Divas de dos en dos
Dos divas madrileñas, Teresa Berganza y Pilar Jurado, cada una en su género y su especie, están estos días en el candelero. Y ya empezamos mal, porque si hay algo que no se debe hacer con las divas, y con los divos en general, es juntar más de uno en la misma frase. Iban mejor cada una en su párrafo, pero lo prefiero así y, además, en este caso importa menos porque son divas muy distintas que ocupan parcelas alejadas en el Olimpo.
Teresa estuvo olímpica en su fiesta de cumpleaños en el Teatro Real. Al final de la gala subió el escenario a recibir las flores y dar las gracias. Cuando Berganza está en escena, cante o no cante, todo lo demás deja de existir y todos los demás se desvanecen. Para ocupar el espacio entero le basta con sonreír su sonrisa arrolladora y abrir de par en par, como hace siempre, unos ojos que zanjan toda cuestión. Góngora, nada más verla, le pediría ¡ciérralos!, ¡no vayamos a abrasar con tres soles el día! Ha sido una vida entera, no ya cantando, sino haciendo música con la voz cosa que está al alcance de muy pocos cantantes la que la ha convertido en divina. Te alabamos de todo corazón.
Pilar Jurado, compositora y soprano coloratura, acaba de dar una lección de música en el Teatro de la Zarzuela. Su ópera Mi diva sin mí es una joyita que tiene que volver, porque no ha sido vista lo bastante. Es un monólogo telefónico, chateado, guasápico y tabletero para soprano y orquesta, una especie de El teléfono de Menotti traído a la tecnología de hoy. El libreto de Eloy Arenas enseña un ensayo de orquesta con diva histérica que no deja de hablar con su representante, al que despide compulsivamente cada dos minutos, y con su novio, que rompe con ella cada tres. Sería fácil dejarlo pasar todo como un juguete cómico, pero sería un error, porque Mi diva es una estupenda obra de arte. Como en toda comedia, su trascendencia está en la perfección de la factura y en la verosimilitud de la gracia. ¡Qué talentazo el de Pilar Jurado! Imaginar a una soprano ensayando una Casta diva en la que irrumpe el guasap del novio es una cosa. Hacerlo bien, con una transición orquestal creíble, con el humor bien engarzado, y con la voz pasando bonitamente de la impostación fané al grito cabreado y a la guasa nerviosa, es otra muy distinta. Chapeau, PJ.