Artistas divinos
[caption id="attachment_823" width="540"] La creación de Miguel Ángel[/caption]
No sé si la costumbre de algunos artistas y autores de autodenominarse “creadores” es propia de nuestro tiempo o ya estaba instalada con anterioridad. Lo que sí percibo es que se afianza y va a más. Entre los vocablos habituales del mundo de la cultura este que equipara a los artistas con los dioses no solo está al servicio del ego de cada uno de ellos, también refuerza su pertenencia a un grupo mimado por el poder.
Es comprensible que cuando se han recorrido todos los caminos del éxito y ya no quedan premios por ganar, la divinidad sea loúnico a lo que pueda aspirar un artista. Pero hoy hay “creadores” de todas las categorías y en todas las disciplinas artísticas o pseudoartísticas: en el cine, la pintura, la escultura, al teatro, la ópera, la música y, por supuesto, en la cocina y la moda; y, sobre todo, en esas manifestaciones difícilmente clasificables como la videocreación, la performance, el diseño 3D, los videojuegos... géneros interdisciplinares para los cuales el término tradicional no precisa suficientemente la variedad de oficios a los que se enfrenta el artista de nuevo cuño. Podría ser una explicación.
Instituciones públicas y privadas, universidades, ministerios, órganos políticos... incorporan la palabreja como pueden a sus actividades y así se cobran dos pájaros de un tiro. Si convocan un festival, un master, una subvención o una beca en Creación, que obviamente será también Joven y Contemporánea, no sólo justifican su razón de existir, también creen obtener cierta garantía de reconocimiento y prestigio social. Parecen decirnos: ¡Eh, ved cómo apoyamos a nuestros jóvenes artistas antes incluso de que alumbren su obra! ¡Este país es una incubadora de genios por descubrir!
El lenguaje es expresión de la concepción social que se tiene de las cosas en cada momento, de forma que la consideración que ha ido teniendo el arte en las distintas etapas históricas se ha reflejado en la manera de nombrar a sus artífices. En el pasado, durante el Renacimiento, artista era quien estaba vinculado a las Artes Plásticas, pintores, escultores y arquitectos. Se mantenía la tradición aristotélica de llamar poetas a los autores y en el teatro del siglo XVII español, Lope de Vega era “poeta dramático” mientras se empleaba “autor” para referirse a los directores de las compañías de actores que representaban sus obras.
La imprenta, con su capacidad para multiplicar las copias de un libro y el cambio que supuso en la circulación de estos y, sobre todo, cuando los reyes comenzaron a expedir patentes para la impresión, impuso la identificación de los editores frente a los autores. Y fue avanzado el siglo XVIII donde creo que arranca esta moda del “creador”, con la formulación del derecho de propiedad intelectual y al afinar el carácter del objeto a proteger: “La propiedad intelectual de una obra literaria, artística o científica corresponde al autor por el solo hecho de su creación”, reza nuestra actual Ley de Propiedad Intelectual. Jamás he oído o leído que un científico o un ingeniero, a los que también se les protege la propiedad intelectual de sus creaciones, se refieran a sí mismos como “creadores”. ¿Por qué unos abusan del término y otro ni siquiera lo usan?
Es obvio que esta falsa ilusión de divinidad de los artistas actuales también ocurre por la dimensión espiritual y religiosa que caracteriza al arte, pues es una herramienta casi única para expresar lo inefable. La experiencia artística comparte mucho de la experiencia religiosa y parece lógico que los artistas acaben desafiando al mismo Dios, más todavía si la sociedad es descreída. Al igual que el Génesis nos presenta a Dios como el Creador, que de la nada hace nacer al hombre y la mujer y los crea a imagen suya para que luego dominen la Tierra, el artista debe sentir algo parecido cuando cree haber alumbrado una obra que permanecerá, puede que llegue a ser eterna y extender su dominio.
Stefan Zweig, en Los misterios de la creación artística, profundiza en esta idea: “De todos los misterios del universo, ninguno es más profundo que el de la creación. Nuestro espíritu humano es capaz de comprender cualquier transformación de la materia, pero cada vez que surge algo que antes no había existido nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana. Y nuestro respeto llega a su máximo, casi diría que se torna religioso, cuando aquello que aparece de repente no es perecedero”.
La Iglesia, que todo lo estudia y rebate, tiene sus razones teológicas, concretamente Juan Pablo II en su Carta a los artistas distingue entre el Creador y el autor: “El que crea da el ser mismo, saca alguna cosa de la nada –ex nihilo sui et subiecti, se dice en latín- y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder exclusivo del Omnipotente. El artífice, por el contrario, utiliza algo ya existente, dándole forma y significado. Este modo de actuar es propio del hombre en cuanto imagen de Dios”. Razones que no han convencido a los artistas y los autores actuales, pues han sucumbido a la tentación de suplantar a Dios.