Stanislavblog por Liz Perales

Fermín Cabal: "Lo de ganar dinero o posición con el teatro no se me da bien"

1 mayo, 2015 14:10

Ha sido guionista de cine y televisión, profesor de dramaturgia, asesor político, periodista..., pero Fermín Cabal (León, 1948) nunca ha dejado de escribir teatro. Hubo una época, en los 80, que incluso estuvo de moda en los escenarios, donde llegó a ganar dinero con obras como Vade retro, y prestigio con otras como Caballito del diablo. Dedicado en los ultimos años al "dolce far niente" y a otras convenientes tareas como la del activismo cultural o la de tertuliano de verbo jocundo y divertido, acaba de publicar Siete y media, la banca siempre gana (editorial Mandala), una recopilación de su teatro más reciente.

P.- Tres adaptaciones, tres obras surgidas de sus clases de dramaturgia, y otras tres originales, un material ductil y maleable, mucho de él, no estrenado. Pero lo de estrenar no parece que importe mucho a un autor de teatro español.

R.- No estoy muy seguro de que se trate de adaptaciones. Si acaso Maldita Cocina, pero ni Coriolano ni Agripina pueden gozar de ese barniz. Son obras originales, quizá no muy originales, y cuya responsabilidad tengo que asumir, aunque eso me conduzca al pelotón de fusilamiento. Y tampoco puede decirse que no haya sido estrenado, más bien lo contrario, aunque cabe decir, a lo mejor es a lo que se refiere, mal estrenado, sin pena ni gloria. Bueno, es lo que hay y lo que doy de sí, o sea, de mí, qué le vamos a hacer. ¿Me importa? Pues la verdad es que no. Yo escribo cuando tengo la oportunidad de hacer algo y rara vez lo hago por hacer, aunque en los últimos tiempos estoy tan aburrido que me paso tardes y tardes  rellenando páginas, pero sin la menor pretensión, simplemente por pasar el rato. Es lo que tiene hacerse viejo.

P.- Si hay tan pocos autores que pueden vivir del teatro. ¿Por qué entonces hay tantas personas que se empeñan en escribir? En general, este fenómeno lo percibo en todos los ámbitos de la cultura, me refiero al exceso de oferta.

R.- El exceso de oferta está siempre ligado a la escasez de demanda. En un país que no lee, que no ama la cultura, que desprecia a los artistas, a los intelectuales, en un país que vota a golfos y golfas de distinto pelaje, que sostiene en el poder a recuas de delincuentes que pasan por hombres (u hombras) ilustres después de haberse llenado los bolsillos, mientras la mayoría de los ciudadanos se empobrece y lo pasa fatal, ¿qué tiene de extraño que la gente quiera desahogarse contando cosas? ¿Que hay miles de escritores domingueros? Pues que los haya, pobrecillos, no hacen daño a nadie.

P.- El libro contiene una adaptación de La cocina de Wesker. Deme tres razones que justifiquen una adaptación de una obra relativamente temprana.

R.- Me encanta esa obra, escrita por Wesker en un contexto muy concreto, con la guerra mundial todavía reciente. El protagonista es un alemán y eso le da un aroma particular. Pero incomprensible para el público de hoy. Y por eso limitarse a traducirla me parecía un derroche de esfuerzo. Por otra parte, es una obra aparentemente coral, por lo menos eso dice pretender Wesker, pero en realidad es una obra convencional, con un protagonista dominante y una jerarquía actoral al uso, y en ese sentido yo he querido ir más lejos: prometí a los actores que ningún personaje tendría más de 200 líneas y ninguno menos de 80. Y creo que eso le ha proporcionado solidez y coherencia ideológica. El fenómeno de la emigración masiva en las grandes capitales europeas ya se apunta en la obra original. A mí me atraía hablar de eso, algo que estaba ocurriendo en mi entorno en ese momento y que se discutía en la calle, y como  a mí me gusta meter baza y dar mi opinión,  aproveché la oportunidad.

P.- Las adaptaciones pueden traer sus problemas. ¿Qué le ocurrió con Dario Fo cuando se propuso mejorar su obra Aquí no paga nadie y que titulo Sopa de mijo para cenar?

R.- La mejoré sin lugar a dudas. La obra de Darío es un tostón, repleta de verborrea pseudorevolucionaria, que si en los años setenta  tenía cierto sentido, hoy tiene un regusto rancio que me resulta insoportable. Ya me lo resultaba en 1978, cuando realicé la versión, con el permiso del autor, que luego se echó atrás, estando la obra ya montada. La  representamos contra su voluntad, y quedó muy bien (era un reparto de lujo con Gloria Muñoz, El Brujo, Trinidad Ruggiero; en fin, grandes actores). Luego decidimos remontarla veinte años después en un ejercicio de nostalgia y Darío se cabreó y me demandó por plagio, y como evidentemente no lo era, la cosa quedó en triste pataleta. Me reí mucho cuando los herederos de Brecht le demandaron por plagio meses después , tras montar La ópera de dos centavos. Y encima le condenaron, pobrete. Por cierto, también a Brecht le demandaron los herederos del traductor alemán de Villon, de quien había tomado algunos versos para los cantables de Macky Navaja. En este caso hubo un empate, porque llegaron a un acuerdo. O sea, que en esto de la Propiedad Intelectual nunca se sabe, ¿será una X, un 1 o un 2?

