A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Conversaciones en Manhattan

1 noviembre, 2017 10:43

Falté a nuestra cita el miércoles pasado. Un curso universitario en la City University of New York (CUNY) me hizo viajar, felizmente, a Nueva York. Todo el mundo se interesó por la situación de España y el conflicto catalán. En una de esas "charletas" de pasillo, una profesora medio llorosa se me acerca y casi me lo dice al oído: "¡Pobre España, otra vez en Guerra Civil, matándose entre todos!". No hay muertos, no hay guerra, no hay sino eso: un conflicto político que ha crecido por la ausencia de unos y por la pertinacia suicida de otros. El drama ahora se vuelve una tragicomedia asombrosa en Cataluña: figuraciones, fugas y esperpentos, le digo a otro profesor que muestra su gran preocupación "por Cataluña". ¿Y España?, le pregunto. "Claro, claro, por España estoy muy preocupado". ¡Ay Manhattan, qué lejos estás de Europa!

Esperpento: género literario que sólo puede manejarse con mucho talento intelectual si se quieren buenos resultados, les comento a algunos de mis interlocutores en una cena neoyorquina, asombrosamente llena de humor. Valle-Inclán, por ejemplo. Aceptan mi propuesta. Arrabal, en sus mejores momentos. Aceptan. En literatura, mantengo, ya enseñoreado del debate, a veces da muy buenos resultados el esperpento, pero en la vida real, en la política cotidiana, suele dar un escenario de ruina, descenso moral, casos psiquiátricos, desastre económico, ruptura social. En fin, un desastre. Cuento la leyenda de un escritor catalán, muy prestigiado por la mercadotecnia editorial y académica, traducidos sus libros a lenguas y lengüitas muchas, premiado en foros internacionales. No ha encontrado en esta ocasión histórica su sitio en ninguna de las posibles posturas que había que tomar, públicamente y en alta voz. No digo su nombre porque aún no doy crédito al argumento que me dicen que esgrimió para quedarse al margen, en el limbo del purgatorio, en el silencio ominoso y miserable: "No firmó nada en público porque no quiere perder lectores en Cataluña". Eso dijo: y yo lo dudo hasta el día de hoy, pero cada vez me lo señalan más claro. ¡El horror, el horror!: un recuerdo de Conrad al final de su novela El corazón de las tinieblas.

Hace años, en su mejor momento mercadotécnico, el llamado Nuevo Dante –así lo califican irónicamente las tribus poéticas– llamó desde Lisboa a la redacción de un importante diario español. Quería que las máquinas del periódico se pararan porque le había llegado de Estocolmo la noticia de qué nombre figuraba entre los finalistas del Premio Nobel de Literatura. La cosa era asombrosa, pero el mundo estaba ya tan loco que incluso en Estocolmo podían ese delirio inconmensurable. Alguien importante en la redacción llamó entonces a Rafael Conte, que hizo una pertinente llamada telefónica a París, asombrado de cuanto le había oído decir también por teléfono a su compañero de redacción. "Ya me parecía a mí", contestó Conte al inmediato desmentido de su informado amigo parisino. Y así me lo contó a mí en una comida en Belarmino, un restaurante donde nos reuníamos durante una temporada a hacer tertulia y empapar licores. Pero el esperpento organizado por el Nuevo Dante, hoy entre tinieblas silenciosas, había llegado a "colar" en las alturas de la información. Eso conté en Manhattan, en un restaurante chino excepcional a la que fui invitado por la CUNY junto a Mónica Lavín (que dio el curso sobre La fiesta del Chivo en la universidad neoyorquina).

Cataluña: asombroso esperpento del nacionalismo más infantil. ¡Cómo se puede ser de izquierdas y fanático de una ideología que es pura reacción romántica, un eco muerto de hace más de dos siglos que no tiene cabida en el que decimos que estamos viviendo, en el siglo XXI! Ya lo ven, Cataluña, sus figuraciones, fugas y juegos peligrosos. Albert Boadella criticó al fundador de esta inviable Republiqueta catalana en Ubú Rey: era una predicción en escena teatral de lo que Pujol estaba haciendo con Cataluña. Primero se cargaría su cultura internacional y la convertiría en una "cultureta" de andar por casa, municipal y espesa. Después, sus amigos, sus socios y sus hijos, saqueadores de la cosa pública, engordarían el cerdo, para comérselo ellos solos, mientras transformaban los viejos mitos y las querencias dormidas en una supuesta genética del catalán en una República Independiente que sólo con una intervención del Estado de Derecho ha convertido en un esperpento: una Republiqueta... Pero, ¿no había por ahí un maquinista medianamente inteligente que mandara parar esta tragicomedia que en Manhattan una profesora indocumentada equipara a una nueva Guerra Civil Española? Pero, ¿en manos de quién o quiénes estamos, dónde vamos a parar?

Para rematar, y ya dueño de la historia, con menos grados de pasión que al principio de la cena en el chino neoyorquino, acabé contando un chiste que tiene que ver con el esperpento, con el "proceso" y todo lo demás de esta macabra y bochornosa obra de teatro. Ahí va: ¿cómo es posible que haya creído nadie que los nacionalistas catalanes iban a crear un estado independiente si llevan un siglo para terminar la Sagrada Familia de Gaudí y apenas se han puesto de acuerdo para que la catedral le gane medio metro a las aceras que la rodean? Cruel, desde luego el chiste, pero mucho menos cruel que el esperpento, costoso y vergonzoso, que nos están haciendo vivir a todos los españoles.

Image: Del éxodo y el viento

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Enrique Moradiellos, Premio Nacional de Historia de España 2017

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