Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Diferencias y parecidos

2 enero, 2012 01:00

Se habla de Edgar Neville por la edición del DVD de su insólita película La torre de los siete jorobados (1944), chocante mezcla de reconocible costumbrismo y tenebroso expresionismo goticista, a partir de la novela del raro Emilio Carrere.

Acabo de leer Mi España particular, libro recién rescatado por Reino de Cordelia, con instructivo prólogo de Fernando R. Lafuente. No es un gran libro, pero los chispazos de ingenio y las intempestivas ocurrencias de Neville siempre compensan.

El sibarita y vividor conde de Berlanga de Duero se agenció en Londres un Aston Martin, en 1956, y con tan flamante haiga se dio un paseo completo por las rutas de brea del país del Seat 600. Zampar, beber, charlar y golfear era -además de escribir y hacer películas- lo suyo.

El resultado de esa gira por un territorio de cabreros que empezaba a salir de la autarquía y del atraso fue Mi España particular -¡y tan particular!- una "guía arbitraria de los caminos turísticos y gastronómicos de España". ¡Y tan arbitraria! Neville escribe como le viene en gana de lo que le viene en gana, pero he aquí un divertido antecedente de la actual graforrea sobre el encanto de restaurantes y hoteles.

Neville advierte que se dirige a viajeros con pasta. Si no se tiene dinero, viene a decir, lo mejor es quedarse en casa hasta tenerlo. El turismo de baratillo no merece la pena. Tampoco merece la pena madrugar: "La primera hora de la mañana -escribe- no se ha hecho para andar por la calle, como no sea que se vuelva a casa a dormir". Tan formidable boutade -que obvia a quienes se levantan temprano para ir al tajo- condensa a la perfección la filosofía hedonista de los bohemios de cartera abultada.

Neville da muchas pistas -a su antojo- de platos, lugares y alojamientos todavía practicables. No escatima elogios, pero también atiza soplamocos sin cortarse un pelo, sea a la gracia profesional de los sevillanos, a los desmadres falleros de los valencianos o a la fealdad -a su entender- del paisaje desértico aragonés. El hombre va por libre, y buena parte del atractivo del libro radica en sus muy personales definiciones del carácter de los paisanos de cada comarca.

El caso es que, a la hora de las conclusiones, Edgar Neville escribe: "El cómo somos los españoles es imposible reducirlo a una fórmula, ni describirnos de un trazo. Basta con ver las diferencias entre sí de las regiones, de las condiciones de vida, del sentido del arte y de la existencia, para comprender que las gentes que habitan en un lado han de ser forzosamente diferentes de las que habitan en otro".

Con esta misma observación como mimbre no son pocos los que, antes y ahora, elevan a categoría los llamados "hechos diferenciales" con la consecuencia política conocida.

Este verano leí a otro humorista y conservador anarcoide, Julio Camba. El gallego propinaba en Haciendo de República -un librillo reeditado al calor del franquismo- un sonoro bofetón al régimen republicano, con argumentos y chanzas que todavía se escuchan. Rescato un subrayado, hablando de España y de lo mismo que Neville: "En todas partes hay hechos diferenciales, pero la cuestión está en si debe uno cultivarlos o debe, por el contrario, dedicarse al cultivo de los hechos igualatorios".

Esa cuestión lleva siglos sobre el tapete. Y sobre los manteles.

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