David Trueba y el paso del tiempo
Saber perder (2008) consolidó la breve y espaciada trayectoria novelística de David Trueba (Madrid, 1969) al obtener el Premio Nacional de la Crítica y resultar finalista del Premio Médicis. Aparece ahora, como siempre en Anagrama, Blitz, la cuarta novela del también director, guionista y columnista.
Un mensaje equivocado y delator de una traición provoca la inmediata ruptura de Beto con Marta. La joven pareja acaba de llegar a Munich, donde él, arquitecto paisajista, debe defender en un concurso internacional su proyecto “El Jardín de los Tres Minutos”, una propuesta de parque con grandes relojes de arena destinada a reflexionar con sosiego sobre el valor y el paso del tiempo. Luego veremos cómo los estragos del tiempo, el deterioro causado por su transcurrir, es uno de los temas del relato. Otro, a modo de telón de fondo –pero con incidencia real sobre el protagonista-, es la actual crisis económica. La crisis económica en España, en concreto. La quiebra de la pareja y la quiebra de la seguridad hacen contacto provocando el chispazo de la quiebra de los ideales, en el sentido de que no es posible vivir como se pensaba vivir, hay que buscar nuevos caminos hechos de tristes renuncias, pero también de expectativas renovadoras.
En lo sentimental, Beto se desliza de inmediato entre los brazos de Helga, una alemana de más de sesenta años. Le dobla la edad. ¿Cuál será su recorrido? Dejémoslo aquí. Esa línea constituye, desde muy pronto, el nervio central de la trama. El treintañero no vivirá alegremente la tópica y seductora fantasía de yacer en brazos de la sensual mujer madura. Al contrario, siente un profundo desprecio inicial hacia sí mismo y hacia Helga –esa “vieja”, esa “mujer mayor”-, y Trueba va contando con temple y detalle la evolución de esos sentimientos.
Es preciso apuntar que Trueba, en pinceladas contundentes y no escasas, aborda el sexo con un explícito realismo, sin eludir –al contrario- el lado donde la carnalidad y los cuerpos se manifiestan con sus miserias, sus fluidos, sus ruidos y sus desagradables decadencias. Es un aspecto muy importante de Blitz, y muy poco habitual. Dibujos y fotografías de Berta Risueño se insertan en las páginas, y ahí están también tres retratos de mujeres de Otto Dix que visualizan las huellas del tiempo sobre los cuerpos.
No falta el humor, marca de la casa, desperdigado entre las amargas, cínicas o, a veces, zumbonas reflexiones que un Beto, narrador en primera persona y golpeado por su doble crisis, expele sobre esto y aquello, en ocasiones con furia rabiosa y, en otras, con destilada ironía.
Una llamada desde España de su madre le hace a Beto poner en relación a ésta con Helga. Y dice: “Yo no podría nunca visualizar a mi madre desnuda y jadeante como había visto a Helga en nuestro goce nocturno. Puede que fuera la tosca negación de todos los hijos, que no se imaginan concebidos en un coito agitado, sino en una conversación de sus padres sentados en el sofá frente a un aburrido programa de tele cualquier tarde de domingo”.
El tabú del sexo entre los padres. Entre nuestros padres, claro. Trueba se ayuda con el humor, pero éste es un ejemplo –entre otros posibles y más crudos- de cómo el escritor se arriesga a explorar algunos aspectos del sexo rehuyendo la filigrana literaria que hace cómoda o fácilmente asimilable cualquier descripción erótica.