Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Odette Elina y sus recuerdos de Auschwitz

4 diciembre, 2014 09:49

[caption id="attachment_609" width="510"] Foto de archivo de 1945. Niños en el campo de concentración nazi de Auschwitz, junto con enfermeras y militares soviéticos[/caption]

Odette Elina (1910-1991) no fue escritora. Su vocación estaba en la pintura, y siempre pintó y dibujó. Odette era francesa y judía, de familia acomodada. Se incorporó a la Resistencia, donde alcanzó altos cargos y realizó importantes y peligrosas misiones. Por una delación, fue detenida, torturada y enviada al campo de exterminio de Auschwitz en 1944. Toda su familia corrió la misma suerte. Odette nunca volvió a ver a los suyos. Fue liberada por los rusos en 1945 y repatriada a Francia.

No obstante, Sin flores ni coronas -que ahora edita Periférica con algunos de los dibujos hechos durante su cautiverio- es el libro de una escritora, de una poeta tal vez.

Con un atisbo de hilo cronológico -pues lo narrado abarca desde la llegada al campo a la liberación-, Sin flores ni coronas, contado en primera persona, es una sucesión de escenas, impresiones, retratos, pensamientos, reflexiones y emociones que, en capítulos muy breves y titulados, conforman un devastador panorama sobre su experiencia en Auschwitz, muy centrado en los niños -de los que se ocupó- y, especialmente, en las mujeres -prisioneras de varias nacionalidades, algunas amigas- y, ay, en las carceleras, cuya crueldad estremece.

Son abundantísimos los momentos y las anotaciones que causan horror y emoción, siempre teniendo en cuenta que la prosa utilizada por Elina es escueta, económica, cáustica incluso. Hay tres viñetas -por llamarlas así- que me han producido, entre otras muchas, particular impacto: el uso de cien mujeres para devolver al campo otros tantos carritos de bebés que acababan de ser quemados en los hornos; el beso silencioso y repentino que un niño llamado Olek le da a Elina cuando ésta se dispone a curarlo y el bastonazo que le propina un anciano prisionero -y le rompe una mano- para robarle un cubo de agua.

Sylvie Jedynak, en su muy interesante, informativo y valorativo postfacio, sin olvidar la presencia constante de la muerte, se aproxima a lectura del libro con las palabras precisas: “Su carácter extrañamente poético nos desconcertaba. La autora consigue, efectivamente, conciliar lirismo y barbarie. Ironía y ternura también”.

En efecto, ésta es la clave. Mucho se ha escrito sobre el Holocausto -testimonios de supervivientes, estudios documentales e históricos, novelas…- y mucho se ha escrito y dicho sobre el qué y el cómo se podía -o no se podía- abordarlo.

Publicado por vez primera en 1948, Sin flores ni coronas impresiona especialmente -todo impresiona- por no hurtar al lector -y no es el único caso, lo sabemos- las bajezas cometidas por los propios internos del campo hacia sus compañeros de infortunio: robos, delaciones, negativas a prestar ayuda, complicidad con los carceleros para obtener beneficios… También hay, por supuesto, testimonios de lo contrario.

Odette Elina, en el prólogo de 1981 a la definitiva edición de su libro, parece ser consciente de que aquellas bajezas van a perturbar a los lectores. O, mejor dicho, sabe que ya han afectado a quienes lo han leído con anterioridad e, incluso, que han sido o podido ser objeto de polémica.

Y hace la siguiente exposición aclaratoria: “Con el paso del tiempo, comprendo mejor que la furiosa necesidad de sobrevivir haya podido convertir en malvados y en animales de rapiña a algunos seres humanos. No es en estos últimos en quienes recae mi relato, sino en aquellos que les condujeron a tal estado. Al contrario, cuando revivo los raros momentos de felicidad que me proporcionaron mis compañeros de miserias, y recuerdo al pequeño Olek, sé que, en definitiva, son éstos los que pesan más en la balanza de mis recuerdos”.

Le llevó tiempo comprender, raros fueron los instantes de felicidad proporcionados por sus compañeros… Habrá que creer a Odette Elina sobre el peso de los buenos momentos -actos y gestos de bondad o solidaridad- en sus recuerdos. Pero al lector, creo, le pesan más los otros momentos, los que expresan los terribles caminos que los seres humanos podemos llegar a tomar para sobrevivir a una situación de extremo e insoportable sufrimiento.

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