que la vio nacer, Cien años de soledad, que dicen que es el Quijote de nuestro tiempo, y no seré yo quien lleve la contraria en estas lides de comparación históricas. De modo que ardo en ansiedad intelectual por leer esa novela que se publica en español en esta misma semana, con un prólogo de Manuel Vilas, un tipo que anda por el mundo con dos paquetes de poemas inéditos a cada lado de la cadera, como si fueran dos pistolas, y cada vez que lo atacan saca un poema y se lo clava entre ceja y ceja al enemigo. Según me lo ha contado el mismo pistolero de poemas, el único que he conocido en mi vida, el episodio, cada vez que ocurre, es inolvidable. Además, Vilas, amante inmenso de la poesía de Whitman y de toda América, habla con Dios directamente, en tiempo real y sin demora, en unas conversaciones que mantiene a la luz de todo el mundo, nada menos que en Facebook. Una de las charlas reincidentes tiene como personaje central al genio que sigue siendo Lou Reed, sin cuya poesía, y sin la de Whitman, me temo que Manuel Vilas no habría podido escribir su más reciente libro, "América". Ese sí es un libro de amor, y un libro de viajes, y un viaje literario, y un viaje lírico por el imaginario de un país del que es muy fácil escribir un artículo pero muy difícil escribir un libro. Y Vilas, con la ayuda de su mejor amigo, Dios, y otros muchos dioses grandes, lo ha conseguido. Menos mal que a Vilas no se le ha perdido nunca un original como el de América, porque la cosa hubiera sido irreparable.

Regreso a Whitman porque hoy, como celebración del descubrimiento y publicación de su novela perdida, he vuelto a rescatar el vinilo viejísimo que se hizo música con los poemas de Whitman y como gran homenaje a su existencia y legado literario. Ahí resuena la voz de aquel Patxi Andión, que tantos cantantes anónimos han tratado inútilmente de copiar después en reuniones sociales para pasar a la historia de su barrio como héroes de fin de semana. Así es la vaina en los tiempos de Trompoloco, que es como llaman ya los cubanos al presidente Trump. Los cubanos adoraron a un becerro de oro a quien llamaban por su nombre en público, mientras en privado le dedicaban todo tipo de alias impertinentes y enloquecidos, desde Fifo a Esteban (...dido). La cubierta del disco del homenaje a Whitman es de mi amigo Eduardo Úrculo, un gigante que se me perdió de un infarto hace ya algunos años y al que nunca he dejado de echar de menos. Es curioso: vamos perdiendo amigos y descubrimiento novelas perdidas en trenes, aviones, periódicos locales, canales de Panamá. Para que luego digan que la literatura no es vida y "vicervesa", como escribía Alfredo Bryce Ecchenique, que copiaba de las cosas que se le ocurrían en las curdas a Augusto Monterroso, el más grande de los escritores menores de la lengua española en el siglo XX, un personaje al que no importaba que se le perdiera un cuento porque siempre eran tan cortos que no tenía problema en recordarlo.

Me he prometido lo de siempre, tras este descubrimiento de Whitman: la próxima vez que pise Manhattan reservaré un día para visitar el Padre Hudson, ver sus aguas color chocolate correr cauce abajo camino del mar y recitar, casi en silencio, el poema que el Gran Viejo escribió mientras convertía al río en uno de los dioses más importantes de toda la América literaria.

Image: Hojas inéditas de Walt Whitman

Hojas inéitas de Walt Whitman

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