P.- En el prólogo del libro dice que en España solo se puede hacer teatro comercial o teatro público. ¿Es que existe otro tipo de teatro dentro del circuito profesional?

R.- Bueno, existe teatro como el que yo hago a salto de mata. Un poco como los descuideros que te quitan la cartera en el metro y no te enteras. Pero no es teatro serio. El serio, en el que se gana dinero o posición en el escalafón de la caridad ministerial, es el otro.  Pero a mí no se me da bien. Hay que trabajar mucho.

P.- Al contrario de lo que les ocurre a la mayoría de los autores españoles, usted sí se inspira en la realidad, en los conflictos puntuales que relatan los periódicos…, temas que trata con humor y trazo grueso  pero…  ¿no teme que su teatro no aguante el paso del tiempo?

R.- No lo temo en absoluto, ya cuento con ello. Por otra parte, no hay mucho teatro que aguante el paso del tiempo, porque el teatro está muy ligado al presente, yo creo que es siempre puro presente (a lo mejor estoy equivocado, de teatro no tengo ni idea) y si nos atenemos a la realidad, ¿qué queda del teatro de la primera mitad del siglo XX? ¿Lorca y Valle? Pues bien mirado, me temo que la mayor parte de su obra ni se estrenó en su momento. Dicho esto, creo que Lorca y Valle son dos genios y a lo mejor quedan en los libros, como alguna cosa de Lope y de Calderón y La Celestina y Jardiel… y poco más.

P.- Margaritas para los cerdos y La pistola de mi padre están arrancadas de una pieza mamotrética que no llegó a terminar, pero que tenía su inspiración en La corte de los milagros de Valle, si no recuerdo mal.

R.- Leí La Corte de los Milagros hace cuarenta años y me divertí bastante, me encanta Valle, qué mala leche tiene, qué ojo, no se le escapa nada… pero no creo que me haya inspirado en su obra, por lo menos no soy consciente de ello… Noche negra de Madrid, que incluye las dos obras que cita como tramas argumentales, es una obra que mira una vez más al presente y si hay algún paralelismo con la de Valle, viene dado porque es una obra sobre la Corte y su fauna y etológicamente surgen concomitancias inevitables. Y es verdad que no he conseguido terminarla, pero sigo en la brecha.

P.- Dice que Tejas verdes es la más apreciada por la crítica y los aficionados de las últimas que ha escrito,  pero a usted no es la que más le gusta. ¿Cuál es su preferida? De todas ellas, ¿cuál le gustaría ver representada?

R.- Estoy muy agradecido a Tejas Verdes, es cierto, pero no es un tipo de teatro que me vuelva loco. La vida según Aurelia, que es una pieza bastante desdentada, me gusta mucho más. ¿Por qué? No lo sé. Sufrí mucho escribiéndola y quizá eso me provoque afectivamente. También me gusta mucho Ni es cielo, ni es azul, que también me ha hecho sufrir cantidad. ¿Será que soy masoquista? Pero la verdad es que todas me gustan, en eso tengo que reconocer que soy fatuo y soberbio hasta reventar. Me tengo por un ingenio preclaro, que posee un verbo excelente, y goza de una experiencia del mundo de mucho espesor. No me explico cómo no me quitan las obras de las manos. Por otro lado, no me gusta ver mis obras representadas y trato de evitarlo siempre que sea posible, y en los últimos tiempos es bastante posible. También es verdad que me gusta que la gente las haga. Halagan mi vanidad. Pero no es un tema que me quite el sueño.

P.- ¿Terminó o no el Bachillerato? Cuénteme en qué contexto le dirigió Buñuel esta pregunta.

R.- Conocí a Don Luis cuando acababa de ganar el Oscar por El discreto encanto de la burguesía.  Él estaba tomando café en casa de la hija de Max Aub y un amigo me avisó y me fui para allá como el rayo. He sido siempre un admirador entregado de este hombre, y me he visto sus películas tropecientas veces. Yo era muy joven, y aunque no era tan tonto como lo soy ahora (la veteranía te da un punto) debí desplegar mi estulticia con insolente audacia, y tras escucharme pacientemente (o simplemente mirarme, porque cuando quería era bastante sordo), me fulminó con esa pregunta, gracia que le rieron nuestros contertulios como corresponde. Luego se apiadó de mí y me pasó la mano por el cogote, y yo le agradecí la lección.

P.- Señor Cabal, ¿de verdad cree que se puede enseñar a escribir teatro?

R.- Yo, desde luego, no puedo. He dado clase a gente muy buena, algunos hasta se han hecho famosos, y aunque a veces menciono algún nombre en los folletos de propaganda de los cursos, con la sana intención de que haga de cebo para los  incautos, la verdad es que todos eran muy buenos escritores antes de conocerme. Espero, eso sí, no haberles perjudicado y en eso me siento tranquilo. Todos hemos tenido profesores desastrosos y hemos sobrevivido, así que no me siento culpable por haber dado cientos de clases a dramaturgos, guionistas, novelistas y poetas. De algo hay que vivir. Ahora bien, dicho esto, hay que añadir que sí se puede aprender. Enseñar es imposible, pero aprender, se puede. Ya lo creo.

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Image: Martín Mateos y Andrés Luque

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