Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

El cartero de Plácido

17 julio, 2013 02:00

Il Postino, la ópera de Daniel Catán sobre la inolvidable película protagonizada por Massimo Troisi, es una apuesta personal de Plácido Domingo. Presenció una ópera anterior de Catán y le hizo ipso facto este encargo para Los Ángeles. No es de extrañar, porque Domingo y Catán tenían amores comunes en materia de ópera actual: les gustaba cantada en español, de raíz latinoamericana y nueva, sí, pero melódica. Nova sum, sed formosam. De ahí la decepción de Plácido ante la imposibilidad de cantar Il Postino en el Teatro Real por un problema de salud. Y de ahí el entusiasmo con que se ha levantado de la cama en cuanto ha podido para estar con la compañía, animando a todo el mundo.

Catán compone para la voz como se hacía antiguamente. El melodismo abierto y directo de su música enamora a los cantantes y suele fruncir el ceño de los críticos. Una de las formas de ser de hoy consiste en imaginar que se es de ayer. Como los niños, ¡hacíamos que...!, Catán juega a ser de otro tiempo, érase una vez... Y eso es el arte, ¿o no?, “hacer que...”, imaginar otro universo en el que... Pero en música, la mirada atrás no está muy bien vista, para qué nos vamos a engañar. Hacen mejor carrera los compositores atascados en la vanguardia academicista que los que se paran a mirar el camino recorrido. No seré yo el que afee la conducta a la mujer de Lot por el hecho de serlo. A mí, mirar atrás me parece muy bien. O mejor, no me parece mal de por sí. Otra cosa es el talento con que se mira, atrás, adelante o a donde sea.


La muerte -espantable y fea, la insultaba Cervantes- se llevó inesperadamente a Daniel Catán al poco de triunfar con Il Postino en Los Ángeles en 2010, también se había llevado a Troisi, nada más terminar el rodaje de El cartero de Neruda. Catán era un judío errante de pasaporte inestable, un mexicano viajado, ciudadano del mundo, compositor sabio y culto. Quiso hacer de Il Postino una ópera latina. Una ópera que hiciera subir al escenario la realidad de Latinoamérica, no en lo que tiene de pintoresco, sino en cuanto fenómeno cultural amplio y alto. Música latina, pero sin folklore, un arte de alcance universal hecho desde la perspectiva de esos países. Daniel Catán quería levantar su mundo operístico sobre el fantástico pedestal de la literatura iberoamericana: “García Márquez, Octavio Paz, Vargas Llosa... ellos lo lograron; ¿por qué no intentar hacer algo parecido en la ópera?” Conteste cada espectador si quiere a esta pregunta, que es retórica, por otra parte. Yo no lo voy a hacer ahora, porque escribo antes del estreno. Veremos como reacciona el Real. Intuyo que se contagiará del entusiasmo de Plácido.


Y hablando de ópera, quiero añadir una flor al elogio que hice el otro día de Pilar Jurado. Al sentarme en la butaca del Teatro de la Zarzuela busqué en el escenario y alrededores síntomas de sobretitulación (que no es ninguna enfermedad, sino esos títulos que en las óperas van proyectando el texto cantado; no abajo, como en el cine y en la televisión, sino arriba del todo, porque a ver qué director de escena va a permitir que le ensucien con letras el primer metro y medio del escenario, donde están los actores y las cosas y donde mira siempre todo el mundo). No vi superficie proyectable en ninguna parte y me dije, mal asunto, no nos vamos a enterar de nada. Error. Nos enteramos de todo. De hecho, con lápiz y papel en la mano (o más bien con un buen teclado, porque tras tres decenios de escribirlo todo en ordenador, mi edad caligráfica es de 7 años), habría podido tomar al dictado sin dificultad el libreto entero. Los habituados a oír ópera en español, o zarzuela, saben lo extraordinario que resulta esto. El mérito es doble y enteramente de PJ (léase “pi-yei”): como compositora, porque todo en esa partitura está al servicio del texto castellano, de su ritmo y su dibujo melódico natural; y como cantante, porque su emisión es siempre fácil y su vocalización es nítida en todos los registros. La crítica musical suele ser materia opinable, y más aún en ópera, pero esta vez no. Este párrafo es todo él información. Que en Mi diva sin mí el espectador entiende todas las palabras es un hecho indiscutible, del que os informo asombrado.

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