Rima interna por Martín López-Vega

Mesa de novedades

17 julio, 2017 10:15

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Esther Muntañola[/caption]

 

Comiendo de una granada (Bartleby editores) es el tercer libro de poemas de Esther Muntañola (Madrid, 1973, en la imagen). En él Muntañola alterna poemas que van de lo íntimo a lo histórico y lo actual; como si reflexionase sobre la vida a la vez que lee libros de historia y ve el telediario. Acierta cuando los tres hilos se cruzan, emociona a menudo por su capacidad para tejer verdad y emoción. Dice así “La sombra sobre el papel”:

 

Antes que el trazo,

la sombra sobre el papel,

como el cuerpo es amapola

antes que piel o carne

y el poema asombro, silencio, espacio

antes que palabra.

 

Qué frágiles,

absurdos, hermosos,

nosotros,

deseando perdurar en lo mutable,

en lo incierto y voraz,

definición de duda...

Así que amémonos,

dejemos al tiempo hacer lo suyo,

sólo somos pequeñas lumbres

al aire de la noche.

 

*

Piedra (Ediciones El Gallo de Oro), de Juan Manuel Uría (Rentería, 1976) es sin duda un libro singular. En el prólogo, Iñaki Perurena (sí, el levantador de piedras que también ha hecho sus pinitos como escultor o bertsolari) explica que el autor del libro es el nieto de Errekartetxo, un mítico levantador de piedras. Aprende uno muchas cosas de este libro, como que también hay piedras famosas entre las que se levantan en este deporte. Y lo que busca a lo largo de sus fragmentos en verso Uría es ni más ni menos que la poesía de la piedra. Y la encuentra. Un libro único, fruto de una variante del amor no siempre frecuentada, que nos enseña y emociona a cada paso.

*

César Iglesias (Mieres, 1961) ha dado a la imprenta la colección de poemas Lengua del duelo (Trea). Poemas que hablan de la memoria (“De ahí vengo: de una culpa genética”, nos avisa casi al principio), de una poesía que busca lo necesario (“Tiempo es de contraer obligaciones”, afirma nada más comenzar) y lo encuentra tanto en la biografía como en el pensamiento, tanto la observación externa como en la interna. Iglesias no le teme al poema largo ni a la estampa, siempre con más trasfondo que paisaje. Dice así “Postal de Lluveces”:

 

Sin letras y sin cifras esta estela

se levanta en las islas de diciembre.

Números y palabras son escritos

sobre las aguas verdes del olvido,

dirían Keats y Marisa Madieri.

No desfallecen hojas en las tumbas

de los hombres tachados, las lápidas

exigen desnudez para mostrar

los sustantivos todos, siempreausentes.

Las piedras y los árboles preparan

su venganza: la grava y la corteza

para levantar túmulos sin nombres.

¿Dónde tiene la llaga el porvenir,

su lamento y su rezo? En la oquedad.

 

*

Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) no sólo es uno de los poetas más a tener en cuenta de su quinta, sino también un lector atento y un crítico lúcido. Casa sin puertas (Opiniones y reseñas sobre poesía cántabra contemporánea) (Septentrión ediciones) es un libro mucho menos local de lo que podría parecer por el subtítulo: en estas páginas se analiza, yendo siempre más allá de lo periodístico, a Gerardo Diego y José Luis Hidalgo, a José Hierro y a Rafael Fombellida, por citar apenas a cuatro ejemplos de hoy, ayer y antesdeayer. El talento crítico de Alcorta logra que uno lea este libro sin pensar en geografías localistas, pues al mismo tiempo que habla de estos poetas traza un panorama agudo de su entorno. Más que recomendable.

*

Camillo Sbarbaro (1888-1967) es una especie de eslabón perdido entre Giacomo Leopardi y la tríada fantástica de la poesía italiana: Ungaretti, Montale, Quasimodo. No extraña que Pasolini lo admirase con fervor: comparten una misma angustia vital que nunca es exhibicionista, sino pudorosamente desgarrada. Pianissimo y Líquenes (Igitur) recoge esas dos series en traducción, respectivamente, de Xavier de Donato Rodríguez y Ángel Crespo, recuperada ésta última para la ocasión. Sbarbaro no ha tenido mucha fortuna editorial en castellano, así que esta es una oportunidad perfecta para volver a él o descubrirlo:

 

A veces mientras camino solo al sol

y miro con mis claros ojos el mundo

donde todo fraterno se me antoja

-el aire, la luz, la brizna de hierba, el insecto-,

de pronto se me hiela el corazón.

 

Me parece ser un ciego, sentado

a la orilla de un inmenso río:

allá abajo corren las arremolinadas aguas

pero él no las ve: el poco sol

lo toma feliz. Y si llega

un murmullo acuático lo cree

zumbido de oídos ilusos.

 

Porque, viviendo esta mi

pobre vida, creo estar rozando otra distinta

como en un sueño, y que este sueño sea

mi vida presente.

 

Me viene entonces como un desmayo,

pueril desasosiego.

Me siento

completamente solo al borde del camino,

mirando mi mísero, angosto mundo,

y acaricio con mano trémula la hierba.

 

*

Hace tiempo que se hacía necesario un libro como Un curso sobre verso libre (Libros de la resistencia), de Pedro Provencio (Alhama de Murcia, 1943). El verso libre es una especie de cajón de sastre al que ha ido yendo a parar todo aquello que no se ajustaba a los moldes clásicos sin mayor explicación. Provencio plantea su libro como un curso con una única asistente y va dando claves sobre cómo enfrentarse, como lector y como autor, al verso libre. Echa uno en falta, quizás, un mayor diálogo con otras tradiciones que sí se han ocupado del asunto: qué ejemplares los ensayos que al asunto dedicó, por ejemplo, Denise Levertov, una selección de los cuales acaba de publicar Vaso Roto con el título de Pausa versal en traducción de José Luis Piquero. Este de Provencio debería ser el comienzo de una conversación. A ver si es verdad...

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