Goytisolo en la makbara
[caption id="attachment_886" width="300"] Ilustración de portada de Makbara[/caption]
La mirada de Juan Goytisolo fue siempre amarga, renegada y torturada. Buscó arrancarse con sus propias manos de su tradición y replantarse en los barrios bajos de Barcelona y de París, en el turco Kreutzberg de Berlín y, por fin, en el continente de al lado, en la plaza de Marrakech. El asunto de sus novelas, que leí con voracidad, es siempre esta pulsión de exilio imposible, a la vez literario y biográfico, que él vivía con la misma intensidad con que las aves migratorias enjauladas se lanzan contra las paredes de su jaula. Digo imposible porque las andanadas que Goytisolo disparaba contra la historia y la cultura españolas (y europeas) estaban hechas de la esencia de esa misma cultura. No se puede dinamitar como hacía él la lengua española sin dominarla hasta un punto que solo puede venir del amor. Leer a Goytisolo es acompañarle a las honduras de una lengua que él reinventó e hizo radicalmente suya. Su viaje de desarraigo era, al mismo tiempo, una forma de profundizar en sus raíces. Todo muy contradictorio y autoalusivo, como pasa siempre con los grandes creadores.
Goytisolo, exiliado esencial, se dejaba fascinar por sus nuevas patrias. En una ocasión le oí denunciar nuestra falta de curiosidad diciendo que él ha sido el primer escritor español desde el Arcipreste de Hita capaz de hablar la lengua de nuestros vecinos. Tenía razón: miramos poco al oeste y nada al sur. Vi más de una vez su serie de documentales Alqibla, en la que nos animaba a hacer precisamente eso: mirar con interés y curiosidad a la franja islámica que tenemos debajo y se extiende desde El Aaiún hasta Yakarta. Disfruté enormemente de la ópera El viaje a Simorgh que estrenó hace ahora diez años en el Teatro Real José María Sánchez Verdú sobre la novela de Goytisolo Las virtudes del pájaro solitario. La salmodia intermediterránea del formidable barítono Marcél Pères, me pareció la mejor síntesis sonora del mundo interior de Juan Goytisolo, siempre a medio camino entre las alturas místicas y las bajuras de arrabal.
En los artículos que Goytisolo escribía últimamente en El País eché de menos una posición clara en contra de la barbarie yihadista. También me hubiera gustado verle pronunciarse más claramente en pro de la libertad sexual y de los derechos de las mujeres en esas sociedades. Seguramente lo hubiera hecho si la crisis fundamentalista le hubiera llegado con menos edad y más energías.
Parece que sus últimos años fueron de decadencia, miseria y desengaño. Hace unos días se lo llevó la muerte, esa largirucha zancuda que él pintó en el texto de Las virtudes y en la imagen de portada de su principal novela, Makbara, el cementerio árabe. Mi edición de Seix Barral llevaba en la portada el cuadro La muerte sembrando cizaña, de Félicien Rops.