'Die Soldaten', observatorio de la violencia
[caption id="attachment_1037" width="560"] Bieito sitúa a los músicos de Heras-Casado en andamios sobre el escenario[/caption]
De una función de Die Soldaten (Los soldados) en el Teatro Real se sale con una sensación de enormidad que, en cuanto a óperas del siglo XX o XXI, yo solo recuerdo en el Wozzeck de Alban Berg y en el San Francisco de Asís de Olivier Messiaen. No me refiero al tamaño (un orquestón que no cabe en ningún foso, un reparto que apenas cabe en la página, una complejidad casi inabarcable) sino a la grandeza, que podría alcanzarse igual con una obra de un minuto para flautín solo. La historia de Jakob Lenz es violenta y perturbadora, puro Sturm und Drang. Es prima hermana de la del Woyzeck de Büchner. Ambas son del siglo XVIII y siguen resultándonos desasosegantes tres siglos después. Zimmermann no actualiza la obra de Lenz -es innecesario- sino que la multiplica en el espacio y en el tiempo. El espectador se ve secuestrado por una experiencia de teatro total. El canto, la música instrumental y la creación escénica le envuelven arrolladoramente, de manera a un tiempo simultánea y sucesiva. El fantástico trabajo de los dos directores, Pablo Heras-Casado en lo musical y Calixto Bieito en lo escénico, consigue que los muchos problemas que plantea la ejecución de esta partitura y su puesta en escena se queden en la cocina y no lleguen al espectador. No percibimos más que teatro bueno y grande, el espejo de toda la vida, siempre nuevo y a veces, como en este caso, aterrador.
Este trabajo de Calixto Bieito me hizo recordar al magnífico director de actores que yo conocí hace muchos años. Luego descubrió la mina de oro de la provocación y se encerró en ella. Heras-Casado salió triunfante de un desafío de Hércules: dirigir en lo alto de un andamio a una orquesta igualmente colgada, sin suelo ni concha acústica, y a unos cantantes a los que no ve y, probablemente, apenas oye. Desde ahí arriba tuvo que equilibrar una orquesta que cabría mal en un polideportivo. Pese a todo, el sonido fue maravilloso. La escritura de Zimmermann es siempre refinada y con mucha sustancia. El despliegue de percusión es un regalo: 18 percusionistas con toda la tienda desplegada. Conté 16 timbales (¡¡16!!), media docena de bombos, cajas y redoblantes a discreción, cuatro o cinco campanólogos, gongs afinados y sin afinar y un tam-tam de metro y medio.
[caption id="attachment_1036" width="560"] Susanne Elmark durante uno de los momentos más tensos de Die Soldaten[/caption]
Creo que el secreto de esta ópera estriba en las dos maestrías de Zimmermann: la artística (clarividencia para saber lo que de verdad importa en poesía) y la artesanal (dominio señorial de la técnica de la música para teatro). ¡Qué pena que no compusiera más óperas! En esta ocasión, Zimmermann tiene a su servicio a unos cantantes/actores de primer orden, con la soprano danesa Susanne Elmark a la cabeza. Ella es media representación, pero todo el reparto está muy bien, con muy pocas excepciones. Desde el inquietante preludio de sonido/masa hasta el berrido final (virtuosismo del grito, varios minutos en los que chillan todos, voces, orquesta y grabación electrónica, desaforadamente, pero bajo el control estricto de compositor y director, Die Soldaten es un genial observatorio de la violencia. La de los soldados y la de los demás.