Decepcionante Lepage
Qué aburrimiento Agujas y opio, la última producción que se ha visto en Madrid de Robert Lepage, programada dentro del Festival de Otoño. Tras la sorpresa inicial del artilugio tecnológico que preside la escena, y tras comprobar el funcionamiento de esta viguería escenográfica, su avance dramático es lento y pesado y el interés por la obra se diluye como un azucarillo en un café a los 20 minutos de comenzada.
Aparentemente, los mimbres con los que está hecha esta cesta suenan atractivos. El romance del trompetista Miles Davis con la musa del existencialismo, Juliette Greco, en el París de los 50 y el primer viaje de Cocteau a Estados Unidos pocas semanas después de la muerte de su amante, Raymond Radiguet, sirven a Lepage dos historias de amor y de adicción, que él pone en paralelo y a las que añade una tercera: la de un hombre de nuestro tiempo que viaja a París también tras una ruptura sentimental.
El problema de estas tres historias cruzadas es que el drama solo existe en la mente de sus protagonistas, apenas hay acción, solo seres encerrados en una habitación de hotel lamiéndose las heridas de sus fracasos amorosos con el bálsamo del opio y ofreciéndonos estampas fotográficas y literarias, aderezadas musicalmente con la trompeta de Davis (aunque menos de lo que me hubiera gustado). La obra Carta a los americanos que Cocteau escribe a la vuelta de su viaje de Nueva York, y en la que recoge sus impresiones sobre la ciudad inspira muchas de las reflexiones de su personajes.
Como ya he dicho, la novedad que nos trae Lepage en esta ocasión es el complejo dispositivo escénico, obra de su habitual colaborador, Carl Fillion. Se trata de un artilugio que da al espectáculo un efecto de ilusionismo, de magia, pero que se agota una vez comprobado su funcionamiento. Es un cubo de solo cinco caras (el lado frontal o cuarta pared ha desaparecido), que está colgado y que rota sobre un eje hacia uno de los lados. En las caras interiores del cubo se proyectan imágenes y dibujos: skyline de Nueva York, fotos de París, dibujos de habitaciones de hotel. Dentro del cubo se sitúan los dos únicos actores de la obra, Marc Labrèche (en el papel de Cocteau y del hombre de nuestro tiempo) y Wellesley Robertson II (Miles Davis).
Los actores sufren la presión de la escenografía, ya que deben actuar y, a la vez, estar muy atentos a los cambios continuos que les impone el cubo, el cual se mueve en cada escena, y son muchas, cambiando el decorado; por los lados se abren y cierran escotillones por los que entran y salen elementos y los mismos actores. Cuando al final los actores saludaron al público, se pudo comprobar que junto a los dos únicos intérpretes había casi una decena de ayudantes apoyando esta complejísima tramoya. Pero, como digo, la pena es que este complicado dispositivo no sustenta una narración dramática sólida y emotiva.
Una decepción con Lepage es doblemente profunda, ya que se trata de uno de los grandes artistas contemporáneos al que yo revisito con la voracidad de ver qué nuevo descubrimiento nos ofrecerá. Cuando descubrí su Elsinor me propuse no perderme ninguno de sus espectáculos, aquélla version de Hamlet ha sido una de las grande obras maestras de la escena de fin de siglo. Luego, he visto otras obras suyas (El lado oscuro de la luna, La casa azul, el Proyecto Andersen, Playing Cards), y entre ellas las Trilogía de los Dragones, de nueve horas de duración, un magnífico tríptico en el que contaba una historia de inmigración chino-canadiense, a la manera de las novelas sobre sagas familiares de un Bashevis Singer o, incluso, de una Pearl S. Buck.
Lepage es un escritor dramático y director de escena muy cinematográfico y lo siento muy de mi tiempo. Me interesa el tratamiento de los temas que toca, básicamente el amor y las relaciones humanas entre personas de distintos continentes y el choque cultural y social que provocan. Su estilo literario gusta de la fragmentación de las escenas, del diálogo rápido con toque humorístico, de la pincelada filosófica o intelectual. Y como director, sus aportaciones han sido extraordinarias. Su Elsinor mostró la manera de componer escenas teatrales con planos más propios del cine o la fotografía y que desafían la tradicional perspectiva frontal. Su preocupación por una narración teatral muy de nuestro tiempo le ha llevado a desarrollar una gran inventiva escenográfica con Carl Fillion. Él es también actor y siempre se rodea de intérpretes extraordinarios (entre los que figuran españoles como Roberto Morí o Nuria García).
No sé exactamente por qué Lepage ha recuperado este espectáculo que estrenó en 1991. Un artista como él, tan solicitado internacionalmente, y que mantiene en Quebec una gran factoría de investigación y producción teatral, con numerosos colaboradores, La Caserne, está obligado a mantener un repertorio más o menos estable con el que abastecer la demanda.