Roger Caillois o la excelencia
El crítico y académico francés se convirtió en una 'auctoritas' universal de la literatura, incluso fuera de las fronteras de su lengua
Leer (y releer) algunas de las páginas de los ensayos de Roger Caillois es una delicia intelectual de primer orden. De esas lecturas de Caillois, en los años 60, aprendí la búsqueda de la excelencia. Aprendí a distinguir los podencos de los galgos verdaderos. Fui de pequeño muchas veces al canódromo del Campo de España de la ciudad en la que nací, y vi decenas de veces la carrera de los galgos, corredores atléticos y profesionales, persiguiendo inútilmente al conejo eléctrico antes de llegar a la meta.
Nunca lo conseguían, pero dos días más tarde repetían la carrera en la que unos, los mejores y los más preparados, se destacaban de otros que siempre se quedaban atrás. Todos eran galgos consagrados, pero no todos llegaban el primero a la meta. No todos eran vencedores, pero todos buscaban la excelencia en la carrera como que entendieran que habían nacido para esa función.
Cacillos piensa lo mismo de los escritores a los que, como crítico verdadero (lo que va más allá de un lector por muy profesional que sea), exigía el máximo de su talento en los resultados de su trabajo. El crítico y académico francés se convirtió así en una auctoritas universal de la literatura, incluso fuera de las fronteras de su lengua y su educación. Así, es uno de los europeos que descubre el inmenso talento de ciertos escritores hispanoamericanos con los que llega a mantener una gran amistad durante la temporada que va desde 1939, cuando ya se vislumbraban las operaciones bélicas que darían lugar a la terrible II Guerra Mundial, hasta 1943.
[Y los sueños… literatura son]
Esos años los vivió en Buenos Aires, en Casa Ocampo, en casa de Victoria Ocampo, con quien tuvo sus amoríos pasionales, y conoció en tertulias y debates casi cotidianos a todo el grupo de la revista Sur, desde Borges a Bioy Casares y José Blanco. Desde Buenos Aires escribió y publicó duras críticas contra los nazis y su ideología, lo mismo que, años después e influenciado por Karl Popper haría con el marxismo-leninismo.
Quiero añadir que la bibliografía de Caillois es muy grande, epifánica y gloriosa. Se instaló en Francia y otros países de Europa, donde fue alumno de sabios antes que sabio de muchos alumnos, un principio muy parecido a los predicados por T. S. Elliot y Ciril Connolly, que fueron sus contemporáneos: la exigencia del talento y la sumisión de ese mismo talento exigente a la excelencia del trabajo. Seguía en este principio a uno de sus maestros, Baudelaire.
Caillois es uno de los europeos que descubre el inmenso talento de escritores hispanoamericanos con los que llega a mantener una gran amistad
Cuando una señora le preguntó al gran poeta francés por la inspiración en el trabajo artístico creativo, Baudelaire le contestó que la inspiración estaba en el trabajo exigente y excelente. Militó, de lado y olor copo tiempo, en el surrealismo para lanzarse después, pertrechado con una mochila de Ilustración muy completa, a hurgar hasta el fondo de la médula del alma de la literatura. Siendo como era un voraz e insaciable lector, su punto crucial del debate sobre la excelencia literaria, por el que fue tildado a veces de elitista, era la excelencia de los textos que leía.
De su estancia porteña se trajo ideas que luego llevó a cabo, y fundó y dirigió en París la colección literaria “La Croix del Sud”, donde publicó, entre otros escritores latinoamericanos, la obra completa de Jorge Luis Borges que para él (y para mí) era él mismo la excelencia literaria. Esa misma voluntad vocacional de excelencia la llevó a cada uno de sus ensayos, que fueron, en su momento, epifanías que encendían luces en la exégesis de la creación.
Desde Buenos Aires publicó duras críticas contra los nazis y su ideología, lo mismo que años después haría con el marxismo-leninismo
Lo leí de joven, en la universidad de Madrid, durante mis estudios de Filología y Literatura Clásicas, y lo releo ahora con la misma impresión de entonces, de la primera vez: estar leyendo a un maestro excepcional que ponía el punto central de la batalla en la excelencia.
Por eso hoy, ante la ausencia de verdaderos críticos literarios, sin bibliografía y simplemente escribiendo notas de lectura de los libros de moda en los medios informativos —en los pequeños espacios que estos le conceden a las artes y las letras, siempre viajando en el furgón de cola de la sociedad—, reconozco con tristeza la ausencia de exigencias y la consecuente falta de excelencia en esas notas y en la falta de bibliografía de esos críticos literarios.
Hay una anécdota que describe el carácter intelectual de Caillois. Una vez en París, tras la publicación en lengua francesa de La ciudad y los perros, que fue una revelación universal, Caillois leyó la novela y mantuvo después una conversación con su autor, Vargas Llosa, en los siguientes términos:”Mario, entonces el Jaguar mató al Esclavo, ¿no?”, le preguntó el francés. “No”, contestó Vargas Llosa, “en la novela no queda muy claro”. Entonces Caillois insistió exigente y le dijo “¿Como que no? Claro que lo mató, lo que pasa es que usted ha leído mal su novela. Vuelva a leerla para que vea que yo tengo razón”.