Homo Ludens por Borja Vaz

Okami, tinta en movimiento

22 marzo, 2018 13:31

Durante los años 2004 y 2007, la japonesa Capcom permitió que varias de sus figuras más prominentes crearan un estudio semiautónomo con personal de la división de Investigación y Desarrollo de la compañía. La idea era poder centrarse en nuevos proyectos, alejados de las grandes franquicias de la casa, para poder desatar la creatividad y el talento de sus integrantes. Clover Studio, a pesar de su efímero paso por la industria, consiguió sacar adelante varios juegos con una identidad muy marcada, y por encima de todos ellos destaca Okami. El título disfrutó de una excelente recepción crítica, pero las ventas no acompañaron y Capcom decidió cerrar el estudio apenas unas pocas semanas después de su lanzamiento. En vez de retornar a los estudios internos de la compañía, buena parte del equipo se arriesgó a crear su propia empresa bajo la dirección de Hideki Kamiya, Platinum Games, y otra parte se fue con Shinji Mikami, célebre por crear la franquicia de Resident Evil, para formar Tango Gameworks. Los dos estudios, a pesar de las dificultades por las que han pasado en ocasiones, se han erigido como importantes núcleos del desarrollo local, llevando a cotas casi mitológicas la reputación de Clover Studio.

Okami ha disfrutado de varias versiones a lo largo de los años. La última (para PC, PS4 y Xbox One) aumenta la resolución hasta los 4K, pudiendo disfrutar del maravilloso apartado artístico en toda su gloria (se acaba de anunciar otra más para Nintendo Switch, pero no es probable que llegue a esos límites). Y es que precisamente es esta faceta la que lo singulariza por completo. Los gráficos de Okami fueron diseñados siguiendo la tradición del sumi-e japonés, un estilo oriental basado en la pintura con pinceles y diferentes concentraciones de tinta china. Muy relacionado con el arte de la caligrafía, el sumi-e llegó a Japón a principios del periodo Muromachi. El estilo monocromático fue evolucionando con el paso de los siglos hasta el Ukiyo-e (literalmente, “imágenes del mundo flotante”), cuyo mayor representante es el artista del siglo XIX Hokusai, creador de la archiconocida La Gran Ola de Kanagawa.

El protagonismo de la aventura recae en Amaterasu, diosa del sol, e Issun, un pintor de tamaño minúsculo. Juntos deben luchar contra la corrupción que ha asolado Nippon, y con ayuda del Pincel Celestial, devolver el vigor de la naturaleza al paisaje yermo. Al paso de Amaterasu, las flores surgen de la tierra, en un efecto visual que transmite de manera muy efectiva sus atribuciones mitológicas. Todos los personajes de la historia, de una manera u otra, están extraídos de la mitología shinto y de una miríada de relatos folklóricos, aunque muchos con un sello personal. De esta manera, Susano, lejos de ser el valiente dios de la tormenta de las leyendas, es un espadachín fanfarrón con más habilidad para jactarse de sus supuestas hazañas que para derrotar a los demonios que campan a sus anchas por el país. Pero en otras ocasiones, como toda la historia relacionada con la princesa Kaguya, están entresacadas de las narraciones tradicionales con mucha fidelidad.

El relato de la princesa Kaguya es uno de los más conocidos del folklore japonés y la pieza de prosa narrativa más antigua del país que se conserva. Ha sido adaptado innumerables veces, pero quizá la más reciente, y sin duda una de las más celebradas, sea la película de animación de Studio Ghibli. Dirigida por Isao Takahata con uno de los presupuestos más abultados de la historia del cine japonés, la película es considerada por muchos como el pináculo triunfal del estudio. Este cuento de la minúscula princesa hallada dentro de un tronco de bambú, sus pretendientes y su viaje a la Luna (detalle por el que algunos lo consideran el primer relato de ciencia ficción), es uno de los más fascinantes del cuerpo literario nipón, y tanto en la película de Ghibli como en Okami, retiene todas sus virtudes esenciales.

Por todos sus encantos representacionales, la base jugable de Okami se sustenta en la escuela de Zelda, es decir, exploración, combate y puzles. Quizá la parte más insulsa sea el sistema de combate, con unos enfrentamientos que, salvo los jefes finales, se presentan como secuencias muy desconectadas del resto de la experiencia. Los puzles, basados en los diferentes poderes que Amaterasu adquiere con el Pincel Celestial, nunca son demasiado complejos, pero la necesidad de dibujar sobre la pantalla resalta el carácter pictórico de la obra, y pone de relieve las sensibilidades naturalistas del juego.

Okami, más de diez años después de su lanzamiento original, retiene la calidad de título único en el medio por su intensa relación y homenaje a las corrientes pictóricas del Japón del periodo Edo. Los artistas de Clover Studio consiguieron lo más parecido a una acuarela en movimiento, y la base jugable, sin ser profundamente original, está muy bien resuelta, empujando al jugador a descubrir los secretos del Nippon mitológico. La única pega, sin lugar a dudas, es la decisión de hacer a los personajes hablar en una lengua inventada absolutamente estridente. El juego posee muchísimos diálogos, y acaban siendo un suplicio por esa pista de sonido tan atroz. Es muy probable que su director creativo, Hideki Kamiya, lo considerara algo estrafalario e inocente, pero para muchos oídos occidentales termina por ser agotador. Es un inconveniente que debe tenerse en cuenta, pero más allá de eso, Okami sigue siendo un título imprescindible.

 

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