Risas y risas con Bohumil Hrabal
Celebramos el centenario del nacimiento de Bohumil Hrabal (1914-1997), y Nórdica nos regala el festivo e inagotable disparate de Clases de baile para mayores (1964), con traducción de Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz. Imposible dejar de reír o, al menos, de sonreír mientras leemos, al tiempo que asistimos a un despliegue de imágenes y metáforas logradísimas y a la explosión de un sinfín de ideas, empaquetadas baja el humor sardónico del escritor checo, altamente estimulantes.
Fue uno de los primeros libros de éxito de Hrabal, que empezó a escribir tarde, de la época de Trenes rigurosamente vigilados (1964) y anterior a Yo que serví al rey de Inglaterra (1971), novelas que llevadas al cine, como otras, por el también checo Jiri Menzel, contribuyeron grandemente a la popularidad de su autor en Europa.
En Clases de baile para mayores un viejo zapatero –preciosas líneas dedicadas a su oficio, ingeniero de zapatos, dice él- narra a una bella joven, en un extenso monólogo hilvanado, de aquí para allá, sin pausas, su agitada vida en tiempos del imperio austro-húngaro, pintando un paisaje y un paisanaje zarrapastrosos.
El galanteo, el sexo, el matrimonio y, en fin, los lances eróticos ocupan un lugar central en el relato, que también opta por incurrir en regocijantes consideraciones culturales –bromas sobre el Renacimiento, Goethe y Mozart-, chanzas sobre la religión y los curas, evocaciones de suicidios y violentos episodios –esos constantes ahorcamientos-, continuos pasajes sobre las chuscas consecuencias de la vida alcohólica y tabernaria y reiteradas coñas marineras sobre el psicoanálisis y la interpretación de los sueños.
Por entre medias de un auténtico aluvión de anécdotas y comentarios chungos, con frecuencia desopilantes, Hrabal introduce pequeñas historias autónomas, entre lo grotesco y lo siniestro, que hacen del libro una cumbre centroeuropea del esperpento, del surrealismo o, si se quiere, del realismo mágico. Una auténtica gozada, siempre servida por una escritura literariamente riquísima que, a veces, mezcla la más lírica exquisitez con la burrada y la expresión coloquiales y populares. Un festín, ya digo.
El narrador “filosofa” de lo lindo. Así, por ejemplo, dice lo siguiente: “…la verdadera poesía debe ser dolorosa, como si uno olvidara la cuchilla de afeitar en un pañuelo y, al sonarse, la nariz se cortara con ella…”.
La comparación –la imagen- es buenísima, y por eso la traigo aquí. Abundan en el libro frases de ese calibre. El pensamiento de Hrabal no es dogmático, claro, y siempre aparece, al menos, bañado de ironía y de escepticismo. De todas formas, las líneas citadas nos sirven para recordar cuántas aseveraciones cerradas y excluyentes existen, a cargo de los creadores, sobre lo que “debe ser” la poesía, o la novela, o la pintura, o…No sé, el arte puede ser de muchas maneras –las que convengan a cada artista y le permitan alcanzar la excelencia- pero no “debe ser” –como demuestra la Historia- de ninguna manera en concreto, si bien dictar normas, hacer definiciones, elaborar manifiestos y todo eso sirve para pensar, discutir, enriquecer y avanzar.