Mesa de novedades
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La poesía de Pelayo Fueyo (Gijón, 1967) reunida por primera vez en el volumen Poesía completa (Pre-Textos, 2008) ha sido siempre de una claridad tramada. En sus poemas no hay pretenciosa oscuridad, pero tampoco vacua transparencia. Cada verso, leído en atención, esconde una trama de símbolos que van mucho más allá del primer y evidente significado. Tal vez el libro en el que su claridad honda funcionaba mejor era El mirador, publicado por primera vez en 1992. Recientemente, sus libros últimos han devuelto aquel tono, experimentando incluso con un decir más directo cercano a poetas realistas que hasta ahora habían estado muy lejos del catálogo de influencias del poeta singular, único que es Pelayo Fueyo. Títeres de duermevela (Difácil) es la consecuencia lógica de esos movimientos últimos. Los poemas de esta nueva entrega de Fueyo ganan en claridad sin perder en densidad. Esa claridad tiene un riesgo: deja más a la vista la tramoya, los trucos de artesano del poeta. Eso apenas afecta a un puñado de poemas; en la gran mayoría de ellos se mantiene la magia. "Títeres de duermevela", que da título al conjunto, tiene algo de confesión y algo de poética: Hay noches que habito con la angustia de sentirme culpable y anacrónico, como un monstruo sociable de otro tiempo. Entonces, cuando estoy en duermevela, veo cómo un maestro de mi infancia maneja en mi honor unos muñecos. A veces, representa escenas burdas para animar al niño que hay en mí; sin embargo, conduce el argumento a historias de carácter amoroso que delatan mis celos, a secuencias donde protagonizo actos impuros. Quiero borrar de mi mente el teatro sin dejar de pensar por qué motivo mi maestro castiga mi conducta cuando yo he sido un niño encantador. Quizás él presagiaba mi destino, y no encontró otra forma de expresarlo que en un ritual de objetos deformados. Hay noches en que estoy en duermevela con una imitación de mi pasado, tal vez mi porvenir. Entonces, pienso que sería mejor que me durmiese. ¿Y adivinan con quién voy a soñar?
Con Inventario de invertebrados (La Bella Varsovia) Sergio Fanjul (Oviedo, 1980) ganó el premio de poesía joven Pablo García Baena. Fanjul es un poeta efectivo y además su formación (licenciado en Astrofísica) no es la habitual en un poeta, y sabe aprovecharlo para darle una especia distinta a sus poemas. A veces desmerecen un poco el resultado final ciertos toques de humor a destiempo, por más que también a veces sea el giro irónico final el que salva un poema algo tópico. Cuestión de ajustes: Fanjul es un poeta ingenioso y el ingenio es una herramienta muy útil pero que tiende a apropiarse de todo; hay que controlarla. Copio el poema “Los catedráticos del tedio”: Al borde de la esdrújula, con cuatro quintas partes de ironía posmoderna, y una pizca de flema, nos hacemos los encontradizos (conceptualmente) hey! -dice uno-, yo además he leído a SlajojŽižek los poetas también pueden causar guerras digo yo mientras las noche nos va exterminando en un banco en una plaza regurgitando textos repasando la guía del odio a cuatro patas los catedráticos del tedio -borrachos- cantan
Marta López Vilar ha reunido en Por la carretera de Sintra (La Lucerna poesía) una personal y peculiar muestra de la poesía contemporánea portuguesa. Hay unos cuantos nombres ya conocidos del lector español (António Ramos Rosa, HelbertoHelder, Nuno Júdice…) junto con una buena muestra de otros importantes y poco conocidos por aquí, alguno ni conocido ni importante, y unos cuantos nombres más jóvenes que van adelantando lo que será la poesía portuguesa de este siglo: Catarina Nunes de Almeida, Ruy Ventura o Rui Almeida son algunos de ellos. Llaman poderosamente la atención algunas ausencias, lo que hace que el libro no sea tanto una antología crítica como una colección de gustos personales (y no hay nada malo en ello) algo que, por lo demás, suele ser inevitable cuando uno intenta una antología de poesía portuguesa, habiendo como hay autores que se niegan a ser antologados y/o traducidos. Diario de una pasión por la poesía portuguesa, sólo un pero: que la edición no sea bilingüe.
En Rwenzori (La Isla de Siltolá) Juan Gil Bengoa (Bilbao, 1958) recurre al topónimo africano para desde ahí reconstruir la experiencia de contemplar la muerte cara a cara en un hospital. Un libro unitario que se lee como un relato y que cae a veces en el tópico (“la curiosa encrucijada de la vida / te ubica en un escenario inimaginable”, “mantener cierta compostura”, “una serena armonía”), a veces en lo falsamente poético (“el incierto vaivén de la memoria”, todos ejemplos del primer poema) y que bordea todo el rato la falacia patética, pero acierta a retratar (no sé tanto si a radiografiar) el dolor de la pérdida que viene. Con la punta de los dedos el galeno percute sobre mi hinchado abdomen. Si cierro los ojos tambores lejanos de un niño perdido resuenan y cierto atisbo de nostalgia apenas consigue esbozar una lacónica sonrisa. La frágil manicura de la residente desliza uñas azules sobre mi globo tumefacto. Enrojece el umbral de la vergüenza y mi rostro esquivo huye hacia la puerta entreabierta, a un pasillo donde lento aparece el milagro: vientre elástico y bello entrelazado con ternura. Ignorándome transcurre la vida, su oscilante andar sigue pasillo adelante-