Tengo una cita por Manuel Hidalgo

'Lady Susan', esencia de Jane Austen

23 octubre, 2014 08:57

¿Puede ser una novela epistolar en verdad trepidante? Puede. Lady Susan (Nórdica) lo es. Y también es un formidable enredo, repleto de acontecimientos y giros. No es una comedia, ciertamente, pero si lo fuera –y podría serlo- sería una de esas comedias teatrales y cinematográficas repletas de puertas que se abren y se cierran con gran lío de entradas y salidas, puertas más bien imaginarias en este relato, que también tiene algo de thriller sentimental, de dramático vodevil.

Pero, bueno, estamos, en realidad, en una novela del XVIII, que, al parecer, Jane Austen (1775-1817) redactó por primera vez antes de cumplir los veinte años y que no se publicó hasta mucho después de su muerte.

No seré yo quien diga que Lady Susan me ha recordado a Las amistades peligrosas (1782), aunque, desde luego, la novela –también epistolar- de Choderlos de Laclos (1741-1803) es mucho más explícita y atrevida en la plasmación de un espíritu libertino, que no está abiertamente presente en la mentalidad de Austen. ¿Pero es que acaso Susan Vernon no tiene algo del cinismo y de la inteligencia maquiavélica de la marquesa de Merteuil? Algo tiene, pero también son muchas las diferencias entre ambas.

Austen construyó su breve narración mediante el cruce de 41 cartas poco extensas entre siete personajes principales, casi todos ellos representantes de esa burguesía rural que tantas veces retrató en sus novelas la escritora inglesa.

La protagonista es Susan Vernon, una mujer muy guapa y muy inteligente, considerada 'vieja' a sus 35 años, que ha enviudado hace unos meses. Susan tiene una hija, Frederica, de 16 años, a la que desprecia y apenas quiere, una chica a la que ha preterido y maleducado y para la que ahora planea una boda forzosa a su conveniencia. Pero Susan, acogida a la hospitalidad campestre de sus cuñados, a los que detesta, no sólo tiene un amante casado, sino que, descarada e imparable, debe resolver sus incesantes coqueteos amorosos, que incluyen los ligoteos manipuladores con dos jóvenes de buena posición que podrían ser candidatos a la mano de su hija.

Susan es mentirosa, finge, engaña a todo el mundo, utiliza las más sibilinas armas de su atractivo físico, de su labia y de su aguda inteligencia, lo que no es óbice para que mantenga el más alto concepto sobre sí misma. Los demás saben perfectamente cómo es, la clase de bruja que es, pero, ay, a veces sucumben ante sus mohínes, encantos y elaboradas artimañas.

Hay que casarse a toda costa y conservar o acceder con el matrimonio a una buena posición económica. Ese suele ser el objetivo de las mujeres de Austen –quien murió soltera-, que con ello no hacen sino cumplir con un designio de la época. ¿Las estratagemas y maldades de Susan implican una actitud crítica hacia esos designios?, ¿es Susan una rebelde que cumple con las normas y, a la vez, descree de ellas y se limita a utilizarlas en su provecho? Quizá sea mucho decir.

En Lady Susan –traducida por Carme Camps e ilustrada por Javier Olivares-, Austen -¿o es Susan?- deja caer, cuando la temible dama se refiere a su hija Frederica, el siguiente aserto: “La naturalidad no sirve en los asuntos amorosos, y esa muchacha ha nacido tan simple que la posee por naturaleza o finge poseerla”.

O sea, que en el amor lo que cuenta, para llegar a buen puerto, es la hipocresía y la artificiosidad. El cálculo, la táctica, el fingimiento. La naturalidad es propia de simples. ¡Caramba!

Image: John Banville y las frases criminales

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