Rolling Stones, ¡más de O.Henry!
Es imposible no querer a O. Henry. Crea adicción. Y también adición, pues quien le haya leído una vez irá sumando sus libros allá donde los encuentre. En los últimos tiempos, hemos tenido la oportunidad de leer La voz de Nueva York e Historias de Nueva York (Nórdica), y este año ha aparecido Rolling Stones, editado, como el primero, por Traspiés e igualmente traducido por María Teresa Sánchez Montesinos.
O. Henry (1862-1910) vivió los años finales de su breve y calamitosa vida en Nueva York y, en efecto, se convirtió en el primer y mejor narrador de historias de una ciudad en proceso acelerado de cambio, si bien en Rolling Stones nos asomamos a otros escenarios del Oeste, del Sur y de Centroamérica que frecuentó en sus fugas y vagabundeos.
Muertes familiares, malas experiencias sentimentales, delitos, huidas, cárcel, pobreza, enfermedad... O.Henry no se privó de nada -y menos, del alcohol, como se ve en sus cuentos-, pero nada le privó a él de un sentido del humor desenfadado, gamberro y punzante, si bien, como escribí hace tres años en el periódico, por los relatos de O. Henry se cuela la tristeza. Aquí, por ejemplo, y de forma obvia, en Niebla en Santone, un cuento entre romántico, gótico y casi fantástico en torno a una epidemia de tuberculosis, enfermedad de la que murió su madre. Su padre, por cierto, era médico, y él mismo, aunque parezca mentira, estudió Farmacia.
Los personajes de O. Henry en Rolling Stones tienen mucho de buscavidas, como el propio autor, y acometen empresas poco sensatas y favorables en las que viven, mientras buscan fortuna y dinero, peculiares historias de amistad y de amor que no acaban lo que se dice bien. William Sydney Porter –nombre de pila de O. Henry-, aunque no fue el único, se especializó y se acreditó como un cuentista que incluía en sus finales un giro sorprendente, una variante inesperada, cosa que complace a sus lectores, pero que no siempre agrada a algunos críticos.
En Rolling Stones no hay un cuento tan redondo como su celebérrimo El regalo de Reyes, recogido en Historias de Nueva York. Son relatos más largos que los contenidos en ese libro y en La voz de Nueva York. Se prestan menos a la orfebrería y a la intensidad, pero nunca decepcionan.
El disparate de El dirigente y su plan revolucionario en un país latinoamericano me ha hecho pensar en Jorge Ibargüengoitia. O. Henry, que nunca escribió una novela, está considerado como el creador de la moderna narrativa breve y se le atribuye una enorme influencia sobre los cuentistas del siglo XX.
Repasemos un diálogo de El dirigente, precisamente. Dos viejos amigos se encuentran por la calle y mantienen la siguiente conversación:
“-Bill, -dije- ¿Cuándo dejaste Oklahoma? ¿Dónde está Reddy McGill? ¿Por qué estás vendiendo esos artilugios imposibles en la calle? ¿Cómo salió lo de tu mina de oro en Big Horn? ¿Cómo has conseguido ese bronceado tan espantoso? ¿Qué quieres tomar?
-Hace un año. Instalando molinos de viento en Arizona. Por ganarme un suplemento para comprar etcéteras. Resultó ser una estafa. Abajo en el trópico. Cerveza”.
¡Qué maravilla! No olvidemos que O. Henry escribió nada más empezar el siglo XX. ¡No es que fuera el padre de la narrativa corta moderna, fue el padre de la modernidad misma!