A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

El horror de los hombres vacíos

8 agosto, 2018 09:54
Tertulia en el Café Gijón

Tertulia en el Café Gijón

Hombres hechos y derechos, con muchos años a la espalda, pero absolutamente vacíos. Se asombra cualquiera al ver tantos hombres vacíos pululando en el calor del verano o en la humedad más o menos cierta del invierno. Hace unos meses, uno de los lunes de tertulia en el Café Gijón, se acercaron a nuestra mesa de escritores y literatos (horrible palabra que desterraría del mundo de las letras) un par de esos hombres vacíos. Son conocidos, sí, pero ajenos a la tertulia, ajenos a la literatura, ajenos a la cultura en general, con un conocimiento y una sensibilidad de la música que nada tiene que ver con la música; gentes que van al cine de cartelera y de modas, estrenos y cosas así, y nada más que por eso se creen cinéfilos informados. Algunas veces vinieron, aunque pocas, a la tertulia. Hablaron de mujeres, hicieron chistes, mostraron sus fotos de móviles con chicas a las que se tiraban en sus escarceos viajeros de trabajo. Siempre con una sonrisa superior en los labios sin enterarse de que son hombres vacíos, con más de medio siglo en sus vidas vacías. No leen nada, sino que, cuando vienen a la tertulia, lo hacen para chismear alguna cosa política del momento, para hablar de lo que a los escritores no nos interesa nada, el mundo del corazón y algunas otras tonterías carentes de sustancia. Son los hombres vacíos. Pero ya no los dejo que se sienten con nosotros los lunes de lentejas en el Gijón. Ni están invitados ni se les recibe bien: son tóxicos y vacíos, terminan de comer el menú y se van, la tertulia no les interesa, sólo el chisme de última hora. Los he prohibido en mi vida para siempre, y en la tertulia también y especialmente.

"Te estás quedando solo, Juancho, ya no tienes poder de convocatoria", me dijo hace unos meses uno de estos hombres vacíos, delito por mi comentario anterior al suyo: "Ustedes aquí no caben, estamos esperando a más gente", les dije. "Te estás quedando solo", me contestó una de esos hombres vacíos, dolidos porque no les había permitido sentarse. No son mala gente, ni mucho menos, son vacíos, analfabetos invencibles que creen que saben lo que no saben y no saben que son vacíos. Por ejemplo, esa gente no sabe que casi todos los escritores e intelectuales, escultores, pintores y demás hierba creativa que nos reunimos los lunes, lo hacemos para hablar de lo que sabemos y para impregnarnos de lo que saben muchos de los que van a la tertulia. Por eso es una tertulia de escritores y no una simple reunión de amigos de todo género que están ahí para comer lo que sea y marcharse. No saben, por ejemplo, que en casa de esos escritores hay una biblioteca de miles de libros que todavía están por leer y releer, en su inmensa mayoría, y que la presencia de esos miles de libros nos hace estar siempre acompañados en una soledad deseada para encontrar el tesoro que ellos ignoran: la lectura de esos libros, la relectura de muchos otros que nos gustaron en alguna ocasión y que ahora, libremente y llenos de una inmensa y gozosa soledad doméstica, regresan a nuestra cercanía y complicidad con un placer que ellos desconocen. ¡Pobres!

No saben, por ejemplo, que la música clásica de piano hace que nunca estemos solos, salvo con nosotros mismos, con nuestra propia y fantástica soledad que, en ese momento al menos, no necesita de ninguna otra presencia, y medios de cualquier voz que dificulte encontrarse con Schubert en la perfección de las notas del piano. Hay decenas de músicas perfectas todavía por escuchar y examinar, mientras el hombre vacío cree que nos estamos quedando solos. Ignora el analfabeto que un escritor que escribe y que lee es imposible que esté solo. Como proponía Octavio Paz, contra todo pronóstico: "Cuando estoy solo, no estoy solo. Estoy conmigo mismo". Claro que, quizás, casi seguro, ese pensamiento poético se les escapa a los hombres vacíos, pendientes de sus fotitos de mujeres a las que conocen y que nos muestran como trofeos de su irredento machismo. ¡Pobres!

Por ejemplo, no saben nada de pintura, ni conocen a los pintores, ni reconocen la pintura. Saben de Picasso por los medios informativos que leen a primera hora de la mañana en su despacho y se creen siempre acompañados por una "cultura" de weekend servida en plato por los profesiones del "cortito y clarito", para que lo digieran sin ninguna inquietud. Asombra, pues, ver tantos hombres vacíos con la vida ya en la espalda, con sus sueños sin realizar, con una toxicidad impropia de lo que tendría que ser un hombre civilizado, culto, educado. ¡El horror, el horror!, reclamaba Conrad en la voz de uno de sus mejores personajes en El corazón de las tinieblas. El horror de los hombres vacíos. ¡Qué horror!

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