Mitomanía y fervor cinéfilo
Hace un par de años (y pico), Impedimenta publicó Diccionario de literatura para esnobs, del escritor y periodista francés Fabrice Gaignault. El título se completaba, en página interior, con un añadido muy importante: Y (sobre todo) para los que no lo son.
Era un diccionario de los escritores más "punteros" -así se autodefinía también-, secretos, malditos, anticadémicos… De "vida desastrosa, pero sublime", según rezaba la contraportada. Disfruté mucho con ese libro, perfectamente dirigido a mí. Por no ser esnob, aun reservando cierta simpatía hacia los esnobs más inteligentes y provocadores.
Ahora, Impedimenta acaba de sacar Pequeño diccionario de cinema para mitómanos amateurs, del joven crítico y escritor mexicano Miguel Cane, gran apellido pese a la falta de una K.
Estos diccionarios de Impedimenta están magnífica y preciosamente editados: por la variedad y esmero de su diseño, tipografía, tintas, cuerpos y otros detalles. Son apetecibles. Antes de leerlos, ya gusta tenerlos. A ello contribuyen las estupendas ilustraciones. Antes, de Sara Morante. Ahora, de Ana Bustelo.
Hemos pasado de la tapa dura a la tapa blanda, y ahí veo una metáfora de la diferencia entre ambos libros. Esta clase de diccionarios subjetivos basa, creo yo, su efectividad por encima de todo en la calidad literaria, pues para otra finalidad -la meramente informativa y documental- ya existe otro modelo de diccionario enciclopédico, biográfico etc.
Aceptemos que Gaignault y Cane escriben dentro de unos parámetros de calidad homologables -el francés es más cáustico, tiene más aristas y mala idea-, pero es cierto que, en términos generales, hemos pasado de lo duro a lo blando.
La clave está no sólo en la escritura y en los personajes elegidos. Advierto que, en principio, no tengo predilección por los "malotes" -que diría mi hijo- ni por las "vidas rebeldes" -que diría John Huston- o rotas. No faltan algunas de éstas en el libro de Cane. Es cierto que, a la hora del balance -aunque no como prejuicio-, me suelen interesar más las vidas y las obras complicadas, desmesuradas y accidentadas. Muy distintas -salvo minucias- a la mía. Y tal vez por eso.
Estos diccionarios subjetivos y literarios deben tener, a mi juicio, un no fácil equilibrio entre la mirada personal y la objetividad, entre las filias y las fobias, entre el capricho y el canon. Para otra cosa ya están los otros.
Miguel Cane escribe bien -hemos dicho-, pero escribe para mitómanos. Lo confiesa. Él mismo es un mitómano. Y la mitomanía es algo que me alcanza muy de lado, en horas bajas.
Con inocente y plausible franqueza, Cane da cuenta de su punto de vista en su prefacio al libro: "Acaso tiende más a ser una suerte de 'devocionario', como aquellas compilaciones de vidas de santos que tan de moda estaban en el siglo XVI; en efecto, se trata de algo mucho más personal, es una especie de altar donde se adora a nuestros mitos más amados, a nuestros monstruos sagrados".
Ahí está la cosa: devocionario, santos, altar, mitos amados, monstruos sagrados. Es un punto de vista que tiende al pringue, al pestañeo arrobado. Cinefilia. Una forma de beatería. ¿Hay motivos para "adorar" a Ursula Andress? Cane los explica. Pero creo que exagera en su fervor. Yo tampoco llevo treinta años pensando en Audrey Hepburn, en Desayuno con diamantes, ante el escaparate de Tiffany. Cuando vuelvo a verla, por azar, en la película, me gusta mucho. Y eso es todo (y no es poco).