Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

En soledad confusa (II)

13 agosto, 2013 19:26

[caption id="attachment_56" width="235"] Acis y Galatea, con Polifemo penando en lo alto del monte, pintados por Guillemot[/caption]

Andábamos mirándole las enaguas a la primera frase de las Soledades de Góngora. «Pasos de un peregrino son errante / cuantos me dictó versos dulce Musa / en soledad confusa, / perdidos unos, otros inspirados.» Me perdonaréis que arrime el ascua a mi sardina jugando un poco con la puntuación para adjudicarle la tal soledad confusa a Góngora antes que a su personaje, el naúfrago, el prota de las Soledades. Y para que los “pasos”, esa estupenda primera palabra que vale un libro entero, sean los versos, tanto o más que las pisadas errabundas del fulano.

En realidad, da igual, porque las Soledades, se miren por donde se miren, son un poema expresivo donde el poeta se muestra. Con la coma aquí o con la coma allá, la peripecia del peregrino/náufrago —que en realidad se comporta durante casi todo el poema como un espectador— es también la del autor y, en espejo, la del lector. El Polifemo es otra cosa. Está más cerca de la impresión que de la expresión. Nada aprenderemos sobre el alma de Góngora fijándonos en la del joven Acis, todo él flecha de amor, la del polibruto Polifemo ni la de la láctea Galatea. Lo importante no son ellos, sus almas ni sus historias, sino su visualidad, sus colores —encarnado el chico, negro el otro, blanquirroja ella— y la cinematografía de sus movimientos. Todo allí es excusa para hacer explotar en cada verso un castillo de fuegos artificiales a base de metáforas apabullantes, chorros de oro y reflejos de nácar. Góngora mira a los tres personajes del Polifemo desde arriba, fijándose únicamente en las hermosas llamas y transparencias con que la luz rebota en ellos. En las Soledades también hay chisporroteo de imágenes, pero dentro de un contexto más expresivo: el de un viajero desnortado que lo mira todo con asombro.

El otro día quedamos en que nos fijaríamos en el ritmo de estos versos. Ahí va una breve cala. Los dos primeros versos tienen la segunda mitad yámbica, con acentos, digamos, de reglamento, en las sílabas pares, 6, 8 y 10 (o como diría un músico, en compás de 2/8, alternando fuerte, débil, fuerte, débil, fuerte, débil):

... grí-no-són-e-rrán-te

... vér-sos-dúl-ce-Mú-sa

Son figuraciones estables, canónicas, reposadas. El movimiento, toda la agitación de pulsos y la consiguiente activación de afectos, ocurre en las primeras mitades. La del verso inicial ya se vio en el anterior post: es un fantástico dibujo en arco descendente, con explosión inicial y vacío posterior causado por cuatro sílabas átonas seguidas:

Pá-sos-deun-pe-re...

El efecto es poderoso y múltiple. El golpe inicial subraya la importancia de la palabra “pasos”, que resume los cuatro versos que siguen (y el poema entero si nos ponemos hiberbólicos), mientras que el vacío posterior prepara la desazón y duda que inmediatamente van a causar al alimón el hipérbaton “son” y la antinomia “peregrino/errante”.

Lo bonito es que el que segundo verso reproduce este efecto pero exactamente al revés. Es el mismo arco, pero ahora ascendente. Antes de llegar a la serenidad yámbica, el verso comienza con un vacío átono de cuatro sílabas y después junta dos acentos seguidos, en quinta y sexta, lo que dirige todo el voltaje creado por el vacío inicial hacia esas dos sílabas y, más concretamente, hacia la última de ellas, “vér, y hacia la palabra “versos”:

cuan-tos-me-dic-tó-vér...

Esta asombrosa simetría de los dos primeros versos no es un lujo más de los muchos que Góngora suele marcarse. Es un vínculo oculto pero muy potente (porque el ritmo es la llave de las emociones, también las poéticas) que liga la palabra “pasos” a la palabra “versos”, lo cual, como decíamos ayer, refunde poesía y vida y lanza un “flashforward” al arte de los próximos dos o tres siglos.

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